Profesora

Dra. Mafalda Victoria Díaz-Melián de Hanisch

sábado, 13 de febrero de 2021

Al Andalus o España musulmana II.-a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; 

2º.-Califato de Cordoba.


camila del carmen gonzález huenchuñir


Abd al-Rahman III tomó el título de califa en el 929 como réplica a sus enemigos fatimíes del Magreb pero también para consolidar la pacificación de al-Andalus con aquel refuerzo político-doctrinal. 
A comienzos del año 929 (final del año 316 de la hégira), el emir Abd al-Rahman III proclama el califato de Córdoba, y se nombra a sí mismo Emir al-Muminin (príncipe de los creyentes), lo cual le otorga, además del poder terrenal, el poder espiritual sobre la umma (comunidad de creyentes), de este modo se convirtió en el primer califa independiente de la Península. 
Por otra parte, la naturaleza misma del poder dinástico cambió a causa de este acontecimiento, y el alcance histórico, reconocimiento y adhesión del pueblo a los califas de al-Andalus fue inmenso.
Este importante acontecimiento histórico encuentra sus fundamentos en la victoria definitiva que el poder cordobés había logrado unos meses antes sobre la interminable revuelta de Omar Ben Hafsún con la toma de Bobastro en enero del 928. Así mismo, se logró el restablecimiento de la autoridad del poder central de Córdoba sobre la mayor parte del territorio y la rendición de las últimas disidencias como la de Badajoz y de Toledo.
Dentro del contexto general del mundo musulmán en los primeros decenios del siglo X, hay otra causa del acontecimiento que es la creación del califato fatimí proclamado en 910 en Qairawan, norte de África, opuesto al abbassí; sin duda ésta fue una justificación implícita de la instauración del título califal en al-Andalus.

Relaciones exteriores.

La relación con los reinos vecinos fue tensa; por una parte se encontraba el califato fatimí en las fronteras cordobesas del norte de África; en el año 931, las tropas andalusíes entraron en Ceuta, donde se levantaron fortificaciones importantes. Desde entonces se establecieron tanto en Ceuta como en Melilla guarniciones andalusíes con carácter permanente. 
El califato omeya desplegó grandes esfuerzos para contener lo mejor posible el avance fatimí, siguiendo en su política de alianzas con las tribus Magrawa-Zanata del Magreb occidental, hostiles a los Sanhaya del centro que sostenían el poder fatimí.
Por el norte se encontraban los reinos cristianos que seguían con sus incursiones en territorio andalusí aprovechando cualquier debilidad del emirato cordobés. En el 932 Ramiro II atacó Madrid y derrotó a un ejército musulmán en Osma en el 933. Aliándose con el poderoso gobernador tuyibí de Zaragoza. Abd al-Rahman III intentó restablecer la situación del lado cristiano organizando una campaña contra el reino de León para restablecer la supremacía musulmana sobre la frontera del Duero. 
Abd-el-Rahman no alcanzó su objetivo y sufrió una derrota en la batalla de Simancas, seguida de otra en el barranco de Alhándega, aunque estas derrotas no tuvieron, de hecho, graves consecuencias territoriales porque igualmente se consiguieron otras victorias de importancia, los problemas internos paralizaron León y porque el poder cordobés, con su tenacidad, logró mantener una presión lo suficientemente fuerte sobre la frontera, y desplegó un gran esfuerzo para protegerla, edificando nuevas defensas y fortificando las ya existentes.

Consolidacion de califato.

Abd al-Rahman III mandó edificar en el año 936 la ciudad palatina de Medina Azahara donde se trasladó con su gobierno y la corte.
Cuando llega al poder Al-Hakam II el Califato cordobés se encuentra consolidado tanto en el norte de la Península, con los reinos cristianos bajo vasallaje, como en el Magreb occidental, controlado por el Califato cordobés, bien mediante sus propias tropas, bien por medio de tribus aliadas o sometidas.
A su muerte, Al-Hakam II dejó el trono cordobés a un muchacho de once años sin ninguna experiencia política llamado Hisham, este joven califa contaba con el apoyo de su madre la concubina Subh de Navarra y el ministro Al-Musafi, además de la de un hombre llamado Abi Amir Muhammad, futuro al-Mansur (Almanzor para los cristianos), que mediante intrigas y movimientos políticos va ascendiendo en el poder hasta hacerse con el poder absoluto. Al-Mansur puso en marcha un programa de reformas en la administración civil y militar y supo atraerse a las clases populares con una política de intensa actividad militar contra los cristianos del norte.
Al-Mansur inició una serie de campañas o algaradas que se adentraron en territorio cristiano, llegando hasta Santiago, Pamplona, etc. Esta política provocó que los reinos cristianos crearan una coalición contra Al-Andalus.
Las discordias interiores parecían superarse en torno a un régimen fuerte y dotado de un ejército profesional en el que formaban no sólo árabes y bereberes, al margen ya de cualquier adscripción tribal, sino también muchos mercenarios y antiguos esclavos de origen eslavón. 

Caida de califato.

Los califas cordobeses padecieron los mismos efectos que los abbasíes habían experimentado un siglo atrás: los jefes militares, sobre todo Al-Mansur, mediatizaron la voluntad de Hisam II y, en cuanto cesó el prestigio del caudillaje y de las victorias militares sobre los cristianos que, además, eran poco rentables, las disensiones internas en el ejército contribuyeron a producir una nueva disgregación aunque, esta vez, sobre bases económicas y situaciones sociales mucho más prósperas que las de mediados del siglo IX, porque a lo largo del X se había producido, entre otras cosas, un fuerte progreso de las ciudades y del comercio, un mejor control del aprovisionamiento de oro africano, y un auge de la actividad cultural que continuaron durante buena parte del XI.

3º.-Los primeros reinos taifas.

