Profesora

Dra. Mafalda Victoria Díaz-Melián de Hanisch

miércoles, 6 de enero de 2021

Romanización jurídica de iberia II; Luis Alberto Bustamante Robin

 

Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Meléndez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti;  Ricardo Matías Heredia Sánchez; Alamiro Fernández Acevedo;  Soledad García Nannig; Katherine Alejandra Del Carmen  Lafoy Guzmán; 


Derecho romano y el  derecho romano hispano.

camila del carmen gonzález huenchuñir


Derecho romano es el conjunto de normas emanadas de los órganos legislativos romanos a lo largo de la existencia de Roma. 
El derecho provincial hispánico es aquella pequeña parte del derecho romano que se destina al gobierno específico de Hispania. 

Hay varios tipos de leyes que se aplicaron solamente a hispania:

1º.-Lex provinciae.

La ley provincial de Hispania no se conserva, pero se sabe gracias a un texto de Apiano de mediados del siglo II a.C. que a Hispania vinieron los diez senadores que solían ir a Las provincias para crear la lex provinciae. Esta ley se supone que se enumeraba todas las ciudades de Hispania, las catalogaba por su condición (libres, federadas,...), establecía las misiones de los magistrados y la organización de las ciudades. Se sabe que en esta época, Hispania estaba dividida en dos provincias (Ulterior y Citerior), con lo cual cabe de esperar que hubiera dos leyes provinciales.

Cada provincia dictaba leyes locales.

2º.-Leyes coloniales.

 Conservamos la Ley de Urso, promulgada por Marco Antonio en el 44 a.C. Se trata de una tabla de bronce en la que se conservan unos cincuenta capítulos, que nos dan una descripción del gobierno de esa colonia.

3º.-Leyes municipales.

Sabemos que hubo una llamada Lex Flavia municipalis, otorgada por emperador Domiciano hacia el año 90 a.C., para que los municipios indigenas se organicen al modo y manera de los romanos. No se conserva, pero sabemos que era semejante a la Lex Iulia de Augusto para los italianos, que sí se conserva. 
En España se conservan tres leyes municipales, que son prácticamente copias de la Lex Flavia:
  • -Lex Malacitana (Ley de Málaga).
  • -Lex Salpensana (ley de Salpensa).
  • -Lex Irnitana (Ley de Irni).
Leyes de distritos mineros: conservamos los Bronces de Vipasca I y Vipasca II, que tratan sobre la explotación minera de la Península, su organización, etc. En estas leyes también se decía que las minas eran titularidad del estado. 
Además de todo esto, también había senadoconsultos (no se conservan), constituciones imperiales (se conservan unas treinta), disposiciones de las curias municipales, ordenanzas procesales (Bronce de Bonanza y Bronce de Contrevia), etc.
Calidad jurídica de las  ciudades dentro orbe romano se clasificaban en:

Hay varios tipos de ciudades dentro del orbe romano:
  • A).-Ciudades Dedicticias.
Habían resistido y tras ser derrotadas son destruidas y sus habitantes vendidos como esclavos.
  • B).-Ciudades Estipendiarias.
Habían resistido y al ser derrotadas son respetadas pero deben pagar unos impuestos a Roma (estipendium).
  • C).- Ciudades Libres o inmunes.
Eran libres y no pagaban nada a Roma, pero no tenían ningún pacto que garantizase su libertad.
  • D).-Ciudades Federadas.

Eran aliadas de Roma y tenían un pacto que ratificaba esta alianza.
Con la palabra latina foederatus (plural foederati), se denominaba en los primeros tiempos de la historia de la antigua República romana a cualquier tribu que hubiese suscrito a un tratado (foedus), que no era ni colonia romana ni se le había concedido la ciudadanía romana (civitas), pero de la que se esperaba que proporcionara un contingente de soldados cuando hubiera problemas. Se consideraba a los latini aliados de sangre de los romanos, pero el resto eran federados o socii.
Procede pues de la palabra latina foedus, que designa a un tratado solemne y vinculante de asistencia mutua a perpetuidad entre Roma y otra nación. 
Durante la República romana, las fricciones originadas por las obligaciones subyacentes a estos tratados sin los correspondientes beneficios de ciudadanía condujeron a una guerra social entre los romanos, con pocos aliados cercanos, y estos socii desafectos.
Una ley del año 90 a.C. (la Lex Julia) ofreció la ciudadanía romana a los estados federados que aceptaran las condiciones. No todas las ciudades (por ejemplo, Heraclea y Nápoles) estaban preparadas para incorporarse a la res publica romana en calidad de ciudadanos. 
Más allá de Italia permanecían otros muchos foederati, entre los que podemos destacar: Gades (Cádiz) o Ebusus (Ibiza) en España y Massalia (Marsella) en Francia.

Las colonias y municipios romanos 

Poco a poco Roma fue creando colonias y municipios en toda la península.
 Las colonias eran fundadas por ciudadanos romanos, habitadas por ellos y gobernadas por sus leyes. 
Los municipios eran ciudades romanas habitadas por latinos. Estos municipios ya existían y son romanizados.

Leyes de colonias y municipios hispánicos.

En España existen dos leyes fundamentales: - La ley de Urso (de carácter colonial) - La lex flavia municipalis (ley municipal)

Las leyes ordenadoras de colonias y municipios fueron leges datae, es decir, dadas directamente por un magistrado autorizado a ello por los comicios en virtud de una ley comicial. Aun conservándose otras leyes no españolas cabe afirmar que los textos hallados en la Península constituyen una fuente básica para el conocimiento de ese vasto fenómeno que fue la romanización jurídica provincial.

Lexes Datas.

Son leyes dictadas por los magistrados para los municipios y colonias de España, sin intervengan despueblo romano. No participaron en elaboración personas que someterán a esas leyes. Estas leyes reglamentaban los municipios. Se organizaban provincias y otorgaban ciudadanía. 
Las redactaban los magistrados, generales vencedores, emperador.

Ejemplo de leyes dictaron en España:
  • 1º.-La Lex Flavia Malacitana, también conocida como Lex Malaca, es un compendio de cinco tablas compuestas por estatutos jurídicos que establecen el paso de la ciudad romana de Malacca (Málaga) de ciudad federada a municipio de pleno derecho en el Imperio romano.
La romanización de Málaga fue como en toda la mayoría el sur de la Hispania Ulterior pacífica y llevada mediante pactos, Foedus aequum, de cierta amistad e igualdad.
Durante ésta época, el Municipium Malacitanum es punto de tránsito dentro de la Vía Hercúlea, dinamizadora de la ciudad tanto económico como culturalmente, al comunicarla ésta con otros enclaves desarrollados de la Hispania Interior y con los demás puertos del Mediterráneo.

Tras las guerras civiles que estallan en Roma en el año 69, salió vencedora la Dinastía Flavia aliada de Hispania. En el año 74 el Emperador Vespasiano otorgó a Malaca la Lex Flavia, al amparo de la concesión de la latinidad a toda Hispania de forma generalizada. Sin embargo, esta concesión de ciudadanía no entró en vigor hasta algún momento entre los años 81 y 96, ya bajo el mandato del Emperador Domiciano.

Contenido.

La Lex Flavia Malacitana tiene un contenido semejante al de la Lex Salpensa, conservamos diecinueve capítulos de la ley dada al municipium Flavium Malacitanum. A diferencia de aquélla, el nombre de Domiciano fue borrado en la tabla de Málaga, cuyo tratamiento de los temas municipales refiere la mecánica global de accesos a las magistraturas.
En ella podemos encontrar lo relativo al procedimiento de elección y votación de los magistrados por las asambleas populares; la designación de patronos municipales; así como normas de gestión de fondos públicos dirigidas a los magistrados municipales. Con esta ley, se establece una organización censitaria que distribuye las obligaciones y los derechos en función de la capacidad económica de los individuos.
Una parte de la ley de Málaga coincide casi literalmente con los dos fragmentos hispalenses de las leyes de Salpensa e Inri, que tratan de la obligación de restituir los fondos que se tuvieran de la caja municipal, así como de la rendición de cuentas ante los decuriones por negocios hechos como fondos públicos. Como en la ley de Salpensa, son frecuentes las interpolaciones al texto primitivo, Lex Flavia Municipal.
El carácter urbano de Roma está latente en ella, por ello sus leyes ciudadanas recogen diversas disposiciones en pro del interés urbanístico. Así, por ejemplo, establecía que los propietarios de edificios destruidos sin motivo suficiente deberían reconstruirlos en un año o afrontar una multa; o que las obras iniciadas serían objeto de información pública mediante tablillas o carteles en las calles.
El carácter de las ciudades federadas, de hacer uso de su propio ordenamiento jurídico, se puede ver en el hecho de que los malagueños podían presentar a sus candidatos a ediles locales sin necesidad de tener en cuenta las designaciones imperiales.
También mencionaba aspectos como la religión o el culto al emperador divinizado.
Estas tablas de la ley se colocaban en un lugar destacado de los edificios públicos, que constituían el centro político y religioso de las ciudades, con el objetivo era que todos los ciudadanos conocieran las normas que regían su municipio.
  • 2º.- Lex ursonensis (ley de urso) Ley reguladora de la colonia “Genetiva Iulia”, es además, una “ley datae”, es decir, dada por el magistrado, previamente autorizado para ello. Promulgada por Marco Antonio en el año 44 a.c.y que deriva muy probablemente de un conjunto de proyectos legislativos llevados a cabo por César para unificar el régimen de las colonias y municipios y que dejó sin terminar al ser asesinado. Esta ley se conserva en unas tablas halladas en Osuna a finales del siglo XIX (bronces de Osuna), y en once fragmentos encontrados en El Rubio a principios del siglo XX, en la actualidad se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional. Urso se identifica con la actual Osuna y fue fundada por el propio Julio Cesar, estando integrada por ciudadanos romanos procedentes del proletariado urbano.
Contexto histórico: Tras las luchas entre César y Pompeyo, durante el periodo republicano, aquél decidió fundar en Osuna una colonia de ciudadanos, llamada "Genetiva Iulia" en honor a la diosa Venus Genetrix protectora de la gens Iulia a la que César pertenecía.
De la ley del Urso conservamos ahora algo más de 50 capítulos, de los 142 que se cree debió tener.
  • 3º.-Los bronces de Vipasca son una de las fuentes más importantes para el conocimiento del Derecho romano en la Península Ibérica. Se enmarcan dentro de las lex data, leyes promulgadas por un magistrado en virtud de una autorización de los comicios, y como tal constituyen una de las fuentes del derecho romano hispano.
Se trata de dos tablas del distrito minero de Vipasca del siglo II halladas en las cercanías de Aljustrel (Portugal), por lo que también han sido llamadas Bronce de Aljustrel y nuevo bronce de Aljustrel. Contienen la ordenación jurídica del distrito minero de la localidad de Vipasca.
La primera de ellas, denominada Vipasca I, fue encontrada en 1876 y versa sobre los derechos de los diferentes arrendatarios; la segunda, Vipasca II, en 1906, trata sobre el régimen jurídico de las concesiones mineras y normas de carácter técnico.
El primer bronce consta de nueve capítulos que recogen la organización y los derechos de los arrendatarios de los diversos servicios. Esta tabla hace referencia a una ley general, lex metallis dicta, conforme a la cual es otorgada.
El segundo bronce consta de varios capítulos de una lex metallis dicta que fueron recogidos a través de la epístola que una autoridad dirigió al procurador de las minas. Recoge el régimen jurídico de las concesiones de medidas de vigilancia de la explotación y de otras cuestiones técnicas. En ella es aludido el emperador Adriano, por lo que la tabla dataría entre los años 117 y 138
Contenido: Se trata de una Lex Locationis en la que se fijan los derechos de los diferentes arrendatarios de los servicios públicos del territorio minero de Vipasca, los cuales serían mantenidos por ellos en régimen de monopolio; así: el arriendo del impuesto de subasta, del pregón, del baño público, de la zapatería, de la barbería, de la tintorería; en fin, del impuesto sobre compra del mineral extraído. Señala este bronce además reglas sobre una "inmunitas" de los maestros de Vipasca.
 Sólo su último capítulo, el 9, proporciona información sobre el régimen jurídico de las minas - indirectamente-, al referirse a un impuesto que grava la ocupación de los pozos mineros. Este capítulo ha originado muchas controversias. Su interpretación indicaría que aquel que tuviese derecho de ocupación de un "pozo", por haberlo ocupado para la explotación, deberá según una ley de minas que se señala, dentro de los dos días siguientes, pagar ante el jefe del distrito un impuesto (vectigalis) sobre su derecho de ocupación.
La mano de obra estaba compuesta por esclavos o reos condenados a trabajos forzosos, así como por algunos hombres libres.

