Profesora

Dra. Mafalda Victoria Díaz-Melián de Hanisch

sábado, 20 de marzo de 2021

La casa de los Borbones.-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Paula Flores Vargas;Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Paula Flores Vargas; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo;  Soledad García Nannig; Ricardo Matias Heredia Sanchez;  Soledad García Nannig; Katherine Alejandra Del Carmen  Lafoy Guzmán; 

 (iv).-La casa de los Borbón.


Luis XIV proclama a Felipe de Anjou como nuevo rey de España, el 16 de noviembre de 1700, en su gabinete de Versalles. Óleo por F. Gérard. Siglo XIX
El cambio de dinastía.

La muerte sin descendencia del rey Carlos II provocó el agotamiento de la dinastía de los Austrias en España y el estallido de la crisis sucesoria en la Corona. El monarca era estéril y sufría problemas de salud crónicos debido en gran medida a la política de consanguineidad de la familia de los Austrias.
 Las potencias europeas negociaron la sucesión de Carlos II al trono español, antes de su fallecimiento, para evitar la unificación de las Coronas de Francia y España. En el Primer Tratado de Partición (1698), Inglaterra y Francia acordaron en La Haya el nombramiento de José Fernando de Baviera como futuro rey de España, y el reparto del Imperio hispánico entre Francia y el Sacro Imperio Romano-Germánico. En el Segundo Tratado de Partición (1699), Inglaterra, Francia, el Sacro Imperio y las Provincias Unidas aprobaron en Londres la elección del archiduque Carlos de Habsburgo como futuro rey de España, tras la muerte de José Fernando de Baviera, y la entrega de su Imperio italiano a Francia.
Rey Carlos II cambió el rumbo de la Historia con el nombramiento del duque de Anjou, Felipe de Borbón, como heredero al trono mediante testamento promulgado el 3 de octubre de 1700.
 "Reconociendo que subsiste el derecho de la sucesión en el pariente más inmediato, conforme a las leyes de estos reinos, y que se verifica en el hijo segundo del delfín de Francia. Por tanto, declaro ser mi sucesor al duque de Anjou, Felipe de Francia, y como tal le llamo a la sucesión de todos mis reinos y dominios. Y mando y ordeno a todos mis súbditos y vasallos que le reconozcan por su rey y señor natural y se le de sin la menor dilación la posesión actual, precediendo el juramento que debe de hacer observar las leyes, fueros y costumbres de mis reinos y señoríos".

 Los dos pretendientes al trono español mantenían lazos familiares con el monarca Carlos II, fallecido el 1 de noviembre de 1700. Felipe de Borbón era nieto de los reyes de Francia, Luis XIV y María Teresa de Austria (infanta de España), y el archiduque Carlos de Habsburgo era sobrino de la reina de España Mariana de Neoburgo e hijo del emperador del Sacro Imperio Leopoldo I. En el resto de Europa, Francia aceptó el testamento para el establecimiento de una alianza franco-española en política internacional. "Nuestro pensamiento se aplicará a restablecer la monarquía de España en el más alto grado de gloria alcanzado jamás. Aceptamos en favor de mi nieto, el duque de Anjou, el testamento del difunto Rey católico", afirmó Luis XIV, 'el Rey Sol'.
Inglaterra, el Sacro Imperio y las Provincias Unidas sellaron la Gran Alianza (1701) para apoyar la candidatura del pretendiente Carlos de Habsburgo. Los aliados declararon la guerra a España y Francia (1702), debido a la negativa de Luis XIV a renunciar a una futura unión de las dos Coronas. En España, la Corona de Castilla acató la voluntad de Carlos II y juró a Felipe V como su rey y la de Aragón rechazó el testamento, debido a las ideas centralizadoras del nuevo monarca, y optó por el candidato Habsburgo a cambio del respeto a los fueros de los reinos de la Corona.
La crisis desembocó en la Guerra de Sucesión (1700-13), un conflicto civil en España por el enfrentamiento entre las Coronas de Castilla y Aragón e internacional por la implicación de las principales potencias del mundo. Portugal, Brandenburgo y Saboya, en 1703, se unieron a la Gran Alianza en favor del archiduque Carlos de Habsburgo. La rebelión de los territorios de la Corona aragonesa permitió la proclamación del archiduque como rey de Cataluña, Valencia (1705), Aragón y Mallorca (1706). En el frente español, la iniciativa militar correspondió a la Gran Alianza. Los aliados dominaron la guerra naval en virtud de la superioridad de la flota anglo-holandesa sobre la franco-española y lograron la conquista de Gibraltar (1704).
El triunfo de borbones en la batalla de Almansa (25 de abril de 1707), permitió, la conquista de los reinos de Valencia, primero, y Aragón, después, en 1707. Los austracistas recuperaron temporalmente el control sobre el principado de Cataluña y el reino de Aragón con sus victorias en las batallas de Almenar y Zaragoza (1710). La respuesta militar del ejército borbónico del duque de Vendome aseguró su victoria final en la Guerra de Sucesión con los triunfos en las batallas de Brihuega y Villaviciosa (1710). Además, el ascenso del archiduque Carlos de Habsburgo al trono del Sacro Imperio en 1711 provocó el abandono militar de la causa austracista en España. El principado de Cataluña persistió en la resistencia antiborbónica, a pesar de la renuncia de Carlos VI de Habsburgo a la Corona española. El ejército borbón selló su victoria en el frente español de la Guerra de Sucesión con la toma de Barcelona (11 de septiembre de 1714), tras un asedio de dos meses a la Ciudad Condal. Sin embargo, el desarrollo del conflicto tuvo un desenlace distinto en el frente de guerra europeo. La Gran Alianza derrotó a las tropas francesas del 'Rey Sol'.
En la Paz de Utrecht (1713), las potencias europeas reconocieron a Felipe V como monarca de España a cambio de su renuncia a la Corona francesa; España concedió a Inglaterra la soberanía sobre el Peñón de Gibraltar y la isla de Menorca, el derecho de asiento y el navío de permiso en América y entregó los Países Bajos Españoles, el Milanesado y el reino de las Dos Sicilias al Sacro Imperio, y Cerdeña al ducado de Saboya.