Las taifas fueron un conjunto de pequeños estados (ملوك الطوائف) que fueron apareciendo entre la desintegración del califato de Córdoba a partir de la fitna o guerra civil que estalló en 1009 tras la muerte del último caudillo amirí Abd al-Malik al-Muzaffar y el derrocamiento del último califa omeya Hisham III, con la consiguiente abolición formal del califato en 1031. Los regímenes políticos autónomos de los reinos de taifas sucumbieron ante la instauración de gobiernos almorávides en al-Ándalus desde 1085.
Desde que el califa Hisham II es obligado a abdicar en 1009 hasta el año de la abolición formal del califato en 1031 se suceden en el trono de Córdoba nueve califas, de las dinastías omeya y hamudí, en un escenario político de anarquía total que se refleja en la independencia paulatina de las taifas de Almería, Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza. 
Cuando el último califa Hisham III es depuesto y proclamada en Córdoba una república, todas las coras (provincias) de Al-Ándalus que aún no se habían segregado se autoproclaman independientes, regidas por clanes árabes, bereberes o eslavos.
En el trasfondo se hallaban problemas muy profundos. Por una parte, las luchas por el trono califal no hacían sino reproducir las luchas internas que siempre habían asolado el emirato y el califato por causas raciales: árabes, bereberes arabizados y nuevos, muladíes o eslavos, que estaban constituidos inicialmente por esclavos libres de origen centroeuropeo o del norte peninsular y conseguido puestos importantes en la administración. También influían la mayor o menor presencia de población mozárabe, el afán de autonomía de las áreas con mayores recursos económicos y la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos.
Inicialmente se constituyeron más de veinte pequeños estados o taifas autónomas dirigidos por caudillos locales procedentes de una familia que se perpetuó a lo largo del siglo XI en una dinastía reinante. Así ocupan el poder clanes de la antigua aristocracia árabe en Valencia (amiríes (descendientes de Almanzor) y Zaragoza (tuyibíes y hudíes). En la zona occidental se hicieron con el poder tribus bereberes muy arabizadas, que formaban parte de la población andalusí desde la conquista de Tariq a comienzos del siglo VIII: los aftasíes en Badajoz, birzalíes en Carmona, ziríes en Granada, hamudíes en Algeciras y Málaga y abadíes en Sevilla. 
Con el paso de los años, las taifas de Sevilla (que había conquistado todas las pequeñas taifas de la Andalucía occidental y Murcia en la parte de la oriental), Badajoz, Toledo y Zaragoza, constituirían las potencias islámicas peninsulares.
En general, las taifas más poderosas fueron absorbiendo con el tiempo a las más pequeñas. Así, la taifa de Sevilla, conquistó y anexionó a las más pequeñas de Arcos, Algarve, Algeciras, Morón, Ronda, Carmona, Huelva, Mértola, Niebla y Silves, estas últimas, situadas al sur del actual Portugal, ambicionadas también por la taifa de Badajoz. Por otro lado, en la antigua Marca Superior del califato, los hudíes de Zaragoza reunieron un conglomerado que en ocasiones se segregaron como taifas independientes, formado por Tudela, Calatayud, Huesca, Lérida o Tortosa, llegando hacia 1080 a ocupar el territorio peninsular de la poderosa taifa de Denia (que consiguió conquistar las Baleares y Cerdeña y reunió una flota de guerra de ciento veinte naves) y hacer vasalla a la rica pero desprotegida Taifa de Valencia. Sin embargo, en esta zona, y gracias a su hábil manejo de la diplomacia, lograron sobrevivir dinastías independientes en la taifa de Albarracín y la taifa de Alpuente.

Cultura de reinos taifas.

Durante el apogeo de los reinos de taifas del siglo XI sus reyezuelos intentaron reproducir las estructuras del califato omeya a una escala menor. Para ello compitieron entre sí no solo militarmente sino también procuraron mostrar su esplendor intelectual. Para ello, trataron de rodearse de los más prestigiosos poetas, científicos y artistas. Paradójicamente, el periodo de taifas fue a su vez el del máximo apogeo de la cultura andalusí, y en este siglo sus creaciones intelectuales adoptan caracteres propios e independientes del islam oriental. Nace en este siglo una filosofía en Al-Ándalus con una particular idiosincrasia, progresan las matemáticas y la astronomía, florece la poesía y la arquitectura desarrolla un estilo manierista que influirá posteriormente en el arte magrebí de almorávides y almohades.
Sin embargo, la disgregación del califato en múltiples taifas, que podían subdividirse o concentrarse con el paso del tiempo, hizo evidente que sólo un poder político centralizado y unificado podía resistir el avance de los reinos cristianos del norte. Al carecer de las tropas necesarias, las taifas contrataban mercenarios para luchar contra sus vecinos o para oponerse a los reinos cristianos del norte. Incluso guerreros cristianos, como el propio Cid Campeador, sirvieron a reyes musulmanes, luchando incluso contra otros reyes cristianos. Sin embargo, esto no fue suficiente y los reinos cristianos aprovecharían la división musulmana y la debilidad de cada taifa individual para someterlas. Al principio el sometimiento era únicamente económico, forzando a las taifas a pagar un tributo anual, las parias, a los monarcas cristianos.
No obstante, la conquista de Toledo en 1085 por parte de Alfonso VI de León y Castilla hizo palpable que la amenaza cristiana podía acabar con los reinos musulmanes de la península. Ante tal amenaza, los reyes de las taifas pidieron ayuda al sultán almorávide del norte de África, Yusuf ibn Tasufin, quien pasó el estrecho y no sólo derrotó al rey leonés en la batalla de Zalaca (1086), sino que conquistó progresivamente todas las taifas.

Historia.