  • 4º.-Lex Irnitana.- Lex Irnitana es el nombre dado a una serie de piezas de bronce grabadas con ordenanzas romanas. Fueron halladas en 1981 en El Saucejo, lugar próximo a Sevilla (España), desenterrándose seis, cinco completas y otra fragmentada, de las diez tablas de bronce que componían la "Lex municipii Flavii Irnitanii" (las III, V, VII, VIII, IX, X).Su texto traducido, ha sido dado a conocer por D'Ors en 1984. Es ésta la ley municipal romana más completa de las conocidas hasta ahora, ya que de otras ciudades se dispone de fragmentos o, a lo sumo, de alguna tabla completa. Está datada en la época Flavio
Contiene la regulación municipal de la ciudad hispano-romana de Irni y está firmada por el emperador Domiciano en Circei (Italia) en el año 91.
En realidad el texto de la ley era único para todas las ciudades que tenían el rango de municipio; sólo se variaba el nombre del mismo cuando se inscribía en tablas de bronce para su exposición pública. Recoge las normas por las que debía regirse la vida municipal. Entre ellas, las que se refieren a las responsabilidades de las autoridades, el orden de intervención en las asambleas, la celebración de comicios, el nombramiento de jueces, las retribuciones de los trabajadores municipales, los gastos que podían hacerse con cargo al erario público, la ciudadanía romana, el nombramiento de tutores o el mantenimiento de la prohibición de los matrimonios mixtos entre romanos e indígenas, si bien establece una dispensa para los celebrados con anterioridad a la promulgación de la ley. Los capítulos 52 a 55 de la ley contien parte de la normativa que rige las elecciones locales de carácter anual que permitían designar a los magistrados de la ciudad.
 Sus grandes semejanzas con las modernas elecciones hacen de estos pasajes un texto sumamente curioso, en el que además se nos instruye sobre los requisitos de los candidatos y la mecánica a seguir el día de las elecciones
Sobre la celebración de comicios. De los dos dunviros que actualmente hay, así como de los dos dunviros que en el futuro haya en este municipio, el de mayor edad o, si éste estuviera impedido de celebrar comicios por alguna causa, el otro de ellos, celebre, conforme a la presente ley, los comicios para nombrar, o suplir los dunviros, así como los ediles y los cuestores. Asimismo, deberá hacerse la votación según la distribución de curias de que se ha tratado antes, y hágase votar por tablilla. Los así nombrados, estarán en la magistratura que por el sufragio de votos hayan conseguido durante un año o, cuando hayan sido nombrados para suplir a otro, durante la parte que quede del mismo año.
En qué curia han de votar los íncolas. Quienquiera que en ese municipio convoque comicios para nombrar dunviros, así como ediles y cuestores, saque a suerte una de las curias en la que voten los íncolas que sean ciudadanos Romanos o Latinos, y tengan éstos facultad de votar en esa curia.
Con quiénes se puede contar como candidatos, para las elecciones en los comicios. Quien deba convocar los comicios cuide de que se nombren primeramente los dunviros para presidir la jurisdicción entre aquella clase de personas libres de nacimiento que se dice y determina en la presente ley; a continuación, los ediles y los cuestores, entre aquella clase de personas libres de nacimiento que se dice y determina en la presente ley; no pudiéndose contar (para las elecciones) en los comicios el candidato al dunvirado que sea menor de 25 años, ni los que hubieran tenido ese cargo en el quinquenio anterior; así tampoco el candidato a la edilidad o la cuestura que sea menor de 25 años o quien, si fuera ciudadano romano, estuviere en aquella situación que no le permitiría entrar en el número de los decuriones y conscriptos. 55. Rúbrica: Sobre la votación. 
El (dunvir) que convoque los comicios en virtud de la presente ley llame por curias a los munícipes para que voten, de modo que lo haga para todas las curias con un solo llamamiento, y que las curias, cada una en su propio recinto, voten por tablilla. Asimismo, cuide de que haya junto a cada cesta de cada curia, para custodiarla y hacer e! escrutinio de los votos, tres personas nombradas entre los munícipes de este municipio, que no pertenezcan a aquella curia, y de que, antes de hacerlo, jure cada una de ellas que hará de buena fe el recuento y declaración de los votos. No impida que los que soliciten el cargo pongan ellos unos vigilantes junto a cada cesta. Estos vigilantes, tanto los nombrados por quien convoque los comicios, como por los que solicitan el cargo, cada uno de ellos vote en la cesta de la curia en que haya sido puesto, y que sus votos sean tan conforme a derecho y válidos como si hubiese votado cada uno de ellos en su propia curia.
La Ley Irni reproduce en la práctica totalidad el texto de las leyes de Salpensa y Málaga, encajando también en ella los fragmentos conocidos de Basilipo e Itálica. Por su mayor extensión, la Ley Irni aparece como el texto principal conocido de ley romana en las provincias.
El municipio irnitano era desconocido antes de la aparición de estas tablas, sin que existiera una referencia en la epigrafía o las fuentes literarias. Las excavaciones realizadas en la zona de su hallazgo revelaron un poblado ibérico romanizado, sin que pueda asegurarse que sea Irni. La casa en la que se localizaron las tablas parece que fue un taller de broncistas, a donde habrían sido trasladas para su fundición, probablemente hacia el siglo III-IV.
 Su reciente descubrimiento hoy ha conmovido el panorama de las leyes municipales hispánicas, permtiendo dar por segura la existencia de aquella ley modelo, la Flavia, de la que los distintos municipios habrían extraído las respectivas copias. Por su mayor extensión, la ley de Irni aparece como el texto principal, relegando a un segundo plano las leyes de Salpensa y Málaga que hasta ahora disfrutaban de esa condición.




Anexo 




Visigodo

Joshua J. Mark
por Joshua J. Mark, traducido por Rosa Baranda
publicado en 16 septiembre 2019






Reino de  Tolosa


Los visigodos eran la tribu occidental de los godos, un pueblo germánico, que se estableció al oeste del mar Negro en algún momento del siglo III d.C. Según el experto Herwig Wolfram, el escritor romano Casiodoro (en torno a 485-585 d.C.) acuñó el término visigothi en referencia a los "godos occidentales", ya que entendía ostrogothi como "godos orientales"
La intención de Casiodoro no era más que acuñar un nombre para diferenciar a las dos tribus existentes de godos en su época que claramente se diferenciaban la una de la otra. Estas tribus no se referían a sí mismas por esos nombres. El historiador romano Amiano Marcelino (siglo IV d.C.) se refiere a los visigodos como los tervingi (o Thervingi), tervingios, que puede que fuera su nombre original. Sin embargo, parece ser que la designación de visigothi les gustó a los propios visigodos, con lo que acabaron usándola para sí mismos.

Los visigodos acabarían asentándose en la región de las actuales Alemania y Hungría, hasta que fueron expulsados por los hunos invasores. Algunos visigodos, bajo las órdenes del general Fritigerno (muerto en torno a 380 d.C.) recibieron tierras del emperador Valente (que reinó de 364-378 d.C.) en territorio romano. El trato pobre que recibieron a manos de los gobernadores provinciales romanos desencadenó la primera guerra goda y la importante batalla de Adrianópolis (378 d.C.) en la que Roma fue derrotada por los godos de Fritigerno. Los visigodos tendrían un impacto aún mayor en Roma cuando su rey Alarico I (que reinó de 395-410 d.C.) saqueó la ciudad en 410 d.C. Después de Alarico I, los visigodos emigraron a España, donde se asentaron y se mezclaron con los romanos y los indígenas de la península.

Orígenes e identidad

Los godos probablemente provenían de la región de la actual Gdansk, Polonia, aunque esta afirmación se cuestiona, antes de emigrar hacia las fronteras de Roma. El erudito Walter Goffart argumenta que no puede haber "una historia de los godos" antes de su aparición en los textos romanos porque antes de esa época (en torno a 238 d.C.) no había una historia escrita (8). La fuente primaria de la historia gótica es Getica de Jordanes (siglo VI d.C.), cuya fuente primaria es la obra de Casiodoro y que entremezcla eventos mitológicos y legendarios con la narrativa histórica. Por tanto, Goffart, entre otros, afirma que la historia romana de los godos es la única historia.