Las reforma y recuperación (1713–1806)
Felipe V

Felipe V

Felipe V de Borbón, llamado el Animoso (Versalles, 19 de diciembre de 1683 - Madrid, 9 de julio de 1746), fue rey de España desde el 16 de noviembre de 1700 hasta su muerte en 1746, con una breve interrupción (comprendida entre el 16 de enero y el 5 de septiembre de 1724) por causa de la abdicación en su hijo Luis I, prematuramente fallecido el 31 de agosto de 1724.
Su reinado de 45 años y 3 días  es el más prolongado en la historia de este país. El nuevo rey no fue excesivamente bien recibido en España, aparte de los retrasos en su entrada en Madrid por el mal tiempo y las continuas recepciones, los cortesanos comenzaron a ver que era abúlico, casto, piadoso, muy seguidor de los deseos de su confesor y melancólico, redactándose una copilla:
"Anda, niño, anda,
Porque el cardenal lo manda." ( esta canción sátira a la fuerte influencia del cardenal  Portocarrero, al comienzo de su reinado.)
Pero Felipe V no tenía intención de acaparar España para él y sus allegados como pretendió hacer Felipe el Hermoso, él quería ser un buen monarca pese a las muchas diferencias que tenía con su nuevo pueblo. Tanto es así que tras el famoso discurso que pronunció el marqués de Castelldosrius, embajador de España en Francia, Felipe no comprendió nada, ni siquiera la famosa frase «Ya no hay Pirineos»; porque no sabía español y fue su abuelo Luis XIV quien debió interceder por él; pero al finalizar su réplica al embajador, el Rey Sol le dijo al futuro rey «Sed un buen español». Aquel joven de 17 años cumplió toda su vida con aquel mandato.
El deseo de las otras potencias por España y sus posesiones no podía quedar zanjado con el testamento real. Por lo que los confrontamientos eran casi inevitables; el Archiduque Carlos de Austria no se resignó, lo que dio lugar a la Guerra de Sucesión (1702–1713).
Esta guerra y las negligencias cometidas en ella llevaron a nuevas derrotas para las armas españolas, llegando incluso al propio territorio peninsular. Así se perdió Orán, Menorca y la más dolorosa y prolongada: Gibraltar, donde había únicamente 50 españoles defendiéndolo contra la flota anglo-holandesa.
El rey Felipe V no estaba preparado para dirigir el imperio más grande de aquel momento y él lo sabía; pero también sabía rodearse de las personas más preparadas de su época. Así los monarcas Borbones y los hombres que vinieron con ellos trajeron un proyecto para el Imperio español y un deseo de fundirse con él; por ejemplo Alejandro Malaspina decía que se sentía «Un italiano en España y un español en Italia», Carlos III mandó esculpir estatuas de todos los reyes y dignatarios españoles desde los visigodos como heredero que se sentía de ellos, el marqués de Esquilache se molestaba cuando los nobles españoles no le tuteaban como era la costumbre o, por las tardes, tomaba chocolate, tradición que diferenciaba a la corte española de otras europeas; pero el más claro quizá fuese Felipe V delante de su abuelo Luís XIV, cuando tenía ante sí una posibilidad en el futuro de volver a Francia como rey de un país en auge en lugar de otro en decadencia como era España, dicen que respondió: "Está hecha mi elección y nada hay en la tierra capaz de moverme a renunciar a la corona que Dios me ha dado, nada en el mundo me hará separarme de España y de los españoles."
En el Tratado de Utrecht (11 de abril de 1713), las potencias europeas decidían cuál iba a ser el futuro de España en cuanto al equilibrio de poder. El nuevo rey de la casa de Borbón, Felipe V, mantuvo el imperio de ultramar, pero cedió Sicilia y parte del Milanesado a Saboya; y Gibraltar y Menorca a Inglaterra y los otros territorios continentales (los Países Bajos españoles, Nápoles, Milán y Cerdeña) a Austria. Además significó la separación definitiva de las coronas de Francia y España, y la renuncia de Felipe V a sus derechos sobre el trono francés. Con esto, el Imperio le daba la espalda a los territorios europeos. Asimismo, se garantizaba a Inglaterra el tráfico de esclavos durante treinta años («asiento de negros»).