La quiebra y fragmentación del califato tuvieron lugar rápidamente, entre los años 1008 y 1031. Tomaron su relevo varias decenas -llegó a haber casi treinta- de pequeños reinos de diversa extensión territorial y viabilidad política muy diversa a los que se conoce como taifas cuyos reyezuelos (muluk al-tawa'if) actuaban como supuestos representantes de unos califas cordobeses ya inexistentes lo que, sin embargo, demuestra que se consideraba provisional, aunque indefinido, el eclipse del califato. Algunas taifas fueron gobernadas por dinastías bereberes y otras por individuos surgidos del mundo de los mercenarios eslabones pero muchas fueron andalusíes, regidas por muladíes o por árabes ya totalmente integrados en la sociedad autóctona. Los reinos de taifas más importantes, que absorbieron a otros menores, fueron los que tenían frontera con la España cristiana, por elementales razones estratégicas: Badajoz en la marca inferior y Toledo en la media, ambos con dinastías bereberes, Zaragoza, Lérida y Tudela en la marca superior, con reyes andalusíes. En el Sur se consolidó una taifa importante de dinastía beréber, la de los ziríes de Granada, y otra andalusí, la de Sevilla. En Levante predominaron las taifas de eslavones: Tortosa, Valencia, Denia y Baleares, Murcia, Almería.
Por los mismos años en que se disgregaba el califato de Córdoba ocurrían también importantes redistribuciones del poder político en los reinos de la España cristiana, durante los años de Sancho Garcés III de Pamplona y los inmediatos a su muerte. 
Por entonces, León con Castilla, que fue reino desde 1035, sobrepasaba ampliamente la frontera del Duero, Navarra dominaba las tierras del alto Ebro hasta cerca de Tudela, y Aragón se constituía como reino e integraba también Sobrarbe y Ribagorza. Más al Este, la Cataluña Vieja había completado el proceso de dominio y poblamiento entre los Pirineos y el bajo Llobregat. La presión militar y tributaria de los poderes cristianos sobre los taifas aumentó desde mediados del siglo XI, a medida que se hacía cargo de ella Fernando I de Castilla y León.
 En la generación siguiente, su hijo Alfonso VI consiguió la capitulación de Toledo y su taifa en el año 1085, suceso crucial en la historia hispánica del medievo, pero aquello tuvo como consecuencia que otros reyes de taifas, en especial el de Sevilla, reclamaran la ayuda de los almorávides del Magreb, que pasaron pronto de la condición de aliados a la de dueños del poder prevaliéndose de su fuerza y del prestigio que les aportaron sus victorias sobre Alfonso VI. Los reinos de taifas habían prolongado muchos aspectos del esplendor cultural del califato pero fueron incapaces de heredar su fuerza política y guerrera y sucumbieron ante la doble presión de las exigencias tributarias o parias y de la presión militar de los reyes cristianos, por una parte y, por otra, ante el regeneracionismo musulmán de los almorávides que, al hacer frente a los cristianos y reunificar al-Andalus, consiguieron, sin duda, su supervivencia pero en condiciones distintas a las que hasta entonces se habían dado.
¿Cómo se formó la sociedad andalusí? 
A la altura de los siglos X y XI, sus diferencias con las de la España cristiana eran tajantes y, más que en los dos siglos anteriores, se puede hablar de frontera entre civilizaciones. 
La hispanocristiana recibiría influjos y herencias de la andalusí en su proceso de enfrentamientos y relaciones diversas, pero su identidad fue clara y crecientemente europea. En los siglos anteriores había ocurrido otro proceso, en condiciones muy distintas, el de la permanencia y fusión de realidades premusulmanas en al-Andalus: hay que destacar el bilingüismo, la supervivencia de aspectos y usos de la vida cotidiana y material, la herencia de tipo administrativo e incluso político, el papel de los cristianos mozárabes, diversamente valorado según las regiones y épocas. 
Pero en al-Andalus se formó una sociedad musulmana integrada en la civilización y en el mundo del Islam clásico, y sólo así cabe entender su realidad histórica: los 50.000 árabes y más del doble de bereberes que entraron en la Península hasta el siglo XI fueron suficientes, desde sus posiciones de dominio, para impulsar un nuevo orden social, cultural y religioso, al que se iban adhiriendo cada vez más conversos o muladíes hispanos en un proceso que culminó en el siglo X. 
Antes, sin embargo, se había recorrido un camino plagado de dificultades: incluso después de la conversión al Islam, las diferencias a favor de los árabes y sirios permanecían e irritaban a bereberes y a muladíes hispanos. 
Las revueltas y secesiones de la segunda mitad del siglo IX tuvieron en cuenta a menudo esta situación social. Así, en el valle del Ebro, la gran rebelión de Musa ibn Qasi y sus hijos contra Córdoba entre los anos 842 y 880, se apoyó en la población muladí. 
Mientras tanto, Toledo conocía varias revueltas en los años 807, 829 a 837 y 852 y un periodo de autonomía total entre 873 y 932, una de cuyas bases fue la población muladí y la escasez de árabes y bereberes en aquel sector. En la actual Andalucía, las revueltas de muladíes y mozárabes fueron frecuentes en la segunda mitad del siglo IX frente al predominio árabe en Jaén o Granada, por ejemplo: la alteración más conocida fue la revuelta rural de musulmanes y cristianos en el Sureste, desarrollada entre los anos 880 y 917 bajo el mando de Umar ibn Hafsun, un muladí que llegó incluso a ser nombrado representante del califa abbasí aunque acabó sus días convertido al cristianismo lo que le restó muchos apoyos. 
Los mozárabes perdieron fuerza y disminuyeron en número después de la crisis de la segunda mitad del IX, además de aceptar aspectos lingüísticos y culturales árabes no incompatibles con su fe religiosa que, salvo excepciones, fue respetada en las condiciones previstas por la ley islámica. Bastantes emigraron a tierras cristianas pero otros permanecieron como minoría hasta las definitivas expulsiones del siglo XII debidas a almorávides y almohades. 
Los judíos, que no parecen haber participado en revueltas o alteraciones, tenían también la consideración de hombres del Libro y, por lo tanto, de protegidos, y mantuvieron una situación próspera o, al menos, pacífica, hasta que les afectó también la radicalización e intransigencia de los dominadores norteafricanos en el siglo XII.

4º.-Almorávides.

Se conoce como almorávides (en árabe المرابطون al-Murābitun, sing. مرابط Murābit — es decir: "el morabito", especie de ermitaño musulmán—) a unos monjes-soldados salidos de grupos nómadas provenientes del Sahara.
 La dinastía almorávide abrazó una interpretación rigorista del Islam y unificó bajo su dominio grandes extensiones en el occidente del mundo musulmán con las que formaron un imperio, a caballo entre los siglos XI y XII, que llegó a extenderse principalmente por las actuales Mauritania, Sahara Occidental de donde provenían, Marruecos y la mitad sur de España y Portugal.