Otros estudiosos, como por ejemplo Peter Heather, afirman que la identidad goda, así como su historia y su lugar de origen (Gdansk), se pueden seguir gracias a la obra de Jordanes combinada con la evidencia arqueológica. Heather dice que solo porque haya elementos mitológicos en la Getica de Jordanes no es una razón para rechazar su obra al completo, especialmente dado que los indicios físicos (como por ejemplo 3.000 tumbas godas descubiertas en Pomerania Oriental, Polonia, en 1873 d.C.) respaldan la teoría de Polonia como lugar de origen o, al menos, el lugar primitivo desde el que comenzaron las migraciones godas posteriores.

Heather también argumenta que "godo" no se debe entender como un grupo étnico homogéneo que permaneció inmutable a lo largo del tiempo. En opinión de Heather, las tribus germanas que no eran "godas" étnicamente podrían, a pesar de todo, haberse incluido en la tribu que llegó a conocerse como "visigoda". Heather afirma:

No hay razón para suponer que la condición de godo se tenga que expresar de la misma manera en todas las épocas en las que las fuentes indican la presencia de godos. No tenemos que encontrar constantes culturales invariables para demostrar la existencia de los godos como una entidad histórica continua... es la reacción de una consciencia individual a [ciertas] peculiaridades, no los propios objetos, lo que es importante. La identidad es una actitud interna de la mente que se puede expresar a través de objetos, normas o maneras específicas de hacer las cosas... parece que la mayor parte de los que crearon el grupo de visigodos eran godos de grupos góticos que ya existían antes de los hunos, y sin duda los visigodos no eran solamente godos. (65)

En opinión de Heather, que sigue la obra de Herwig Wolfram, los visigodos deberían entenderse más bien como una confederación de tribus germanas que un grupo étnico homogéneo. Heather apunta:

Wolfram en particular argumentó que los grupos godos del Período de las Migraciones se podrían entender mejor como ejércitos en vez de pueblos y que el hecho de que alguien luchara con ese ejército significaba que podía convertirse en godo, independientemente de su origen biológico real. (44)

Otros estudiosos, incluidos Goffart y Michael Kulikowski, consideran a los godos como un grupo étnico cuyos orígenes se desconocen y no se pueden conocer. Rechazan las afirmaciones en cuanto a un lugar de origen conocido y el desarrollo claro sobre la historia goda alegando que Jordanes no es fiable, que las evidencias físicas en favor de Gdansk como lugar de origen se han interpretado según la narrativa de Jordanes y que los estudiosos como Heather todavía se fían de las narrativas romanas para construir una historia prerromana de los godos en general y de los visigodos en particular.

Como ya se ha dicho, no hay ninguna historia escrita de los godos anterior a los historiadores romanos. Los godos se mencionan por primera vez en la obra del escritor romano Plinio el Viejo (23-79 d.C.) en 75 d.C., pero Tácito (en torno a 56-120 d.C.), en su Germania (98 d.C.) les da un tratamiento mucho más completo. Tácito los presenta como fieros guerreros germánicos, muy supersticiosos y completamente bárbaros, pero ferozmente leales a sus familias y a sus tribus (Germania, 17). En 238 d.C., los godos invadieron territorios romanos y en 251 d.C., bajo el liderazgo de su general Cniva (que reinó de en torno a 250-270 d.C.), derrotaron al ejército romano bajo el emperador Decio (que reinó de 249-251 d.C.), matándolo a él y a su hijo en la batalla de Abrito. A partir de entonces, los godos aparecen regularmente en las obras de los historiadores romanos.

La guerra civil goda

Vinieran de donde viniesen, para el siglo III d.C. los godos estaban cerca de los territorios romanos, interactuando con sus ciudadanos. Los visigodos, al menos en parte, parece que lograron resistir la influencia romana sobre su cultura al mismo tiempo que buscaban empleo en Roma. Los godos sirvieron como mercenarios en el ejército romano; durante las guerras romano-sasánidas participaron en la batalla de Misiche en 244 d.C., entre otras, a pesar de que anteriormente los godos habían luchado contra Roma.

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UN GRUPO DE VISIGODOS, BAJO CIERTO LÍDER, SE OPONDRÍA VEHEMENTEMENTE A ROMA MIENTRAS QUE OTRO BUSCARÍA SU FAVOR Y AMISTAD.

Este paradigma continuaría hasta que un grupo de visigodos, bajo cierto líder, se opuso vehementemente a Roma mientras que otro buscaba el favor y la amistad del imperio. El rey visigodo Atanarico (muerto en torno a 381 d.C.) se opuso especialmente a la nueva religión "romana", el cristianismo, que veía como una creación romana y una amenaza para la cultura y la tradición godas. Cuando el misionario godo cristiano Ulfilas (en torno a 311-383 d.C.) empezó a convertir a los godos a la nueva fe, Atanarico persiguió ferozmente a los conversos. Tenía motivos para desconfiar, ya que Roma creía que el cristianismo podía ser una influencia "civilizadora" para los godos, que básicamente los romanizaría y neutralizaría como amenaza.

Mientras que Atanarico se enfrentó firmemente a Roma, Fritigerno buscó su alianza y cooperación. Puede que esto se debiera a que Fritigerno ya se había convertido al cristianismo, por lo que sentía que tenía más en común con los romanos, pero no es más que especulación ya que no se conoce la fecha de conversión de Fritigerno. Aunque se dieron otros factores, la separación entre los godos paganos y cristianos llegó a su punto crítico en la guerra civil goda entre Atanarico y Fritigerno. Fritigerno era un cristiano arriano que se opuso a las persecuciones de Atanarico y los dos líderes se enfrentaron en la guerra.

Atanarico derrotó a Fritigerno y este último le pidió ayuda al emperador romano Valente. Valente también era un cristiano arriano, y envió tropas contra Atanarico entre 367-369 d.C. No obstante, el ejército romano no logró progresar ya que las fuerzas de Atanarico se servían de la guerra de guerrillas y, como conocían bien sus tierras, podían atacar y desaparecer sin ofrecerles a los romanos el tradicional frente de batalla.

Los hunos y la primera guerra goda.

Atanarico podría haber surgido como el vencedor indiscutible del conflicto de no haber sido por la llegada de los hunos que destruyeron sus provisiones y demostraron ser un enemigo mucho más formidable que Roma. Sirviéndose de las mismas tácticas que Atanarico había usado contra Roma, los hunos atacaban sin aviso y desaparecían con la misma rapidez sin que los godos tuvieran oportunidad de enfrentarse a ellos. Atanarico buscó la paz con Roma e intentó encontrar la manera de negociar con los hunos, mientras que Fritigerno le pidió santuario a Valente dentro del Imperio romano.

Valente consintió, y los godos encabezados por Fritigerno se asentaron en una zona cerca del Danubio en 376 d.C. El mal trato de los gobernadores provinciales de Roma no tardó en provocar el descontento general entre los visigodos, y a finales de 376 estalló la rebelión. Los visigodos saquearon las ciudades romanas vecinas, aumentando su poder y su riqueza a medida que avanzaban.
El emperador Valente salió a su encuentro, marchando desde Constantinopla en el Imperio romano oriental en lo que se acabaría conociendo como la primera guerra gótica (376-382 d.C.). En la batalla de Adrianópolis en 378 d.C. los visigodos ganaron una victoria decisiva contra las fuerzas de Valente (evento que los historiadores marcan como el principio del fin del Imperio romano) y el propio emperador murió en la batalla. La derrota de Valente se ha atribuido tanto a su propio orgullo y sus decisiones precipitadas como a la habilidad de Fritigerno como general porque Valente se negó a esperar a los refuerzos del Imperio romano occidental al creer que podría conseguir una victoria gloriosa y rápida.

Los visigodos y Roma bajo Teodosio I
TEODOSIO I INTENTÓ CIMENTAR LA PAZ INSITUYENDO GOBERNADORES GODOS REGIONALES E INTENTANDO UNIFICAR A GODOS Y ROMANOS MEDIANTE EL CRISTIANISMO.

Teodosio I (que reinó de 379-395 d.C.) del Imperio romano de Occidente se convirtió entonces en emperador también del Imperio romano de Oriente y trató de detener el progreso de los visigodos a medida que avanzaban por Tracia. En 382 d.C. los visigodos y Teodosio I firmaron un tratado de paz, pero no está claro quién representó los intereses godos en esta ocasión, ya que tanto Atanarico como Fritigerno habían muerto para entonces.

Teodosio I intentó cimentar la paz instituyendo gobernadores visigodos regionales y, lo que es más importante, intentando unificar a visigodos y romanos a través del cristianismo. Siguiendo la política de otros emperadores anteriores como Valente, Teodosio I pensó que el lazo común de la religión que ofrecía el cristianismo neutralizaría cualquier amenaza goda. Sin embargo, los visigodos que se habían convertido practicaban el arrianismo, mientras que Teodosio I, al igual que muchos romanos, seguía el credo niceno instituido por Constantino el Grande en Nicea en 325 d.C. Aunque los esfuerzos de Teodosio I por lograr la unificación religiosa fracasaron, la paz que acordó perduró hasta su muerte en 395 d.C.

Alarico I y el saqueo de Roma

A su muerte, los visigodos al servicio de Roma recibieron aún menos aprecio del que habían tenido durante su reinado. Los que participaron en la batalla del Frígido en 394 d.C. básicamente sirvieron de carne de cañón en las primeras filas de las tropas romanas. Alarico I objetó contra el tratamiento que estaba recibiendo su gente y los visigodos rechazaron el gobierno romano, proclamando a Alarico I su rey.
Este intentó unificar a los visigodos y los romanos haciendo que los gobernadores visigodos introdujeran las costumbres y la cultura romanas en sus respectivas regiones. Y aunque tuvo un cierto éxito, Alarico era mejor guerrero que administrador, por lo que en 396 d.C., tras no conseguir los derechos que consideraba que le estaban negando a su pueblo, lideró a sus ejércitos a través de los Balcanes hasta Grecia, saqueando los pueblos por los que pasaba. Después regresó a Italia y, tras varios enfrentamientos con las fuerzas romanas, saqueó Roma en 410 d.C.