La reforma del Imperio.

Con el monarca Borbón se modificó toda la organización territorial del Estado con una serie de decretos llamados Decretos de Nueva Planta eliminándose fueros y privilegios de los antiguos reinos peninsulares y unificándose todo el Estado Español al dividirlo en provincias llamadas Capitanías Generales a cargo de algún oficial y casi todas ellas gobernadas con las mismas leyes; con esto se consiguió homogenizar y centralizar el Estado Español utilizando el modelo territorial de Francia.
Por otra parte con Felipe V llegaron ideas mercantilistas francesas basadas en una monarquía centralizada, puesta en funcionamiento en América lentamente. Sus mayores preocupaciones fueron romper el poder de la aristocracia criolla y también debilitar el control territorial de la Compañía de Jesús: los jesuitas fueron expulsados de la América española en 1767. Además de los ya establecidos consulados de Ciudad de México y Lima, se estableció el de Vera Cruz.
Entre 1717 y 1718 las instituciones para el gobierno de las Indias, el Consejo de Indias y la Casa de la Contratación, se trasladaron de Sevilla a Cádiz, que se convirtió en el único puerto de comercio con las América.
Los órganos ejecutivos fueron reformados creando las secretarías de estado que serían el embrión de los ministerios. Se reformó el sistema de aduanas y aranceles y el contributivo, se creó el catastro (pese a no llegar a reformarse totalmente la política contributiva) se reestructuró el Ejército de Tierra en regimientos en lugar de en tercios...; pero quizá el gran logro fue la unificación de las distintas flotas y arsenales en la Armada  A estas reformas se dedicaron hombres como José Patiño, José Campillo o Zenón de Somodevilla, que fueron ejemplos de meritocracia y algunos de los mejores expertos en material naval de su época.
A estas reformas le siguió una nueva política expansionista que buscaba recuperar las posiciones perdidas. Así, en 1717 la armada española recobró Cerdeña y Sicilia, que tuvo que abandonar pronto ante la coalición de Austria, Francia, Gran Bretaña y Holanda, que vencieron en Cabo Pessaro.
Sin embargo la diplomacia española, apoyada por los Pactos de Familia con sus parientes franceses, lograría que la corona del Reino de las Dos Sicilias recayera en el segundo hijo del rey español. La nueva rama dinástica sería conocida posteriormente como Borbón-Dos Sicilias.

Las guerras coloniales durante el siglo XVIII.