Desembarco en la península Ibérica

Alfonso VI (1040-1109) toma Toledo el 25 de mayo de 1085, alarmando a los andalusíes que ven peligrar su futuro, lo cual les fuerza a tomar la decisión, no sin grandes reparos, de llamar en auxilio a los curtidos guerreros almorávides, facción que predicaba el cumplimiento ortodoxo del islam, al mando de su jefe Yusuf ibn Tasufin. Este era un austero derviche que se vestía con piel de oveja y se alimentaba frugalmente con dátiles y leche de cabra como los legendarios fundadores del Islam.
Yusuf viene con su ejército y se encuentra con una tierra fértil y próspera; también observa el relajamiento de los preceptos doctrinales del Islam y la gran tolerancia con los judíos y cristianos. Esto le provoca la determinación de apoderarse de esos reinos, alentado por la división entre las distintas taifas.
Los almorávides derrotan a Alfonso VI de León en la batalla de Sagrajas en 1086, pero no aprovecharon la victoria puesto que recién obtenida, el emir Yusuf ibn Tasufin vuelve al norte de África debido a que su hijo acababa de morir. Sin embargo los almorávides vuelven a cruzar el estrecho de Gibraltar y a partir de 1090 se fueron apoderando de los reinos de taifas. El verano de ese año Yusuf se dirige a Toledo con objeto de recuperarla pero el rey de León, con la ayuda de un ejército de Aragón, rechazan al ejército almorávide que, cambiando sus planes, conquista en septiembre de 1090 Granada. Una vez conquistada, Yusuf vuelve al Magreb dejando en la Península Ibérica a su primo Sir ibn Abu Bakr con el mandato de reducir el resto de las taifas de al-Ándalus. 
Antes de acabar ese año, el adalid almorávide toma Tarifa y en la primavera de 1091 ataca la importante Taifa de Sevilla. En verano ya habían sucumbido al poder norteafricano Córdoba y Carmona, y en septiembre, rinden Sevilla. Seguidamente son sometidas las taifas de Jaén, Murcia y Denia, con lo que solo escapaban de los sanhaya las grandes taifas de Badajoz y Zaragoza y la insular de Mallorca.
Mientras tanto, el Ci dominaba el levante, y el 15 de junio de 1094 conquistaba Valencia creando en ella un principado y rechazando por dos veces a los almorávides, la primera cuando acudieron a reconquistarla en otoño de ese mismo año en la batalla de Bairén con la colaboración de Pedro I de Aragón, y en un segundo intento en 1097 por parte del propio emperador Yusuf ibn Tasufin. De todos modos, un hijo de Yusuf ibn Tasufin, Muhammad ibn Aisa, retoma la plaza de Aledo en 1092, cerca de Murcia, que había constituido una fortaleza cristiana avanzada en tierra musulmana desde 1085 y los almorávides habían intentado recuperar, sin éxito, en 1088. A continuación, Muhammad ibn Aisa ocupa Játiva y Alcira, situándose a escasos treinta y cinco kilómetros de Valencia. En 1093 Sir ibn Abu Bakr ataca a Al-Mutawakkil de Badajoz y conspira contra él, propiciando su caída: tras hacer prisionero al rey pacense y susu hijos, los hace ejecutar cuando se dirigía a Sevilla. Con la Taifa de Badajoz cayó también Lisboa, que el conde Raimundo de Borgoña, esposo de la princesa Urraca, fue incapaz de defender.
Tras la muerte del Cid en 1099 el principado de Valencia pasa a ser gobernado por su esposa viuda Jimena, pero en 1102 Alfonso VI decide que no puede mantenerse la ciudad y la evacúa, abandonándola al poder almorávide, no sin antes incendiarla. Pero en 1106 Yusuf ibn Tasufin debía hallarse débil, pues moría el 2 de septiembre de ese mismo año, sucediéndole su hijo Ali ibn Yusuf
En 1109 la independencia de Zaragoza estaba seriamente en peligro ante el poder bereber. Esta taifa se había mantenido independiente gracias, en parte, a las buenas relaciones que Al-Musta'in II de Zaragoza mantuvo con el emir Yusuf ibn Tasufin. Así, en 1093 o 1094, el rey de Saraqusta envió a su propio hijo con generosos regalos al emperador almorávide, y en 1103 (año en que también caía la Taifa de Albarracín en poder almorávide), cuando Yusuf buscaba por la Península el reconocimiento de su hijo Ali como heredero al trono, de nuevo fue enviado el hijo del rey zaragozano a Córdoba como embajador de buena voluntad. De ese modo, Zaragoza mantuvo su independencia hasta 1110, año en que finalmente caería bajo el poder almorávide.
A partir de la conquista de Valencia en 1102 comienza la hegemonía almorávide en España. Ali ibn Yusuf ataca en 1108 la fortaleza de Uclés, defendido por un ejército encabezado por Sancho Alfónsez, el heredero de Alfonso VI de Castilla, y dos de sus mejores capitanes: Álvar Fáñez y García Ordóñez
La batalla de Uclés terminó con derrota cristiana y, sobre todo, con la muerte del infante de León. Al año siguiente el emir almorávide intentó aprovechar esta victoria hostigando Talavera con el fin de preparar la conquista de Toledo, bastión que seguirá conteniendo el avance de los sanaya.
Únicamente quedaba en poder de los taifas andalusíes la Taifa de Mallorca, debido a su situación isleña y el poderío de su flota, que saqueaba constantemente las costas de Barcelona. Contra ella fue enviada en 1114 una expedición de cruzada contra las Baleares con la ayuda de la flota de Pisa. Ramón Berenguer III comandó la expedición que se prolongó casi todo el año. Sin embargo el auxilio almorávide llegó al fin y las islas pasaron a formar parte del Imperio almorávide, ante la retirada barcelonesa. El año 1116 sucumbía la última de las taifas de al Ándalus.
Tras culminar la máxima expansión, el Imperio almorávide recibió el influjo de la cultura andalusí, cuyas creaciones artísticas asimilaron. La nueva capital Marraquech, fundación de este movimiento, comenzó a embellecerse con el emirato de Ali recogiendo las formas de la cultura del arte taifa. Del arte almorávide quedan pocos ejemplos (y solo de arquitectura militar en la Península Ibérica), como la Qubbat Barudiyin de Marraquech.
 También asimilaron la cultura escrita: matemáticos, filósofos y poetas se acogieron a la protección de los gobernadores almorávides. Sus costumbres fueron relajándose, a pesar de que, por regla general, impusieron una observación de los preceptos religiosos del islam mucho más rigurosa que lo que era habitual en los primeros reinos de taifas. 
Se vetó al místico Al-Gazali, pero hubo excepciones y en la Zaragoza de Ibn Tifilwit el pensador heterodoxo Avempace llegó a ocupar el cargo de visir entre 1115 y 1117. Siguiendo la ley islámica, los almorávides suprimieron los ilegales pagos de parias, no contemplados en el Corán.
.Unificaron la moneda, generalizando el dinar de oro de 4,20 gr como moneda de referencia, y creando moneda fraccionaria, que escaseaba en al-Ándalus. Estimularon el comercio y reformaron la administración, otorgando amplios poderes a las austeras autoridades religiosas, que promulgaron diversas fatwas, algunas de las cuales perjudicaban gravemente a judíos y, sobre todo, mozárabes, que fueron perseguidos en este periodo y presionados para su conversión al Islam. Se sabe que la importante comunidad hebrea de Lucena tuvo que desembolsar importantes cantidades de dinero para evitar su conversión forzosa.
Otro grupo muy numeroso, los mozárabes de Granada, perdieron sus iglesias y sus obispos. El descontento fue creciendo hasta el punto de que en 1124 llamaron en su auxilio a Alfonso I de Aragón, que acababa de conseguir una importante victoria sobre los almorávides tomando la importante ciudad de Zaragoza en 1118. La comunidad cristiana granadina prometió al Batallador rebelarse contra los gobernadores de la capital y franquearle las puertas de la ciudad para que este la conquistara. Así, Alfonso I de Aragón emprendió una incursión militar por Andalucía que, aunque no le llevó a conquistar Granada, sí puso en evidencia la debilidad militar almorávide para esas fechas, pues les venció en campo abierto en la batalla de Arnisol, saqueó a su placer las fértiles campiñas andaluzas desde Granada hasta Córdoba y Málaga, y rescató a un nutrido contingente de mozárabes para, con ellos, repoblar las recién conquistadas tierras del Valle del Ebro. Esta campaña prolongada por casi un año hasta junio de 1126 mostraba la decadencia del Imperio almorávide. Por esos mismos años, los almohades comenzaban a hostigar a los almorávides en el corazón de África occidental.
Fin del imperio almorávide.
Hacia 1125 un nuevo poder estaba surgiendo en el Magreb, el de los almohades, surgidos de la tribu de los zenatas, que lograron con un nuevo espíritu de aplicación rigurosa de la ley islámica, ya relajadas ya las costumbres de los almorávides en gran medida debido al contacto con la decadente cultura andalusí, imponerse al poderío almorávide tras la caída de su capital Marrakech en 1147.
Tras la campaña del rey de Aragón, los mozárabes andalusíes fueron represaliados y, en su mayoría (temiendo nuevas rebeliones internas) deportados al norte de África, recalando fundamentalmente en Fez. 
Se trataba de una población con un alto nivel de desarrollo cultural, que empobreció al-Ándalus y le privó parte de su mano de obra cualificada. Son años en que comienza un auge de los poblamientos en ribats o monasterios islámicos, que habían jugado un papel fundamental en el origen del movimiento almorávide, y que proliferan ahora en al-Ándalus. Los impuestos que pagaban las minorías étnicas (mozárabes, judíos) disminuyeron con el exilio y la emigración de estos a tierras más acogedoras, con lo que se hizo necesario aumentar las tasas infringiendo la ley coránica. Comenzó una crisis económica reflejada en la devaluación del dinar de oro, que pasó a tener un peso de 3,85 grs.
Simultáneamente, el empuje bélico de los almohades comienza a imponerse en África en la década de 1130, lo que obligó a los almorávides a disminuir las fuerzas militares de la Península, que tuvieron que reducir a guarniciones en los principales distritos andalusíes, para poder contrarrestar la guerra declarada contra la nueva corriente integrista. Todo ello propició la insurgencia en al-Ándalus en los años 1140, en el momento en que los almohades conquistan la gran ciudad de caravanas de Sigilmasa en el Magreb, cruce de rutas comerciales y punto clave en la ruta del oro que procedía del África subsahariana.
El golpe de gracia fue la sublevación del distrito de Mértola en 1144, donde se impuso como rey el místico Ibn Qasi, dando lugar al periodo de los segundos reinos de taifas. Cuando este régulo fue derrrocado, solicitó el socorro de la nueva fuerza emergente: los almohades que, repitiendo el ciclo, fueron adueñándose progresivamente desde el Algarve de todo al-Ándalus, desalojando a la administración almorávide y trasladando la capital de Granada (que lo fue del imperio almorávide en al-Ándalus entre 1190 y 1148) a Sevilla, que será la nueva capital almohade andalusí desde ese último año y en ella se erigirán importantes monumentos arquitectónicos que se han conservado hasta la actualidad, como la Giralda o la Torre del Oro, que continuaban la tradición artística andalusí taifal y almorávide. Entre tanto, Alfonso VII de Castilla, aprovechaba la confusión reinante para conquistar el resguardado y próspero puerto y ciudad de Almería, éxito que fue celebrado en el poema homónimo recogido en la Cronica Adefonsi Imperatoris  que incluía un testimonio de que los hechos del Cid habían ya obtenido gran fama entre la población.
Con la caída de la capital Marraquech a manos de los almohades en 1147, el Imperio almorávide cede su lugar al nuevo poder rigorista, que impondrá su hegemonía en el Magreb y al-Ándalus hasta la derrota de las Navas de Tolosa en 1212.