Los visigodos en España

Alarico murió poco después y su sucesor, Ataúlfo (que reinó de 411-415 d.C.) condujo a los visigodos a la conquista de la Galia, donde estableció un reino visigodo en Toulouse. Después de Ataúlfo, el rey Walia (que reinó de 415-418 d.C., asesino de Ataúlfo) expandió su reino y fundó el reino visigodo (en torno a 418-721 d.C.). Esta entidad política ayudó a preservar el legado cultural de Roma y la tradición clásica.
Su sucesor, Teodorico I (que reinó de 418-451 d.C.), lo amplió aún más e incluyó una gran parte de España. Teodorico I murió en la batalla de los Campos Cataláunicos en 451 d.C. como aliado de Roma contra las invasiones de Atila el Huno. El gobierno de los visigodos recayó entonces en su hijo Teodorico II (que reinó de 453-466 d.C.). Para entonces los visigodos estaban firmemente establecidos en España, pero tenían disputas con algunos de los demás habitantes de la península.
Los visigodos de aquella época todavía practicaban el arrianismo, mientras que los habitantes de España eran cristianos nicenos (reconocidos hoy en día como católicos). Teodorico II fue asesinado por su hermano Eurico (a veces llamado Eurico II, que reinó de 466-484 d.C.). Según algunas fuentes, Eurico llevó a cabo intensas persecuciones de los cristianos nicenos, mientras que, según otras, tan solo fue a por los funcionarios de altos cargos de la Iglesia a quienes consideraba problemáticos. Después de su muerte, Alarico II (que reinó de 484-507 d.C.) se convirtió en rey y, en este momento (en torno a 485 d.C.) Clodoveo I de los francos (que reinó de 509-511 d.C.) aceptó el cristianismo niceno y trató de expulsar a los visigodos arrianos de la región como una especie de "liberación" de los cristianos nicenos que le habían pedido ayuda.

En 507 d.C., antes de convertirse en rey, Clodoveo I atacó a los visigodos y destruyó la "herejía" arriana a la que estaban sometiendo a los nicenos. Alarico II fue derrotado por Clodoveo en la batalla, donde murió, y el reino visigodo pasó a ser franco. La capital se estableció en Toledo y se produjo una mezcla gradual de las culturas romana y visigoda. En 711 d.C. las fuerzas musulmanas conquistaron España durante la invasión árabe y, al hacerlo, aceleraron la asimilación de ambas culturas en un solo frente unido contra los conquistadores. Con el paso del tiempo, los nativos romanos de Hispania y los visigodos se convertirían en la cultura unificada de España.

Conclusión

En 722, en la batalla de Covadonga, el noble visigodo don Pelayo de Asturias (en torno a 685-737 d.C.) derrotó a los ejércitos musulmanes, dando comienzo así a la reconquista cristiana de España. En el año 732 d.C., en la batalla de Poitiers (también conocida como la batalla de Tours) el rey franco Carlos Martel (el Martillo, que reinó de 718-741 d.C.) derrotó a las fuerzas musulmanas bajo Rahman, deteniendo así permanentemente las incursiones militares musulmanas en Europa. Tras expulsar a los musulmanes de Galicia en 739 d.C., el nuevo gobierno estableció la Iglesia católica romana como la fe nacional y religión oficial del país. Los visigodos alemanes y los romanos italianos se habían convertido en el pueblo unificado de España.

Uno de los mayores legados de los visigodos en España es el código de leyes visigodo, el Lex Visogothorum (642-643 d.C.) promulgado por el rey visigodo Chindasvinto (que reinó de 642-653 d.C.) que puso fin a cualquier diferenciación entre los súbditos romanos o visigodos de España y ordenaba la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos. Estas leyes igualaron a la gente de Hispania y elevaron los derechos de las mujeres mediante provisiones en cuanto a la ley de familia, que garantizaban los derechos de propiedad de las mujeres sin necesidad de la supervisión o la aprobación de un pariente masculino. Los visigodos, a partir de su llegada a España, dieron forma a la cultura española que compartían con otras naciones a través del comercio. Sus contribuciones a la cultura mundial son obvias en su código legal y el mantenimiento de aspectos importantes de la civilización occidental en la España visigoda.

Reyes visigodos.

Tremís de Ervigio, con el busto de Cristo y la cruz sobre gradas.



Tremís de Leovigildo.


  • Alarico I (395-415)
  • Ataúlfo (410-415)
  • Sigérico (415)
  • Walia (415-418)
  • Teodorico (418-451)
  • Turismundo (451-453)
  • Teodorico II (453-466)
  • Eurico (466-484)
  • Alarico II (484-507)
  • Gesaleico (507-510)
  • Amalarico (510-531)
  • Theudis (531-548)
  • Theudisclo (548-549)
  • Agila I (549-551)
  • Atanagildo (551-567)
  • Liuva I (567-572)
  • Leovigildo (572-586)
  • Recaredo (586-601)
  • Liuva II (601-603)
  • Witérico (603-610)
  • Gundemaro (610-612)
  • Sisebuto (612-621)
  • Recaredo II (621)
  • Suíntila (621-631)
  • Sisenando (631-636)
  • Khíntila (636-639)
  • Tulga (639-642)
  • Khindasvinto (642-653)
  • Recesvinto (653-672)
  • Wamba (672-680)
  • Ervigio (680-687)
  • Egica (687-700)
  • Witiza (700-710)
  • Rodrigo (710-711)

Bibliografía

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Colisiones culturales: la dinámica entre godos y romanos.





Antes he mencionado la Constantinopla de Justiniano. En el siglo VI ya no existía el Imperio romano en Occidente. Solamente perduraba el de Oriente, que es el que gobernaba aquel emperador, enfrascado en su estrategia de conquistas en Occidente. Sus generales consiguieron victorias en amplias regiones del Mediterráneo. Incluso lograron el control de las costas levantinas y meridionales de Hispania para varias décadas.

Fue en aquella Constantinopla en la que Procopio citaba en griego a los visigodos en sus obras de Historia. Otro autor de aquel contexto, Jordanes, con ascendencia goda, escribió que el origen de los godos estaba en Escandinavia. Jordanes recogía tradiciones que habían llegado hasta él, que previamente habían pasado por relatos compilados en Italia que no han llegado hasta nosotros.

Lo que está absolutamente confirmado es que en el siglo III los romanos documentan a Gothi al norte del Danubio. Este gran río era parte sustancial del limes, la frontera del Imperio. Y hubo tanto relaciones comerciales como conflictos bélicos. Uno de los más destacados supuso una victoria para el Imperio de la mano del emperador Claudio II, en la segunda mitad de aquel siglo III, que recibió el título honorífico de Gótico.

Más adelante, ya en el siglo IV, Constantino se enfrentó a ellos, aunque también logró algunos acuerdos. De hecho, el siglo iv es el momento en el que los godos aparecen con más fuerza en las fuentes romanas si lo comparamos a la fase inmediatamente anterior. Es el siglo, por ejemplo, en el que un godo, Ulfila, fue algo así como una suerte de evangelizador de los godos, incluso con el rango de obispo.
Llevó a cabo, además, una traducción de la Biblia a la lengua de los godos, que pertenecía al magma de las lenguas germánicas orientales. Fue la época en la que algunos sectores de la aristocracia goda se convirtieron al cristianismo, marginando sus deidades tradicionales que sabemos que, a veces, transportaban en carruajes.

Se impone decir ya que los Gothi, los godos, no eran un pueblo único, sino la amalgama de grupos diversos que se habían ido aglutinando al norte del Danubio. La historia de los godos no es la historia de un elemento concreto y cerrado que se mueve en el espacio y en el tiempo, sino de la agregación de ramas muy diversas. 

En ese mismo siglo IV conocemos grupos como tervingios y greutungos, situados al norte del Danubio. Es la época en la que mantenían relaciones tanto diplomáticas como de hostilidad militar con los romanos.

Constantino, el emperador que había terminado apoyando al cristianismo, y que había vencido a los godos en 332 y había establecido acuerdos con ellos, fue sucedido por sus hijos. El último representante de la dinastía constantiniana fue el emperador Juliano, mal llamado El Apóstata, porque no se puede apostatar de algo en lo que, en realidad, nunca se ha creído. El estadounidense Gore Vidal le dedicó una excelente novela histórica cuya lectura recomiendo vivamente.

Los visigodos: el pueblo que cambió la historia de Hispania





La siguiente dinastía fue la de los Valentinianos: dos hermanos, Valentiniano y Valente, gobernaron respectivamente en las provincias occidentales y orientales, de tal manera que a Valente le correspondió lidiar con los godos, que amenazaban los intereses romanos en la zona del Danubio. 

De hecho, Atanarico, uno de los principales jefes godos, había mantenido negociaciones directas nada menos que con el propio emperador Valente. Y también guerras. Eso sucedió en la década de los años sesenta de aquel siglo IV.

El primer rey de los godos

Finalmente, en el año 376 se produjo el paso definitivo del Danubio por la mayor parte de los grupos godos, y en 378 la victoria total de estos sobre los romanos. Amiano Marcelino escribió que aquella derrota era tan lamentable como la que ellos, los romanos, habían sufrido ante Aníbal en Cannae, en 216 a. C.

La historia posterior de los godos es una suerte de itinerancia por las provincias orientales del Imperio romano, incluyendo la zona de Grecia. Pero su acción geopolítica se va a centrar en los Balcanes, donde fue fraguando el liderazgo de Alarico en los últimos años de aquel siglo IV. Para entonces, la situación del Imperio había variado ostensiblemente.
Paso del Danubio En los años sesenta del siglo IV, Atanarico, uno de los jefes de los godos, había mantenido guerras contra el emperador Valente, pero también negociaciones. Sin embargo, las incursiones de los hunos, una aglomeración de pueblos de procedencia asiática, amenazaron seriamente las aldeas godas al norte del Danubio. Al punto que provocaron la necesidad de los godos de pasar al Imperio.

Con la intención de agilizar las relaciones con el Imperio, Fritigerno, otro de sus jefes, se convirtió al cristianismo, en concreto a la variante del arrianismo, tendencia mayoritaria entre las élites eclesiásticas en las provincias orientales y entre los emperadores que las habían gobernado en el siglo IV. De ahí que algunos sectores de la aristocracia goda, liderada entre los tervingios por Fritigerno, comprendiera que le interesaba convertirse al cristianismo, precisamente a la variante arriana que profesaba Valente.

El paso del Danubio, que se produjo finalmente en 376, fue consentido por el emperador romano, que buscaba mano de obra barata en los campos romanos y tropas auxiliares para el frente oriental contra los sasánidas. Las cosas se complicaron y los incumplimientos romanos provocaron un alza de las tensiones con los godos que habían cruzado al Imperio.

De tal manera que en el verano de 378 se produjo una batalla trascendental en Adrianópolis, en Tracia, que supuso la derrota total de las tropas de Valente y la muerte del propio emperador.

Entre las consecuencias del paso del Danubio (376) y de la batalla (378) cabría mencionar al menos dos. Primera: unos meses después Teodosio fue aupado al trono de las provincias orientales. Sería capaz de reconstruir la situación militar y de afianzar su hegemonía total en el Imperio, que a su muerte (395) quedaría dividido para siempre en dos partes, la oriental y la occidental. Segunda: los godos se habían instalado definitivamente en el Imperio.