Una de las victorias españolas más importantes de todo el periodo colonial en América, y sin duda la más trascendente del Siglo XVIII, fue la de la Batalla de Cartagena de Indias en 1741 (ver Guerra de la Oreja de Jenkins) en la que una colosal flota de 186 buques ingleses con 23.600 hombres a bordo atacaron el puerto español de Cartagena de Indias (hoy Colombia). Esta acción naval fue la más grande de la historia de la marina inglesa, y la segunda más grande de todos los tiempos después de la Batalla de Normandía.
Tras dos meses de intenso fuego de cañón entre los buques ingleses y las baterías de defensa de la Bahía de Cartagena y del Fuerte de San Felipe de Barajas, los asaltantes se batieron en retirada tras perder 50 navíos y 18.000 hombres. La acertada estrategia del gran almirante español Blas de Lezo fue determinante para contener el ataque inglés y lograr una victoria que supuso la prolongación de la supremacía naval española hasta principios del siglo XIX.
Tras la derrota, los ingleses prohibieron la difusión de la noticia y la censura fue tan tajante que pocos libros de historia ingleses contienen referencias a esta trascendental contienda naval. Incluso en nuestros días poco se sabe de esta gran batalla, frente al muy conocido episodio de Trafalgar o incluso al de la Armada invencible.
España también se enfrentó con Portugal por la Colonia del Sacramento en el actual Uruguay, que era la base del contrabando británico por el Río de la Plata. En 1750 Portugal cedió la colonia a España a cambio de siete de las treinta reducciones guaraníes de los jesuitas en la frontera con Brasil. Los españoles tuvieron que expulsar a los jesuitas, generando un conflicto con los guaraníes que duró once años.
El desarrollo del comercio naval promovido por los Borbones en América fue interrumpido por la flota británica durante la Guerra de los Siete Años (1756–1763) en la que España y Francia se enfrentaron a Gran Bretaña y Portugal por conflictos coloniales. Los éxitos españoles en el norte de Portugal se vieron eclipsados por la toma inglesa de La Habana y Manila. Finalmente, el Tratado de París (1763) puso fin a la guerra. Con esta paz, España recuperó Manila y La Habana, aunque tuvo que devolver Sacramento. Además Francia entregó a España la Luisiana al oeste del Misisipi, incluida su capital, Nueva Orleáns, y España cedió la Florida a Gran Bretaña.
En cualquier caso, el siglo XVIII fue un periodo de prosperidad en el imperio de ultramar gracias al crecimiento constante del comercio, sobre todo en la segunda mitad del siglo debido a las reformas borbónicas. Las rutas de un solo barco en intervalos regulares fueron lentamente reemplazando la antigua costumbre de enviar a las flotas de Indias, y en la década de 1760, había rutas regulares entre Cádiz, La Habana y Puerto Rico, y en intervalos más largos con el Río de la Plata, donde se había creado un nuevo virreinato en 1776. El contrabando, que fue el cáncer del imperio de los Habsburgo, declinó cuando se pusieron en marcha los navíos de registro.
En 1777 una nueva guerra con Portugal acabó con el tratado de San Ildefonso, por el que España recobraba Sacramento y ganaba las islas de Annobon y Fernando Poo, en aguas de Guinea, a cambio de retirarse de sus nuevas conquistas en Brasil.
Posteriormente, dos hechos conmocionaron la América española y al mismo tiempo demostraron la elasticidad y resistencia del nuevo sistema reformado: el alzamiento de Túpac Amaru en Perú en 1780 y la rebelión en Venezuela. Las dos, en parte, eran reacciones al mayor centralismo de la administración borbónica.
En la década de 1780 el comercio interior en el Imperio volvió a crecer y su flota se hizo mucho mayor y más rentable. El fin del monopolio de Cádiz para el comercio americano supuso el renacimiento de las manufacturas españolas. Lo más notable fue el rápido crecimiento de la industria textil en Cataluña, que a finales de siglo mostraba signos de industrialización con una sorprendente y rápida adopción de máquinas mecánicas para hilar, convirtiéndose en la más importante industria textil del Mediterráneo. Esto supuso la aparición de una pequeña pero políticamente activa burguesía en Barcelona. La productividad agraria se mantuvo baja a pesar de los esfuerzos por introducir nueva maquinaria para una clase campesina muy explotada y sin tierras.
La recuperación gradual de las guerras se vio de nuevo interrumpida por la participación española en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (1779–1783), en apoyo de los Estados sublevados y los consiguientes enfrentamientos con Gran Bretaña. El Tratado de Versalles de 1783 supuso de nuevo la paz y la recuperación de Florida y Menorca (consolidando la situación, puesto que habían sido recuperadas previamente por España) así como el abandono británico de Campeche y la Costa de los Mosquitos en el Caribe. Sin embargo, España fracasó al intentar recuperar Gibraltar después de un duradero y persistente sitio, y tuvo que reconocer la soberanía británica sobre las Bahamas, donde se habían instalado numerosos partidarios del rey procedentes de las colonias perdidas, y el Archipiélago de San Andrés y Providencia, reclamado por España pero que no había podido controlar.
Mientras, con la Convención de Nutka (1791), se resolvió la disputa entre España y Gran Bretaña acerca de los asentamientos británicos y españoles en la costa del Pacífico, delimitándose así la frontera entre ambos países. También en ese año el Rey de España ordenó a Alejandro Malaspina buscar el Paso del Noroeste (Expedición Malaspina).