5º.-El segundo período de taifas.

El segundo período taifas (o taifas post almorávides) es un período en la historia de Al-Andalus situada entre la dominación Almorávide y Almohade.
Introducción.
En 1085, tras la conquista de Toledo, las taifas de Sevilla y Badajoz, hicieron un llamamiento a los almorávides. Viendo en peligro su propia subsistencia y presionados por las distintas parias que eran obligadas a pagar a los reinos cristianos que a su vez tenían que revertir sobre su propia población. Si sumamos la presión fiscal sobre su población, la poca eficiencia militar, bandidaje y la corrupción de los funcionarios hizo que los almorávides se convencieran para ayudarles
Tras atravesar el estrecho, los almorávides derrotan a Alfonso VI en la batalla de Sagrajas de 1086, y en los años siguientes acaban con el resto de las taifas.

Inicio de las segundas taifas.

Los primeros indicios del malestar andalusí contra los Almorávides, se produjeron en Córdoba en 1121, cuando la población se rebeló contra los almorávides, solo la intervención de los fakih pudieron evitar un baño de sangre, otras rebeliones se produjeron en distintas ciudades, a partir de 1140 el poder almorávide empieza a decaer en el norte de África por la presión almohade, a la península llegan esas noticias.
En 1144 un sufí, Ibn Quasi empieza un movimiento anti almorávide y empiezan a surgir las primeras taifas
.
Fin de las segundas taifas.

En 1147, un ejército comandado por líder almohade Abd Al-Mumin llegó a España y conquistó una gran parte del sur de España, incluidas las ciudades de Cádiz, Málaga y Sevilla. 
En 1172, su hijo Abu Yaqub Yusuf completó la conquista de Al-Ándalus con la toma de la taifa de Murcia y poner fin a la última taifa de este período en la península, todavía quedara la taifa de Mallorca que finalmente caerá en 1203.

6º.-Los Almohade.

Los almohades (Al-Muwahhidun, en lengua árabe: الموَحدون) «los que reconocen la unidad de Dios», o Banu Abd al-Mumin (en árabe: بنو عبد المؤمن') fueron una dinastía musulmana de origen bereber que dominaron el norte de África y la Península Ibérica desde 1147 a 1269. Los almohades surgieron en el actual Marruecos en el siglo XII, como reacción a la relajación religiosa de los almorávides, que se habían hecho dueños del Magreb, pero habían fracasado en su intento de revigorizar los estados musulmanes y tampoco habían ayudado a detener el avance de los estados cristianos en la Península Ibérica. Muhammad ibn Tumart lideró un movimiento religioso con el apoyo de un grupo de tribus bereberes del Alto Atlas de Marruecos (principalmente masmouda), organizando el derrocamiento de los almorávides y, posteriormente, Abd al-Mumin y su familia, de los Zenata, tomaron el control y eliminaron a los Ziríes y Hammadíes
Los almohades fueron derrocados por las dinastías bereberes de los Merinídas los Zianidas y los Hafsidas del Magreb.

Origen y desarrollo.