La dinastía valentiniana había terminado, y Teodosio, que había sido encumbrado como emperador para las provincias orientales tras la desaparición de Valente, se fue haciendo paulatinamente con el poder, no sin la oposición de varios enemigos o usurpadores. A su muerte, en 395, se produjo la auténtica división (partitio Imperii) del Imperio en dos partes, la pars Orientis y la pars Occidentis, gobernadas por sus hijos Arcadio y Honorio.

Acaso, Alarico sea correctamente entendido como el primer rey de los godos en el sentido de haber aunado las jefaturas dispersas que hasta entonces los habían caracterizado. Alarico llevó a los godos a Grecia, pero sobre todo a Italia, ya en los primeros años del siglo V. 

Sufrió varias derrotas a manos de las tropas imperiales, cuyo mando controlaba el general de origen bárbaro Estilicón, que le sacaba, como suele decirse coloquialmente, las castañas del fuego al emperador de Occidente, Honorio. Alarico no pretendía destruir el Imperio, sino recibir estipendios y tierras para sus hombres y un generalato romano para él mismo.

Estas demandas fueron negociadas pero la diplomacia no surtió efecto, y Alarico saqueó Roma en el verano del año 410. Aquello fue un shock psicológico: la sensación de vulnerabilidad en el corazón del Imperio. Los godos se llevaron además a Gala Placidia, hija de Teodosio y hermana del emperador de Occidente, Honorio. Alarico murió en Italia y la jefatura suprema recayó en su cuñado Ataúlfo, que condujo a los godos a la Galia y, finalmente, a Hispania: a Barcino, actual Barcelona.

La corte imperial presionó para ese movimiento hacia Hispania, tras haber bloqueado los puertos del sur de la Galia y esperando recuperar a Gala Placidia, que se había casado con Ataúlfo. Este fue asesinado en Barcino (415) por una conjura de la aristocracia goda, aunque otro sector de la misma se llevó por delante a su sucesor solo una semana después. 
Finalmente, el nuevo rey, Walia, logró un pacto con el Imperio, en virtud del cual los godos llevaron a cabo campañas militares en Hispania (416- 417) contra otros pueblos bárbaros (suevos, vándalos y alanos) que habían cruzado los Pirineos en 409.
El resultado final fue el asentamiento oficial de los godos en las Galias. El reino visigodo de las Galias duró en torno a un siglo, desde 418 hasta los primeros años del siglo VI, momento en el que se iba a producir el traslado definitivo a Hispania. Durante el siglo V los godos llevaron a cabo varias campañas en Hispania, generalmente como consecuencia de pactos con el Imperio que exigían su participación armada.
Dicho conocimiento del terreno les iba a proporcionar la información necesaria para su asentamiento posterior, además de plazas como Mérida y algunos enclaves de la Tarraconense en los que lograron establecer bases relativamente estables a finales de aquel siglo V. El camino estaba preparado para el inicio del reino visigodo de Toledo. 




Alarico II

Alarico II. Alaricus Rex. Francia, s. m. s. V – Vouillé (Francia), III-VI.507. Rey de los godos (484-507).

Biografía

Alarico era hijo de su antecesor en el reino godo, Eurico (fallecido en 484). Por lo que pertenecía al prestigioso linaje de los Baltos, protagonista de la etnogénesis visigoda mediante la “monarquía” militar de Alarico I (muerto en 410). Probablemente su madre fue la reina Ragnahilda, una princesa de sangre real según Sidonio Apolinar (fallecido cerca de 485). Se ha pensando, con escaso fundamento, que Ragnahilda pudiera pertenecer al linaje real de los suevos hispanos, y con mejor que fuera hija del rey burgundio Chilperico, al que unía una estrecha unidad, y hasta una relación de parentesco, con los Baltos de Tolosa. Una tercera hipótesis sería convertirla en hermana del rey franco Ragnachario (muerto en 508) de Cambrai, víctima y a la vez pariente del gran Clodoveo (fallecido en 511), sobre la base de la constante aliteración en r- de los nombres conocidos de esta familia.

Alarico es el único hijo conocido del rey Eurico, y si no hubiera sido el único legítimo o el mayor lo cierto es que su sucesión real se produjo sin dificultad el 28 de diciembre del 484, cuando aquél murió en Arlés. Heredero del reino visigodo en el momento de su mayor esplendor y extensión territorial el reinado de Alarico II trató de conservar los límites del dominio godo en las Galias y consolidar y extender su hegemonía en la Península Ibérica, en la que era reciente la ocupación militar goda independiente del Imperio romano, producto de la descomposición final de éste en las provincias más occidentales tras la muerte del emperador Antemio (muerto en 472).

Alarico II fue víctima de una historiografía muy negativa como consecuencia de su derrota y muerte en Vouillé, que significó el fin del reino godo de Tolosa. Sin embargo, no parece que su política se apartara mucho de la de su padre y antecesor, alabada por esa misma historiografía. Objetivo principal de su acción de gobierno sería el fortalecimiento del poder regio, buscando la alianza y apoyo de la aristocracia provincial galo e hispano-romana. En especial trató de mostrarse legítimo heredero del Imperio romano, pero ya sin ningún tipo de dependencia más o menos nominal. En este sentido hay que comprender la publicación el 2 de febrero del 506 bajo su autoridad de una versión refundida y reinterpretada del Código de Teodosio, la llamada vulgarmente Ley romana de los visigodos o Breviario de Alarico, con un carácter de exclusividad para las causas de las que se tratara en el mismo. Y un mismo sentido habría tenido su política religiosa, con la que Alarico buscó un acuerdo estable con la jerarquía católica, superando la época de conflictos de tiempos de Eurico, y tratando de constituir con ésta una Iglesia coincidente geográficamente y en objetivos políticos con el reino godo. En este contexto debe entenderse el que se pueda llamar primer concilio de la Iglesia católica del reino godo, reunido en Agde en septiembre del 506, bajo la presidencia del prestigioso Cesáreo de Arlés, convertido en leal colaborador del poder godo, que debiera haberse completado con un segundo a celebrar en la Península Ibérica y con la presencia de los obispos hispanos. Esta segunda reunión conciliar no se llegó a celebrar.

Pues unos meses antes, en la primavera del 507, Alarico II fracasó estrepitosamente al tratar de detener la ofensiva franca de Clodoveo en Vouillé. A esta situación no se había llegado de improviso. La derrota y muerte del romano Siagrio en 486 en Soisson pusieron frente a frente al reino godo y al emergente poder de un reino franco en vías de unificación bajo el merovingio Clodoveo. Tan sólo el fracaso franco en la guerra civil burgundia supuso un freno a su peligrosa progresión hacia el Sur. En vano Alarico II trató de contrapesar la situación con una alianza con los burgundios y con el poderoso Teoderico el Amalo.

A este último fin Alarico contraería matrimonio poco después del 501 con la jovencísima Tiudigoto, hija de Teoderico (fallecido en 526). Lo que de momento condujo a una esperanza de acuerdo pacífico con la famosa entrevista entre Alarico II y Clodoveo en Amboise, en una isla sobre el Loira. Pero desgraciadamente el primer y único fruto del enlace Balto-Amalo nacería no mucho antes del trágico fin de Alarico. El nombre que se puso al pequeño, Amalarico, denotaba el deseo desesperado del Balto de buscar la ayuda de su poderoso suegro Amalo, aunque ello significara un reconocimiento humillante de la inferioridad de su linaje. Todo habría sido en vano.

Cuando en el 507 Clodoveo inició la que sería ofensiva definitiva pudo contar también con la alianza suicida del rey burgundio Gundobado (fallecido en 516). Mientras Teoderico se veía imposibilitado de acudir en socorro de su yerno ante un ataque naval bizantino, sin duda combinado con el merovingio. La derrota de Vouillé fue total, el ejército real godo sufrió graves pérdidas y se perdió parte del tesoro real, hasta el Rey murió en la batalla. Alarico II dejaba además a la nobleza goda dividida entre los partidarios del pequeño Amalarico (muerto en 531), con el riesgo cierto de la hegemonía de su abuelo Teoderico, y los de Gesaleico (fallecido en 511), un bastardo. Con la muerte de Alarico terminaba el brillante reino godo de Tolosa, creado por la estirpe de los Baltos.

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Alarico I


Alarico I. Alaricus Rex. Isla de Peuce (Rumanía), 365-370 – Cosenza (Italia), XII.410. Rey de los godos (395-410).

Biografía




Alarico pertenecía a uno de los dos más nobles y prestigiosos linajes godos, al de los Baltos, iniciándose con él la línea de los llamados Baltos “recientes”, verdadero fundamento de la etnogénesis visigoda y dinastía del llamado reino godo de Tolosa (418-507).

Aunque se ignora a ciencia cierta quién fue su padre, no cabe duda de que tenía que haber ocupado un puesto prominente entre los godos asentados al norte y al sur del Danubio en la segunda mitad del siglo IV.

Por ello lo más lógico sería pensar en Atanarico, el famoso juez supremo de los godos tervingios o vesios (365-381), y al que la tradición goda del siglo VII consideraría el fundador de la monarquía visigoda, a pesar de haber sido un persecutor del cristianismo.

Otra alternativa, defendida sin mayor argumentación por H. Wolfram, sería hacerle hijo de Alavivo, un reiks y jefe tribal, y en razón de su nombre un Balto pariente cercano de Atanarico, que condujo al grupo principal de los tervingios a atravesar el Danubio en el 376 en compañía de Fritigerno. Su inmediata desaparición explicaría más fácilmente el conflicto y profunda enemistad entre Fritigerno, pronto convertido al cristianismo arriano, y Atanarico. En ese caso se explicaría mejor la facilidad con que Alarico lograría la unidad en su jefatura de ambos grupos godos antes enfrentados.

La primera aparición en la historia de Alarico I es de fines del verano del 391, cuando irrumpe en Tracia al frente de un grupo guerrero compuesto de godos, pero también de otros elementos étnicos bárbaros, y derrota al propio emperador Teodosio I (fallecido en 395) en el río Hebro, quebrando así el tratado de colaboración (foedus) que este último había firmado con los godos vesios en 382. Pero derrotado al año siguiente por el generalísimo imperial Estilicen (408) Alarico y sus guerreros volverían a la alianza imperial.