España hacia 1800.

Las reformas económicas e institucionales produjeron sus frutos, militarmente hablando, cuando se derrotó a los ingleses durante la Guerra de la oreja de Jenkins en su intento de conquistar la estratégica plaza de Cartagena de Indias.
Como resultado, la España del XVIII fue una potencia de nivel medio en los juegos de poder, sin su antiguo nivel de superpotencia. Su extenso imperio en las Indias le daba una notable relevancia y, aunque era mayor en Europa la importancia de Francia, de Inglaterra o de Austria, aún mantenía la más importante flota del mundo y su moneda era la más fuerte.
A pesar de que el imperio español no había recuperado su antiguo esplendor, sí se había rehecho considerablemente de los días oscuros de principios de siglo, en los que estaba a merced de otras potencias. El ser un siglo principalmente pacífico bajo la nueva monarquía, permitió reconstruir y comenzar un largo proceso de modernización de las instituciones y la economía. El declive demográfico del XVII se había invertido, aunque fue necesario incentivar las inmigraciones de otros países europeos, fundamentalmente de alemanes y suizos. Pero todo iba a quedar ensombrecido por el tumulto que iba a ocupar a Europa con el cambio de siglo: las Guerras Revolucionarias Francesas y las Guerras Napoleónicas.

(v).-El fin del Imperio global (1808–1898)

Tras la Revolución francesa de 1789, España se unió a los países que se aliaron para combatir la revolución. Un ejército dirigido por el general Ricardos reconquistó el Rosellón, pero apenas unos años después, en 1794 las tropas francesas les expulsaron e invadieron territorio español. El ascenso de Godoy a primer ministro supuso una política de apaciguamiento con Francia: con la paz de Basilea de 1795 se logró la retirada francesa a cambio de la mitad de la Española (lo que hoy en día es Haití).
En 1796 el tratado de San Ildefonso supuso la alianza con la Francia napoleónica contra Gran Bretaña, lo que supuso la unión de sus respectivas fuerzas armadas. El combate naval del cabo de San Vicente fue una victoria relativa para los británicos, que no supieron aprovechar, aunque en Cádiz y Santa Cruz de Tenerife la flota británica sufrió sendos fracasos. Lo más reseñable fue la pérdida de Isla Trinidad (1797) y Menorca. En 1802, se firmó la Paz de Amiens, tregua que permitió a España recobrar Menorca.
Pronto se reanudaron las hostilidades, desarrollándose el proyecto napoleónico de una invasión a través del Canal de la Mancha.  Sin embargo, la destrucción de la flota aliada franco-española en la Batalla de Trafalgar (1805) arruinó el plan y minó la capacidad de España para defender y mantener su imperio. Tras la derrota de Trafalgar, España se encontró sin una Armada capaz de enfrentarse a la inglesa, y se cortó la comunicación efectiva con ultramar.
Mientras las sucesivas coaliciones eran derrotadas una y otra vez por Napoleón Bonaparte en el continente, España libró una guerra menor contra Portugal (Guerra de las Naranjas) que le permitió anexionarse Olivenza. En 1800 Francia recobró Luisiana. Cuando Napoleón decretó el Bloqueo Continental, España colaboró con Francia en la ocupación de Portugal, país que desobedeció el bloqueo. Así las tropas francesas entraron en el país, acuartelándose unidades en guarniciones de la frontera.
En 1808 Napoleón se aprovechó de las disputas entre el rey español Carlos IV y su hijo, el futuro Fernando VII, y consiguió que estos le cediesen el trono, de modo que España fue tomada por Napoleón sin disparar ni una bala.
Entonces se produjo el levantamiento popular del 2 de mayo de 1808. Los españoles rebeldes a Napoleón se desplazaron al sur de España y comenzaron la conocida como Guerra de la Independencia Española que tendría un momento de optimismo con la derrota de los ejércitos franceses en la Batalla de Bailén al mando del general Castaños (la primera derrota de un ejército de Napoleón), que los españoles no supieron aprovechar, pues se desmovilizaron a continuación. El posterior contraataque francés capitaneado por Napoleón restableció la autoridad de su hermano José I de España, al que nombró rey. Los enfrentamientos continuaron, ahora con la aparición de la «guerra de guerrillas». Cuando con la ayuda inglesa España logró expulsar a los franceses, y tras la Batalla de Waterloo, Fernando VII recuperó el trono, tuvo que enfrentarse con la independencia de las colonias.