Ibn Tumart  fundador del movimiento, fue proclamado por sus seguidores mahdi («el Imam que ha de venir»), creencia de raíz ideológica chiíta pero también aceptada por el sunnismo, y llamó a todos los musulmanes a retornar a las fuentes primeras de su fe, es decir, el Corán. 
Siguiendo estos principios, se enfrentaron con los almorávides, que habían impuesto una rígida ortodoxia maniquí, pero que apenas habían transformado las costumbres populares poco acordes con el Corán. 
Después de dominar el norte de África, enfrentando a la confederación de tribus bereberes de los masmuda con los lamtunas almorávides, desembarcaron desde 1145 en la Península Ibérica y trataron de unificar las taifas utilizando como elemento de propaganda la resistencia frente a los cristianos y la defensa de la pureza islámica. Por eso su yihad se dirigió por igual contra cristianos y contra musulmanes. En poco más de treinta años, los almohades lograron forjar un poderoso imperio que se extendía desde Santarém en la actual Portugal hasta Trípoli en la actual Libia, incluyendo todo el norte de África y la mitad sur de la Península Ibérica, y consiguieron parar el avance cristiano cuando derrotaron a las tropas castellanas en 1195 en la batalla de Alarcos.
Abu Abdallah Ibn Tumart había nacido en una tribu bereber a fines del siglo XI, en el noroeste de Marruecos, en un ambiente muy austero donde destacó por su capacidad de estudio.
 Hacia los 18 años, emprendió un largo viaje de quince años por el mundo árabe que le llevó a Córdoba, La Meca, Damasco y Bagdad entre otras grandes ciudades. De regreso a su ciudad natal de Sus, emprendió un movimiento de reforma religosa apoyado en tres grandes pilares, y que sintetiza de manera original un gran número de influencias recibidas en el periodo anterior. Estos tres pilares son:
1º.-La necesidad de desarrollar la ciencia y el saber para consolidar la fe 
2º.-La existencia de Dios, que le parece indudable y se percibe a través de la razón 
3º.-La absoluta unidad de Alá, radicalmente distinto de cualquiera de sus criaturas. Criticará la costumbre típica del Islam occidental de asociar lo divino con lo terreno, dotando a Alá de atributos antropomórficos. Dios es un ente puro, casi abstracto, sin ningún atributo que lo acerque a nuestra realidad. 
Esta unicidad absoluta se reflejaba también en su manera de entender la comunidad islámica, que debía estar dirigida por un imam, con carácter de guía y modelo, a quien todos deben obedecer e imitar.
A pesar de los esfuerzos de los gobernantes, la dinastía almohade tuvo problemas desde un principio para dominar todo el territorio de Al-Ándalus, en especial Granada y Levante, donde resistió durante muchos años el famoso Rey Lobo, con apoyo cristiano. Por otro lado, algunas de sus posturas más radicales fueron mal recibidas por la población musulmana de España, ajena a muchas tradiciones bereberes. A principios del siglo XIII había conseguido alcanzar su máxima expansión territorial con la sumisión del actual territorio tunecino y la conquista de las Baleares. 
Poco después, la victoria cristiana en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) marca el comienzo del fin de la dinastía almohade, no sólo por el resultado del encuentro en sí mismo, sino por la subsiguiente muerte del califa al-Nasir y las luchas sucesorias que se produjeron y que hundieron el califato en el caos político.
En 1216-1217, los benimerines se enfrentan a los almohades en Fez. En 1227 Ibn Hud se proclama emir de Murcia, alzándose frente a los almohades. En 1229 se independizan los háfsidas de Túnez.
En 1232 Muhammad I de Granada, conocido como al-Ahmar se proclama emir en Arjona, Jaén, Guadix y Baza. En 1237 es reconocido como emir en Granada.
Un ejército formado por fuerzas de las Órdenes Militares y del obispo de Plasencia puso sitio a la ciudad de Trujillo. Muhammad ibn Hüd acude a la petición de socorro, pero sin hostigar a los sitiadores se retira. La ciudad para ser reconquistada el 25 de enero de 1232 
En 1268 los benimerines gobiernan el Magreb.

Comercio.

En la época de los almohades, los musulmanes, que fueron los primeros en organizar las formas de su comercio en función de las necesidades del tráfico internacional, habían refinado sus métodos, en los que se inspiraron los cristianos. A pesar de las diferencias de religión, a pesar incluso del desarrollo de la carrera, donde el control escapaba a los soberanos africanos, las relaciones e intercambios entre cristianos y musulmanes no dejaron de crecer. 
El Magreb no traficaba sólo con España. Túnez, Bougie, Constantine, Tlemcen y Ceuta (hubo un foundouk marsellés [fundicium marcilliense] en Ceuta en 1236) Los bienes intercambiados con Pisa, Génova, Venecia y Marsella.

Declinar.

El principio de la herencia dinástica desagradó a los líderes tribales, a los cheikhs. Después de una severa derrota cerca Túnez en 1187, el emir debió aliarse con Saladino.
Los estados cristianos de la península Ibérica (el reino de Castilla, el reino de León, el reino de Aragón, el reino de Navarra) y el reino de Portugal se organizan para emprender la Reconquista, en especial, silenciando sus controversias e infligiendo a El-Nasir la derrota de Las Navas de Tolosa 16 de julio de 1212.
En el Magreb, las dinastías locales se imponían, como los Hafsíes en Túnez en 1229; los Abdalwadides en el Magreb central en 1239; o los Merínidas que capturaron en 1244 Meknes en el oeste del Magreb. En Andalucía, los Nazarís de Granada crearon un reino independiente que sobrevivió hasta 1492.
Al mismo tiempo, la Reconquista progresaba a buen ritmo. Córdoba, la ciudad símbolo del Islam hispano, cayó en 1236; Valencia, en 1238; Sevilla, en 1248. Estos retrocesos sucesivos y la desintegración del imperio sonaban a toque de difuntos de la dinastía almohade, que termina con Abû al-`Ula al-Wâthiq Idrîs, después de la toma de Marrakech por los Beni Mérine (Mérinides) en 1269.

El fin de los almohades.