Al frente de un gran regimiento federado de godos Alarico combatió en el ejército de Teodosio que obtuvo la gran victoria del río Frígido sobre el usurpador Eugenio el 5-6 de septiembre del 394. Las fuertes pérdidas sufridas en este combate por los godos de Alarico y la decepción que pudo sufrir el mismo al no ser nombrado para un gran generalato imperial pudieron influir en la gran rebelión goda que encabezó Alarico al año siguiente. Aunque más decisiva sería la muerte el 17 de enero de ese año de Teodosio, y el predominio que en la corte de su hijo Arcadio tenía el burócrata Rufino (muerto en 395), un conocido germanófobo. Temiendo Alarico la supresión de entregas de soldadas y raciones de alimentos para sus guerreros habría optado por adelantarse a los acontecimientos. La invasión de Grecia protagonizada por Alarico ya la hizo como reconocido jefe (filarca) tribal de todos los godos federados de Tracia.

De esta manera el noble Balto habría transformado lo que en origen pudo ser una modélica proclamación como “rey militar” (Heerkönig) en una realeza étnica, apropiándose para el futuro la representación exclusiva del pueblo (gens) de los godos libres, reduciendo a un estatus de subordinación al resto de los nobles con sus clientelas militares. Aunque no todos estos últimos aceptaran de buen grado esa situación, como sería el caso de algunos miembros del linaje greutungo de los Rosomones, al que pertenecían el mortal enemigo de Alarico, Saro (fallecido en 412), y su hermano, el posterior rey visigodo Sigerico (muerto en 415). Y tampoco la etnogénesis de los “godos de Alarico” supuso la integración de todas las comunidades populares y jefes con sus clientelas militares de los godos cisdanubianos, quedando así al margen los godos de Nicópolis (“godos menores”), o los grupos liderados por gentes como los tervingios Fravita (cónsul del 401) y Gainas (fallecido en 400), y el pariente greutungo de éste, Tribigildo (muerto en 399-400), que optaron por hacer una carrera militar en el ejército imperial. A consolidar esa posición contribuyeron sin duda su linaje, su prestigio militar y también alguna alianza con otros grupos nobiliarios godos, como pudo ser su matrimonio con una hermana de Ataúlfo (muerto en 415). Era éste un jefe Balto que lideraba un importante grupo de godos establecido en Panonia, del que formaban parte no sólo tervingios sino también greutungos con algún miembro del prestigioso linaje de los Amalos incluido. La unión de Ataúlfo, al frente de un numeroso grupo de guerreros, en buena medida jinetes, a los godos de Alarico en 408 sería decisiva para la culminación de la etnogénesis de los “godos de Alarico” o visigodos.

A partir del 395 y hasta su muerte a finales del 410 Alarico y sus godos protagonizaron una increíble epopeya, que los llevó desde el bajo valle del Danubio hasta el sur de Italia, en una serie interminable de encuentros armados con los ejércitos imperiales de Oriente y Occidente y otra de fracasados pactos y alianzas con los diversos gobiernos de Constantinopla o Rávena. La razón de tan paradójica conducta no sólo se basó en la mayor o menor fortaleza momentánea de ambos contendientes y en las contradicciones de unos gobiernos y generales imperiales alternándose entre la idea de alejar o aniquilar definitivamente a esos molestos bárbaros o la de pactar con ellos y sus jefes para fortalecer sus ejércitos, además de la enemistad durante años entre Constantinopla y Rávena. También explica la paradoja el mismo norte de toda la carrera y política de Alarico I, que no fue otro que crear un reino étnico de sus godos en suelo del Imperio y reconocido por éste. Un objetivo que hay que decir que Alarico no consiguió.

Posiblemente el fracaso se explique en último término porque el godo trató de realizarlo en áreas que eran demasiado vitales para el Imperio, tanto desde el punto de vista estratégico como de los mismos intereses de la oligarquía romana dominante. Tal habría sido el caso del Ilírico, disputado por los gobiernos de Constantinopla y Rávena. Por eso tal vez al final Alarico trató de pasar con su pueblo al norte de África, una región separada por mar de cualquier gobierno imperial, que sólo hizo fracasar la impericia marinera de los godos. Los principales hitos militares y diplomáticos de esa epopeya migratoria serían los siguientes.

Con escasa oposición pudo Alarico entre el 395 y el 397 atravesar y saquear gran parte de Grecia, desde Tesalia al Peloponeso; aunque las ciudades bien amuralladas, como Atenas, pudieron resistirse. La caída de Rufino y la llegada del generalísimo occidental Estilicen con nuevas tropas posibilitaron un acuerdo con Alarico, militarmente debilitado. En virtud del cual el godo recibía el generalato del Ilírico (magister militum per Illyricum) y permiso para establecerse con su pueblo en el Epiro. La pobreza del lugar, ya muy esquilmado por las razzias bárbaras, aconsejó a Alarico a probar suerte en la parte occidental del Imperio. El 18 de noviembre del 401 Alarico penetraba en Italia sin dificultad, aunque no pudo tomar ni Aquileya ni después la metrópoli milanesa. Seguido de cerca por el ejército de Estilicón, Alarico se vio obligado a presentar batalla en Pollentia el 6 de abril del 402 (o 29 de marzo de 403). Sería la mayor derrota sufrida hasta entonces por Alarico, perdiendo en ella su campamento, botín, mujer e hijos, aunque salvó casi toda su caballería. Sin embargo, en un acto incomprensible para muchos romanos contemporáneos Estilicón dejó escapar al godo y a los restos de su ejército y pueblo, incluso pudo llegarse a entrar en negociaciones para un nuevo tratado, mientras los godos se mantenían al norte del río Po, en Verona. Es posible que el general romano conociera bien las clientelas militares y la dinámica de la “realeza militar” germánicas, y que con cierto fundamento esperase una pronta desintegración de la de Alarico, pudiendo así integrar en las filas del ejército imperial a sus guerreros e incluso al propio rey godo. Máxime cuando en julio o agosto del 402 Alarico volvía a ser vencido, tras un extenuante bloqueo, en Verona por las armas imperiales. La de Verona sería la mayor derrota de toda la carrera de Alarico, con su conglomerado gótico comenzando a desintegrarse, uniéndose al ejército imperial nobles godos como Ulfila y el Rosomón Saro con sus poderosas clientelas. Pero lo que sucedería habría sido muy diferente. El deseo de Estilicón de utilizar a Alarico contra el gobierno de Constantinopla en su reclamación del Ilírico occidental le hizo firmar un nuevo tratado con el godo. Nombrado de nuevo generalísimo del Ilírico, aunque por el gobierno occidental, Alarico y sus godos se comprometían a permanecer a disposición de éste al otro lado de la frontera romana en Dalmacia y Panonia. Tal vez la monarquía militar de Alarico se hubiera desintegrado algún tiempo después si no hubiera sido por un nuevo acontecimiento inesperado.

En 405 una multitud de bárbaros de diverso origen, dirigidos por el godo Radagaiso, invadió Italia. Aunque Estilicón en el verano del 406 los derrotó por completo en la batalla de Fiésole, el 31 de diciembre de ese año otra masa bárbara atravesaba el Rin y penetraba en las Galias, lo que ayudó de inmediato al éxito en esas tierras del usurpador británico Constantino III (fallecido en 411). Toda la estrategia de Estilicón se había venido abajo. El 22 de agosto del 408 el generalísimo era juzgado y ejecutado por sus numerosos enemigos de la Corte de Rávena, imponiendo ahora una política de total intransigencia con los godos, mientras hasta unos treinta mil soldados de origen bárbaro del ejército de Estilicón occidental optaban por correr a unirse a Alarico. Sólo el Rosomón Saro permaneció fiel al Imperio, esperando tal vez ocupar el lugar del desaparecido Estilicón.

Con esos refuerzos Alarico se habría sentido de nuevo fuerte para invadir Italia, plantándose ante la ciudad de Roma a finales del 408. Aunque la ciudad se salvó contra el pago de un fuerte tributo, al poco las fuerzas de Alarico se vieron de nuevo reforzadas con la llegada de su cuñado Ataúlfo al frente de guerreros godos y hunos de Panonia, en su mayor parte jinetes. Sin embargo, también Alarico se veía cada vez más presionado por las dificultades de alimentar a su crecido ejército y pueblo, con una Italia empobrecida y una inflación galopante por efecto del enorme botín. Alarico ofreció así al gobierno de Rávena un nuevo acuerdo, en el que se contentaba con la entrega del Nórico como patria para sus godos “aliados” y la entrega anual de raciones de harina para sus soldados. Una oferta que fue rechazada por la intransigencia de algunos cortesanos del emperador Honorio (muerto en 423). De modo que Alarico creyó necesario romper definitivamente con ese gobierno imperial. A finales del 409 se encontró nuevamente el godo y su ejército ante Roma acordando con el senado la sustitución de Honorio por el prefecto de la ciudad, el senador Prisco Atalo, y su propio nombramiento como generalísimo del ejército occidental (magister utriusque militiae praesentalis). Sin embargo, la exigencia de Alarico de realizar una expedición militar a África, para asegurarse las provisiones para su ejército, no pudo aceptarse por Atalo, pues África era el granero también para la ciudad de Roma. Ante ello Alarico consideró oportuno sacrificar a su emperador y entrar así nuevamente en negociaciones con Honorio. Pero cuando éstas iban por buen camino la enemistad personal de Saro las hizo fracasar, atacando imprevistamente al ejército de Alarico acampado cerca de Rávena.

Desesperado Alarico se vio forzado a dar un paso que podía considerarse definitivo de ruptura con el gobierno de Rávena, e incluso hasta con cualquier idea de integración en el Imperio. Así el godo marchó de nuevo sobre la ciudad de Roma que cayó, por traición, en sus manos el 24 de agosto del 410. Durante tres días la Ciudad Eterna fue víctima de un sistemático saqueo por los godos. Inmensas riquezas acumuladas en la ciudad durante siglos cayeron en manos de Alarico, entre ellas algunas procedentes del tesoro del antiguo templo de Jerusalén, como sería la famosa mesa de Salomón, joya del tesoro real visigodo hasta la invasión islámica del 711. Y lo que podía tener incluso más valor: la princesa Gala Placidia, hermana de Honorio e hija del gran Teodosio, fue hecha allí prisionera.