La independencia de las colonias americanas.

Después de sucesivas insurrecciones a lo largo de toda la era colonial desde el seno de la propia monarquía se formulan proyectos españoles para la independencia de América, sin embargo la Independencia Hispanoamericana comenzó a desencadenarse cuando emergen las disputas por el trono entre el rey español Carlos IV y su hijo, el futuro Fernando VII, que fueron aprovechadas por Napoleón para intervenir e imponer las llamadas «abdicaciones de Bayona» de 1808, por las cuales ambos renunciaron sucesivamente al trono de España en favor finalmente de José Bonaparte, luego de lo cual Fernando quedó cautivo. De manera que la intervención francesa desencadenó un levantamiento popular conocido como Guerra de la Independencia Española (1808–1814) que trajo incertidumbre sobre cuál era la autoridad efectiva que gobernaba España.
Ante la ausencia de una autoridad cierta en España y el cautiverio de Fernando VII, los pueblos hispanoamericanos, muchas veces bajo la dirección de los criollos, comenzaron una serie de insurrecciones desconociendo a las autoridades coloniales, que en las reformas previas habían quedado reducidas a meros agentes de un gobierno ahora en entredicho. El 5 de agosto de 1808 se reunió en Ciudad de México la primera junta revolucionaria a la que le siguieron levantamientos en todo el continente para formar juntas de autogobierno.
Las autoridades españolas en América y luego el rey Fernando VII al recuperar la corona española en 1814, negaron legitimidad a las juntas de autogobierno americanas.El virrey Fernando de Abascal, y Pablo Morillo jefe de la expedición pacificadora, fueron los principales organizadores de la defensa de la monarquía española.
Los movimientos populares de las colonias españolas profundizaron las insurrecciones para enfrentarse abiertamente al rey español en una guerra de alcance continental con el objetivo de establecer estados independientes, que generalmente devinieron en regímenes republicanos.
En las Guerras de Independencia Hispanoamericana se destacaron Simón Bolívar y José de San Martín, llamados Libertadores, que condujeron los ejércitos insurrectos que derrotaron definitivamente a las tropas leales a la monarquía española, llamadas Realistas, en la batalla de Ayacucho en 1824.
A partir de la década de 1810, y luego de complejos procesos políticos, las colonias españolas en América formaron los actuales estados hispanoamericanos. El expansionismo estadounidense se hizo presente tanto sobre los últimos restos del Imperio español forzándose la compra de Florida por cinco millones de dólares en el año 1821.

(vi).-El legado del imperio español.

Por la gran extensión de Imperio español por todo el mundo, su legado cultural es grande y fuerte.
Desde América del norte hasta América sur, se puede encontrar el legado de dicho Imperio colonial. La lengua española, tras el chino mandarín, es la lengua más hablada del mundo por el número de hablantes que la tienen como lengua materna.
Es también idioma oficial en varias de las principales organizaciones político-económicas internacionales. Lo hablan como primera y segunda lengua entre 450 y 500 millones de personas, pudiendo ser la tercera lengua más hablada considerando los que lo hablan como primera y segunda lengua.
Por otro lado, el español es el segundo idioma más estudiado en el mundo tras el inglés, con al menos 17,8 millones de estudiantes, si bien otras fuentes indican que se superan los 46 millones de estudiantes distribuidos en 90 países.
Los países hispanoamericanos  heredaron el derecho, la literatura española, y costumbres españolas. Este es un gran aporte del imperio.

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El derecho romano I a

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