Tras la invasión de Berbería Oriental de los hermanos Ali Yahia Ben Ghania, descendientes de los almorávides que Abdl Mounim había desposeído después de atravesar Argelia victorioso. Los dos hermanos habían establecido un principado en el Djerid; Ali fue asesinado, pero su hermano Yahia comenzó la conquista del centro y norte de Ifriqiya. Se las arregló para apoderarse de Mahdia, de Kairouan y de Túnez en 1202, haciendo prisioneros al gobernador almohade y a sus hijos. Ben Ghagnia saqueó las ciudades, sus jardines y sus animales.
Ante esta situación llena de peligros, el califa Al Nasir, que reinaba en Marrakech, partió a la reconquista de Ifriqia. Entró en febrero de 1206, en Túnez, abandonado por el enemigo, y permaneció allí un año para restablecer la autoridad almohade en todo el territorio. Entonces, antes de regresar a Marruecos, le confió el gobierno de la provincia a uno de sus lugartenientes de confianza, Abdel Ouhaid Abou Hafs el Hentati (forma arabizada del nombre bereber Faska u-Mzal Inti).
El nuevo gobierno había sido investido de amplios poderes: reclutó tropas que eran necesarias para la paz y para la guerra, designó funcionarios del Estado, los cadis. Fue un líder inteligente y enérgico. Después de su muerte, su hijo Abu Zakariya le sucedió en 1228 y un año después de su nombramiento, se declaró independiente del califa de Marrakech, con el pretexto de que había abrazado el sunismo.
Príncipe de una gran dinastía, Abu Zakaria debió de fundar la dinastía hafside que gobernó el Magreb oriental durante tres siglos.

7º.-Tecer periodo de Taifas.

El tercer período taifas (o taifas post almohades) es un período en la historia de Al-Andalus situado entre la dominación almohade, y el establecimiento del Reino de Granada.
Tras el fin del período almohade, marcado por la batalla de las Navas de Tolosa (1212), hubo un corto período denominado terceros reinos de Taifas, que terminó en la primera mitad del siglo XIII con las conquistas cristianas en el Levante de Jaime I de Aragón (Valencia, 1236) y en Castilla de Fernando III el Santo (Córdoba, 1236 y Sevilla, 1248) y perduró en Granada con la fundación del reino nazarí, que no capituló hasta el 2 de enero de 1492, fecha que puso fin a la Reconquista.

(iii).- Reino nazarí de Granada.
Estandarte de reino de granada

Reino nazarí de Granada fue un estado islámico de la Edad Media situado en el sur de la Península Ibérica, con capital en la ciudad de Granada. Fundado en 1238 por el nazarí Muhammed I ibn Nasr, su último rey fue Boabdil el Chico, derrocado por los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492 tras la toma de la ciudad de Granada, que puso fin a la Guerra de Granada. Tras esto fue definitivamente incorporado a la Corona de Castilla como reino cristiano de Granada. El reino nazarí de Granada fue el último estado de al-Ándalus.
El Reino de Granada comprendía parte de las provincias actuales de Córdoba, Sevilla, Jaén, Murcia y Cádiz, y la totalidad de Almería, Málaga y Granada, pero fue reduciéndose hasta que en el siglo XV abarcaba aproximadamente las provincias actuales de Granada, Almería y Málaga. El reino estaba dividido en circunscripciones territoriales y administrativas, denominadas tahas. 
A la frontera entre el reino de Granada y los territorios de la Corona de Castilla se le denominaba la Banda Morisca.
La capital nazarí, Granada, se convirtió en los siglos XIV y XV en una de las ciudades más prósperas de una Europa devastada por la crisis del siglo XIV. Era un centro comercial y cultural de primer orden que llegó a contar con unos 165.000 habitantes y del que se conservan importantísmos edificios como la Alhambra y el Generalife. En el Albaicín vivían los artesanos y el resto de la población ocupó la parte llana hacia el sur, con grandes industrias, aduanas y la madrasa. Hoy en día quedan numerosos vestigios como la Alcaicería, el Corral del Carbón o el trazado de las calles hasta la antigua puerta de Birrambla.
Otras ciudades de importancia eran Almería, aunque su periodo de esplendor había sido en los siglos XI y XII con los reinos de Taifas, Málaga, Guadix y Baza. La comarca de las Alpujarras, si bien no contaba con ninguna ciudad de importancia, era una zona muy poblada y de gran importancia económica para el Reino, situación que perduraría hasta la sublevación de 1568, tras la cual la mayor parte de la población islámica abandonaría la comarca.
Hay pocos datos sobre la organización del estado nazarí y sobre sus instituciones, aunque parece que Alhamar eligió la misma que existía durante el Califato de Córdoba: visires, cadíes, agentes fiscales y, por encima de todos, el malik, legislador con poder absoluto.
Desde sus inicios el reino de Granada fue un reino amigo de la Corona de Castilla, sin embargo posteriormente tuvo que hacerse tributario de ella para mantener su independencia. La monarquía se mantuvo gracias a las concesiones a los castellanos, a la necesidad de éstos de consolidar sus conquistas y a los pactos con los benimerines del Magreb.
. Esta difícil situación se mantuvo gracias a la habilidad política de los reyes granadinos, desde Alhamar hasta Boabdil el Chico. Los reinados más esplendorosos fueron los de Yúsuf I (1333-1354) y Mohámed V (1345-1359), en los que la cultura nazarí alcanzó sus cotas más altas. 
A partir de estos reyes, las luchas dinásticas marcaron la vida del reino, lo que hizo que la existencia del reino dependiera en gran medida de la voluntad de los reyes de Castilla y de las relaciones de equilibrio con los reyes de Aragón. Asimismo sufrió un importante problema de superpoblación.
El reino sobrevivió en esta precaria situación gracias a su favorable ubicación geográfica, tanto para la defensa del territorio como para el mantenimiento del comercio con los reinos cristianos peninusulares, con los musulmanes del Magreb y con los genoveses a través del Mediterráneo, lo que hizo que tuviera una economía diversificada. Sin embargo fue perdiendo territorios paulatinamente frente a la Corona de Castilla, hasta su definitiva desaparición tras la Guerra de Granada, mantenida entre 1482 y 1492. En 1492, durante el gobierno de Boabdil el Chico, los Reyes Católicos pusieron fin al reino sitiando la capital y haciendo que el rey nazarí capitulase ante los soberanos cristianos ese mismo año.

(iv).-Estructura social de Andalus.

El Andalus existían varios grupos sociales:

1º.-Muladíes.

La mayor parte de los musulmanes en España eran muladíes (hispano romanos y visigodos convertidos al islamismo). Solo los habitantes de los pueblos del norte de España se resistieron a la conversión al islamismo e iniciaron la reconquista.
 Las causas de esta conversión masiva fueron:
1).-Preponderancia social: 
Si no se convirtiesen al islamismo serían mal vistos por los musulmanes.
2).-Si se convertían al Islam obtendrían el respeto de todo el pueblo y además no pagarían determinados impuestos.
3).-Los esclavos que se convertían al Islam pasaban a ser libres.
4).-Si se convertían podían tener hasta cuatro mujeres.
5).-se cree muchos arrianos se convertieron al islamismo.
Se llega a loa conclusión de que la religión islámica era muy atractiva, por ello hubo una gran conversión de los cristianos al islamismo.