La toma de Roma por los godos, la primera vez en ochocientos años que la ciudad caía en mano de gentes externas, tuvo un eco enorme entre los contemporáneos. Todo un mundo parecía que venía a su fin, surgiendo entonces un debate sobre las causas de la decadencia romana, en la que intervinieron intelectuales cristianos y paganos. Isidoro de Sevilla (fallecido en 636) a principios del siglo vii legitimó la soberanía del reino hispanogodo frente al imperio de Constantinopla en la toma de Roma por Alarico. Pero la verdad es que desde el punto de vista militar el hecho no tuvo excesiva importancia, pues ni provocó la caída del hostil gobierno de Rávena ni solucionó los problemas logísticos del ejército godo, sino todo lo contrario. Por eso antes que finalizase el buen tiempo Alarico abandonó Roma para intentar migrar a África con todo su pueblo. Sin embargo, la falta de experiencia marinera y las tormentas otoñales impidieron el paso del estrecho de Mesina. Había que esperar a una nueva estación propicia viviendo sobre el terreno en la poco saqueada Campania o conseguir en un puerto de Nápoles los barcos y tripulantes necesarios. Pero en el camino Alarico moriría antes de finalizar el año en Consenza. Su ejército le hizo un enorme funeral. El curso del río Busento fue desviado para enterrar en su lecho al Rey con un gran tesoro, que se convertirían así en imposibles de encontrar al volver las aguas a su curso. Su enterramiento seguía modelos escíticos del bajo Danubio y del mar Negro, pero también indicaba que sus sucesores no tenían en mente permanecer en Italia.

Alarico había fracasado en su objetivo final de encontrar una patria segura para su pueblo-ejército en el interior del Imperio. Ni siquiera lograría que un hijo suyo heredase su puesto. Pero la etnogénesis que había logrado a partir de elementos étnicos heterogéneos, donde no sólo había godos, fundada en torno a la nueva realeza de los Baltos perduraría indestructible por mucho tiempo. Sus sucesores Baltos, Ataúlfo y Valia (fallecido en 418), lograrían esa patria, y al final un descendiente directo de Alarico, Teoderico I (418-451), reinaría en el reino establecido firmemente sobre ella.

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Recaredo I

Recaredo I. Flavius Recaredus Rex. ?, s. m. s. VI – Toledo, XII.601. Rey de España (586-601), fundador del Reino godo católico de Toledo.

Biografía

El rey que promovería la fundamental conversión de la Monarquía goda al credo niceno católico, abandonando el tradicional y étnico arrianismo gótico, era hijo de su antecesor en el Trono, el rey Leovigildo (568-586), y sobrino del hermano de éste, el también rey Liuva I (567-573). El linaje paterno contaba con fuertes apoyos en la nobleza goda de Septimania o Narbonense, por su carácter fronterizo un lugar de asentamiento preferente de antiguos linajes nobles visigodos, así como de nuevos grupos nobiliarios y militares de origen ostrogodo vinculados a Teodorico el Amalo. La familia paterna de Recaredo sería de origen ostrogodo, y tal vez emparentada con el mismo Teodorico el Amalo si, como parece plausible, su abuelo paterno fuera Liuvirit, que cerca de 523-526 desempeñaba las funciones de general en jefe de las fuerzas de Teodorico el Amalo de guarnición en la Península Ibérica. También existen indicios de que este noble linaje contara con parientes visigodos que mantenían todavía posiciones de poder en la Aquitania merovingia en la segunda mitad del siglo VI.

Más difícil resulta fijar la ascendencia materna de Recaredo, incluso a título hipotético. Lo único seguro es que Recaredo, como su hermano mayor Hermenegildo, eran el fruto de un matrimonio de Leovigildo anterior a su ascenso al Trono, y que su madre había fallecido antes de ese momento. Se puede inferir que la familia materna gozaba de poder e influencia en la nobleza goda por la política desarrollada para con ambos príncipes por su padre Leovigildo tras su entronque con el nobilísimo linaje de los Baltos, al contraer un segundo matrimonio con Gosvinta, viuda del rey Atanagildo (muerto en 567). También pudiera ser un indicio de que el linaje materno de Recaredo tuviera sus apoyos y raíces en el mediodía peninsular hispano, el que al ser asociado al Trono Leovigildo por su hermano Liuva se le atribuyera precisamente un tal ámbito territorial de gobierno. Una fijación hispana y meridional que se reforzaría si se relacionara el linaje materno de Recaredo con el del posterior rey Recesvinto (649-672). Una hipótesis que, desgraciadamente, se sustentaría fundamentalmente en una débil base onomástica.

Recaredo debió de nacer a principios de la década de los sesenta, de manera que en el año 578 no debía superar en mucho la edad considerada apropiada para contraer y consumar matrimonio. Sin embargo, ya antes, en el año 573, al morir su hermano Liuva I, Leovigildo asoció al Trono a sus dos hijos Hermenegildo y Recaredo. Cinco años después, en 578, el joven príncipe pudo comenzar ya a ejercer algunas tareas delegadas de gobierno. El que Leovigildo fundara entonces la ciudad de Recópolis (Zorita de los Canes, Guadalajara) con una clara finalidad de segunda residencia real y ésta llevara la raíz onomástica de su hijo menor indican el claro deseo del Monarca de preservar la posición de igualdad de Recaredo frente a su hermano mayor, que ya en 579 entroncaba con el linaje Balto con su matrimonio con Ingunda y, con el apoyo de la influyente reina Gosvinta, recibía un territorio concreto de gobierno con residencia en Sevilla.

La inmediata rebelión de Hermenegildo y la subsiguiente guerra civil afianzaron los lazos y la unidad de acción entre Leovigildo y su hijo menor Recaredo.

Las fuentes hispanogodas —Juan de Bíclaro e Isidoro de Sevilla— silencian por completo el papel activo de Recaredo en la guerra contra Hermenegildo y en el trágico final de éste. Silencio obligado por prudencia política a causa de la posterior conversión al catolicismo de Recaredo y su alianza con aquellos sectores eclesiásticos hispanos que habían colaborado con el rebelde, con Leandro de Sevilla a la cabeza. Pero lo cierto es que el principal beneficiario de la derrota y muerte de Hermenegildo no era otro que su hermano menor Recaredo, que así veía abierto el camino en solitario para la sucesión en el Trono paterno. Sin embargo, el más neutral Gregorio de Tours señala nítidamente el protagonismo de Recaredo en la rendición de Hermenegildo, y en la promesa de respetarle la vida, en la ciudad de Córdoba en febrero-marzo de 585. Y también es un hecho cierto que el derrotado sería al poco tiempo puesto bajo la custodia de Recaredo en Valencia, al mando de un fuerte contingente militar godo. Unos pocos meses después, el prisionero era obligado a seguir al Ejército godo, bajo el mando de Recaredo, que se dirigía a Septimania a hacer frente al ataque del rey merovingio Guntram (561-592). En el camino, en Tarragona, Hermenegildo fue asesinado a manos de un tal Sisberto. Aunque las fuentes nada dicen, parece difícil que la ejecución pudiera hacerse sin el consentimiento, por no decir la orden, de Recaredo. Al menos esto es lo que creyeron los parientes del asesinado; de modo tal que al suceder a su padre, Recaredo se vio obligado a dos actos muy significativos. Por un lado, a exigencias de la reina Brunequilda de Austrasia, suegra de Hermenegildo, siguiendo el Derecho godo, Recaredo hizo un juramento expurgatorio mediante legados de su no participación en el triste final de Hermenegildo y su esposa Ingunda, y le entregaba como compensación (wergeld) los lugares de Juvignac y Corneilham (departamento de Hérault) en Septimania. Con ello se finiquitaba la faida que, según ese mismo Derecho godo, estaban obligados a realizar los parientes de los finados contra los culpables de sus muertes. Y por otro lado, Recaredo realizaba un versippung en el linaje Balto de Brunequilda, adoptando como madre a Gosvinta, madre de aquélla y viuda de Leovigildo, comprometiéndose así a preservar la posición y seguridad de ésta. Sin duda que el conformismo de ambas mujeres también se explica por la gran victoria conseguida en 585 por Recaredo sobre los ejércitos de Guntram, desbaratando así las apetencias de éste de apoderarse de la Septimania goda bajo pretexto también de vengar a Hermenengildo e Ingunda. Y aunque el año anterior (584) se debería haber efectuado el matrimonio entre el príncipe godo y Rigunta, hija de Chilperico de Neustria (561-584) y de Fredegunda, ahora pudo brindarse Recaredo a casarse con Clodosinda, hija de Sigiberto de Austrasia y Brunequilda, la mortal enemiga de aquéllos.

De esta manera, Recaredo habría podido, sin mayores contratiempos, suceder en solitario a su padre Leovigildo, a la muerte de éste a principios de la primavera del año 586. De éste, heredaba un Reino godo consolidado como poder hegemónico en la Península Ibérica como nunca antes lo había sido. Además, Leovigildo había consolidado el poder monárquico aumentado grandemente sus disponibilidades monetarias mediante una restauración de la administración fiscal heredada de los tiempos de Roma, el botín obtenido en sus victoriosas campañas, y las mismas confiscaciones realizadas sobre la nobleza laica y eclesiástica que había apoyado a Hermenegildo. Todo ello, sin duda, había permitido construir un grupo nobiliario especialmente vinculado a su persona, que ahora heredaba su hijo. Resuelto de la manera antes dicha el problema que representaba la posible oposición de los Baltos, en el interior del Reino godo y en las Cortes de Austrasia y Borgoña, tan sólo quedaba un conflicto heredado del anterior reinado: la cuestión religiosa.

Una tradición posterior recogida por Gregorio Magno afirma que en su lecho de muerte Leovigildo quiso recibir la comunión de un clérigo católico. La ausencia de confirmación en las fuentes hispanas hace más que dudoso aceptar su veracidad. Sin embargo, sí que podemos afirmar que a esa altura los pragmáticos Leovigildo y Recaredo debían de tener pocas dudas del fracaso de su intento de 580 de establecer una Iglesia estatal unificada sobre la base de la goda arriana. El regreso del exilio de algunos obispos y clérigos católicos, algunos muy vinculados a la rebelión de Hermenegildo (Leandro de Sevilla, Masona de Mérida), así como la política religiosa seguida en el recién conquistado Reino suevo indican claramente el parcial abandono de aquella política. Para el nuevo Rey, quedaban abiertas dos posibilidades: o regresar a la tradicional política de la Monarquía goda de dos Iglesias separadas y ambas bajo la protección regia, o intentar de nuevo una unificación “católica”, pero necesariamente distinta de la fracasada de 580. Lo primero, además de anacrónico, dificultaba la plena integración de los grupos dirigentes de la sociedad tardorromana, con la jerarquía eclesiástica en primer plano, en la Monarquía goda. Y no cabía descartar que tanto los bizantinos, en el sur y en levante, como los merovingios en Septimania trataran de llegar a acuerdos con esos grupos para extender sus dominios territorios respectivos. Y la experiencia de Hermenegildo había probado que también podía ser aprovechada por un sector de la nobleza goda para romper el presente predominio de la casa de Leovigildo y Recaredo, posibilitando el estallido de una guerra civil “goda” peligrosísima para la misma existencia del Reino. La segunda opción suponía entrar en un terreno nuevo no carente de riesgos; desde debilitar la legitimidad ideológica, así como la misma singularidad y cohesión étnica “goda” de la monarquía frente al Imperio, a fracturar la nobleza goda incluso en el ámbito más próximo a la dinastía.