2º.-Mozárabes.

Mozárabes (del árabe musta'rab, 'arabizado'), es el nombre con el que se conocía a los cristianos que vivían en el reino musulmán de Al-Ándalus.
Los mozárabes gozaban en la sociedad árabe del status legal de dimmíes -que compartían con los judíos- como "no creyentes" en el Islam.
 A efectos prácticos su cultura, organización política y práctica religiosa eran toleradas, y contaban con cierta cobertura legal. Sin embargo, también se veían obligados a tributar impuestos de los que los musulmanes se veían eximidos, además de contar con otro tipo de restricciones, pues no se destruían las iglesias ya edificadas pero no se permitía construir otras ni arreglar las ya existentes. 
A medida que la cultura islámico-oriental arraigó en los territorios peninsulares dominados por los musulmanes, los mozárabes se fueron arabizando y muchos de ellos, por diversos motivos, se convirtieron al islam. Los motivos eran tanto religiosos como fiscales, dejando de ser mozárabes y pasando a ser designados muladíes. Como algunos autores señalan, la legislación islámica protegía a los grupos "ajenos", pero favorecía su integración en el Islam con medidas de orden muy diverso. 
Ante esa situación los más intransigentes promovieron revueltas militares contra los invasores musulmanes y en su mayoría emigraron a los núcleos cristianos. Hasta el siglo XI la comunidad mozárabe vivió un periodo de relativa tranquilidad, pero a partir de ese momento, con la llegada de los Almorávides primero, y de los Almohades después, la tolerancia fue disminuyendo y acabaron por ser masacrados, esclavizados y expulsados por estos últimos.
 La actividad mozárabe en sus contactos con los reinos cristianos, y más aún con su definitiva deportación, contribuyó a la difusión de los conocimientos científicos y artísticos orientales por los territorios.
Los árabes iniciaron la invasión de la Península el año 711, encontrando al pueblo hispano-romano-visigodo que había heredado, reformándolos, los principios sociales y legales de la época romana, combinados con el cristianismo. Los hispano-romanos e hispano-godos defendieron con las armas su identidad como pueblo y como comunidad cristiana aunque se sabe de numerosos casos en que los nobles cristianos cooperaron en colaboracionismo contra los mismos cristianos de otros reinos.
El carácter inestable de las fronteras y la prolongada presencia árabe en la Península Ibérica favorecieron la integración entre culturas muy diversas entre sí. Dado el carácter eminentemente religioso de la sociedad islámica, con la progresiva integración (no sólo lingüística y legal, sino también religiosa y cultural) se facilitó que con el paso del tiempo los herederos de la sociedad preislámica pasasen a adquirir la consideración de musulmanes. La conversión, por tanto, representaba mucho más que un gesto de índole religiosa. 
De cualquier modo, se han documentado igualmente casos de "falsas conversiones",aunque en su mayoría -y motivados por razones socioeconómicas y culturales, o por simple olvido de la antigua religión- los cristianos fueron asimilándose progresivamente al Islam, si bien por la superioridad cultural que en aquellos siglos adquirieron los árabes, los cristianos dominados por los musulmanes, se arabizaron culturalmente por lo que fueron llamados mozárabes (arabizados), aunque siguieron siendo cristianos.
Este proceso fue, por lo general, pacífico, aunque las reclamaciones de la comunidad cristiana solían verse desdeñadas por los juristas islámicos y en alguna ocasión la parcialidad legal provocó revueltas, motines y martirios voluntarios. Del mismo modo, la autoridad árabe presionaba a los cristianos para facilitar su asimilación: La persecución del Islam contra los cristianos fue a veces violenta, como sucedió especialmente en el Sur del país, o en Toledo.
3º.-los judíos.
La Diáspora del pueblo judío, acontecida en el año 70 d.C al desaparecer Israel como nación, provocó que sus habitantes se dispersasen por todo el Imperio Romano, Ilevando su religión, su cultura, y su forma integral de vida profundamente influenciadas por el Antiguo Testamento. 
Esta vinculación entre el pueblo judío y sus textos sagrados aparece en las fuentes jurídicas de cada uno de los reinos, en los que se instalan como en el Código de las Siete Partidas -VII, 24-: Judío es dicho aquel que cree et tiene la Ley de Moisem según suena la letra, et que se circuncida et face las otras cosas que manda esa Ley. 
La Sinagoga -templo hebreo- es el centro de la vida religiosa, cultural y comunal de las agrupaciones judías cuyas instituciones se acomodan a los dictados y prescripciones del Talmud, texto fundamental de los judíos en la Diáspora. 
Judíos en España.

Ha querido probarse la presencia de comunidades judías en la Península Ibérica con anterioridad a la época romana, en el tiempo de los fenicios, pero a diferencia de éstos, los hebreos nunca fueron navegantes, ni ejercieron el comercio marítimo. Sin embargo, si se tiene noticia de la presencia en la Península Ibérica de comunidades judías durante la dominación romana, como lo prueban las lápidas de Tortosa, Adra y Mérida. 
En el Concilio de Elvira (292 - 314), se diferencia entre cristiano y judío. Tras las invasiones germánicas, los arrianos fueron tolerantes con los judíos, pero al convertirse el Reino Visigodo al Catolicismo se pretenderá la conversión general de los judíos, y comenzarían las medidas restrictivas en el III Concilio de Toledo -589- cuyo Canon XIV establece que un judío no puede contraer matrimonio con cristiana, ni poseer esclavos cristianos, ni ejercer cargos públicos. 
Aquellas disposiciones no fueron sino el comienzo de una legislación antijudía que se desarrolla en los XII y XIII Concilios de Toledo, que establecerán la castración para quien circuncide o se deje circuncidar, y sobre todo en el XVII Concilio, que les prohíbe ejercer cargos públicos y permite separar a los hijos de sus padres para educarlos en la religión católica. Por estas razones, suele darse por cierto una estrecha colaboración de los judíos hispanos con los africanos, quienes participarán en la preparación de la conquista de España por los musulmanes. 
En todo caso, en la España musulmana los judíos adquirirán enorme relieve como muestra el gran paso del Talmud de la Academia de Oriente de Sura a Occidente en la Escuela de Córdoba. En la capital del Emirato y el Califato aparecerán figuras sobresalientes como Maimónides, Ian Gabirol, Ben Ezra, y Yehuda ha- Leví. 
Sin embargo, los almorávides y los almohades serán implacables con las comunidades judías clausurando los centros judaicos de Sevilla y Lucena, y obligados los hebreos a huir, teniendo que refugiarse en los reinos cristianos y sobre todo en Toledo.

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