La Historia debe reconocer a Recaredo el mérito de haber optado por la segunda opción, valiente e innovadora.

El pragmatismo y el sentido del equilibrio — aprendidos de Leovigildo— del Rey explican que la ruptura asumiera los menores riesgos y costes posibles para la estabilidad de la Monarquía goda. En ello sería preciosísima la colaboración de la jerarquía católica hispana liderada por el obispo Leandro de Sevilla.

Su protagonismo en la aventura de Hermenegildo y la misma historia de su familia le habían enseñado los peligros de confiar en las buenas intenciones del Gobierno bizantino, de cuya ortodoxia religiosa dudaba además buena parte de la Iglesia católica hispana.

La decisión política de realizar la unidad religiosa del Reino godo en la fe niceno-calcedoniana la debió tomar Recaredo muy pronto en su reinado. En diciembre de 586-enero de 587, el Rey dio a conocer su conversión personal en una reunión de los obispos arrianos con algunos católicos, proponiendo a los primeros que se sumaran a ella y a los segundos que aceptaran los términos de la posterior unión de la las iglesias en unos términos más conformes con lo adoptado en el sínodo arriano de Toledo de 580 que con lo obligado para esos casos por los cánones católicos.

De ese modo, los obispos arrianos que aceptaran la unión conservarían su rango, sus sedes y sus iglesias, sin tener ni siquiera que proceder a una nueva ordenación sacerdotal; comprometiéndose tan sólo a ciertas formalidades como abjurar públicamente de sus errores dogmáticos, guardar castidad o devolver aquellas basílicas católicas ocupadas en los últimos tiempos del reinado anterior. No cabe duda de que Recaredo debió obtener la aquiescencia de la mayoría de los obispos arrianos. Sin embargo, en el sector arriano se mantuvieron inquebrantables algunos opositores radicales tan significativos como Uldila, obispo de la misma sede regia, Sunna, obispo de Mérida, o Ataloco de la de Narbona. Es más, todos ellos contaban con el apoyo de un sector de la nobleza goda de sus regiones y con la de la poderosa e influyente Gosvinta.

Por parte católica, también había posiblemente reticencias a ceder tanto a sus colegas arrianos; aconsejaron al Rey y a sus principales valedores, como podía ser Leandro de Sevilla, a ir con pies de plomo y mantener un período de espera para culminar la negociación con unos y otros. Ello explica que todavía a principios de la primavera de 587 oficialmente se mantuviera la ortodoxia unificadora aprobada en 580; incluso en la misma capital toledana, donde la basílica de Santa María, probablemente la sede catedralicia, fue re-consagrada en ese dogma “católico”.

Pero el paso de los meses convertiría en imposibles las ambigüedades. La evidencia de que la decisión tomada por Recaredo no tenía vuelta atrás posible, obligó a pasar a la acción a sus irreductibles opositores.

Sin embargo, la dispersión territorial y cronológica de los intentos de rebelión arriana contra Recaredo muestra claramente lo apresurado y descoordinado de los mismos, incapaces de forzar grandes alianzas fuera de un estrecho círculo de conspiradores.

De todos esos intentos, el más peligroso fue el que tuvo lugar en Mérida en abril de 588, con el intento de asesinar al prestigioso obispo católico Masona, de ascendencia nobiliaria goda, y al duque Claudio, jefe de las tropas de guarnición en Lusitania y perteneciente a la nobleza municipal hispanorromana de Mérida.

Los rebeldes contaban con el apoyo del fanático obispo arriano de la ciudad, Sunna, y de varios miembros de la nobleza goda asentada en Lusitania.

Sin embargo, la traición de uno de los conspiradores, el futuro rey Witerico, hizo fracasar completamente la intentona. Pero, a pesar de ello y de la actitud clemente del soberano, todavía tendrían lugar dos nuevos intentos posteriores. El más grave, por lo que representaba de ruptura del pacto dinástico en que se apoyaba Recaredo, sería el protagonizado por la reina viuda Gosvinta y Uldila, seguramente el obispo arriano de la Corte, aunque la intentona posiblemente no llegaría a traspasar los muros del palacio real, y la oportuna muerte, aparentemente por causas naturales, de la reina disolvió el peligro como un azucarillo. Por último, entre finales del año 588 y principios del siguiente año, en Narbona se rebelaron algunos miembros muy significativos de la nobleza goda junto con el obispo arriano Ataloco, tal vez relacionados con la fallecida reina. El grave peligro que representó el apoyo armado del merovingio Guntram exigió el envío de un potente Ejército al mando del leal duque Claudio, que consiguió una completa victoria sobre los francos en Carcasona.

El fracasado apoyo de Guntram a los arrianos de Septimania posiblemente tuviera consecuencias en la vida familiar de Recaredo. Pues lo cierto es que su matrimonio con Clodosinda de Austrasia, pactado al poco de su subida al Trono, no habría llegado nunca a materializarse. Mientras que ya en mayo de 589 le vemos casado con Badón. La insólita presencia de ésta en el Concilio III de Toledo, y su mención especial en el documento de abjuración del arrianismo, serían indicios de una cierta autonomía política derivada de su pertenencia a un importante linaje godo.

Sería sólo entonces, vencidos sus enemigos internos y externos, cuando Recaredo se atrevió a oficializar plenamente su política religiosa, convocando para mayo de 589 una asamblea conciliar de todos los obispos del Reino, católicos y arrianos, así como de los miembros más destacados de la nobleza goda, en la que estos últimos y aquéllos publicasen su solemne conversión a la fe nicena.

El famoso Concilio III de Toledo no sólo declaró la conversión religiosa de la nobleza e iglesia goda, en los favorables términos pactados en 587, sino también una posición privilegiada tanto del Rey como de la nueva jerarquía católica del Reino godo. Convocada y presidida por el Rey, la magna asamblea conciliar refrendaba la posición de Recaredo a la manera de los emperadores de Bizancio. Junto al Rey apareció su esposa, la reina Badon, por primera y única vez aquí citada. Ahora, la institución monárquica goda se rodeaba de un hálito sagrado, que habría de defenderla frente a los ataques de una nobleza levantisca. Recaredo, saludado por los obispos como “orthodoxus rex”, asumía funciones apostólicas con especial cuidado por la fe y salud de su pueblo, quedando en cierto modo más por encima de la nueva Iglesia nacional goda, más que incardinado en ella. El concilio venía también a sancionar la unidad de todos los súbditos en una misma fe, sin distinción ya de origen étnico. Un sentido de unidad étnica de base religiosa que se refleja bien en las pocas leyes de Recaredo conservadas, desarrollo todas ellas de algunas disposiciones de carácter político adoptadas en el concilio.

Con la asistencia de sesenta y tres obispos, o representantes de sedes episcopales, y un número indeterminado de abades y clérigos ilustres, el Concilio III de Toledo tuvo dos partes muy bien definidas por sus objetivos y contenido. En él, jugaron un papel fundamental el obispo Leandro de Sevilla y Eutropio, entonces abad del prestigioso monasterio Servitano y posterior obispo de Valencia. La primera parte estuvo dedicada a manifestar y confirmar la conversión a la fe católica de Nicea y Calcedonia del Rey y la Reina, de un número importante de obispos y clero arriano, y de los miembros más conspicuos de la nobleza goda.

Significativamente Recaredo figuraba como promotor de la fórmula de abjuración, y se ocultaba por completo la penosa historia de la guerra civil y posterior muerte de Hermenegildo, en las que Recaredo y Leandro habían jugado papeles muy importantes.

La segunda parte del concilio se dedicó a la aprobación de una serie de cánones reglantes de la estructura y funcionamiento de la nueva Iglesia godo-católica, tratando de delimitar las funciones de gobierno de ésta no estrictamente eclesiásticas. Mediante la celebración de sínodos provinciales de carácter anual se otorgó a los obispos importantes atribuciones en materia de reparto y fijación de la carga fiscal, así como de tribunal de casación sobre las querellas planteadas contra los funcionarios provinciales de la administración civil; funciones a unir a las que la legislación civil de Recaredo otorgó a los obispos en lo tocante al nombramiento de los antiguos funcionarios municipales con atribuciones fiscales y judiciales. Además, la Iglesia quedó confirmada en su importante patrimonio fundiario, y se atribuyó a los clérigos y a los esclavos de la Iglesia una especial inmunidad ante las cargas fiscales más duras (munera sordida).

Desgraciadamente, muy poco es lo que sabemos de la vida y reinado de Recaredo después del Concilio III de Toledo. En el plano interno, el único acontecimiento posterior datado es el del fracasado intento de una nueva conjura nobiliaria liderada por el duque y cubiculario Argimundo para acabar con la vida y reinado de Recaredo. La contundencia entonces mostrada por el Rey en el castigo de los partícipes pudiera ser indicio de la fuerte posición en que se encontraba.

El final de la crónica de Juan de Bíclaro en el año 590 impide seguir la vida y reinado de Recaredo con algún detalle. Isidoro de Sevilla en su Historia de los godos, aunque sin precisar la cronología, menciona operaciones militares de Recaredo contra vascones y bizantinos. Los primeros debieron de continuar con su tradicional presión sobre las tierras llanas del valle del Ebro, a pesar de la barrera que para las mismas había supuesto la erección por Leovigildo de la fortaleza de Victoriaco (¿Vitoria?) en 581. Por su parte, los bizantinos pudieron conseguir entonces alguna ganancia territorial en España, tal vez en la estratégica área del Estrecho de Gibraltar. Una recuperación de los imperiales debida a una mayor fuerza militar desplegada bajo el mando del prestigioso general Comenciolo, y en relación a la gran reorganización administrativa y militar llevada a cabo por el emperador Mauricio (582-602) con la constitución de los exarcados de Italia y África, dependiendo de este último la provincia de Spania. Frente a esta renovada potencia, Recaredo se esforzó en mantener a toda costa el más favorable status quo alcanzado por su padre. A tal fin, trataría de reforzar la línea de defensa goda frente a la zona central del dominio bizantino, como sería la constitución de las nuevas sedes episcopales, con potentes obras de amurallamiento, de Elo (Elda), Bigastro (Cehegín), o el reforzamiento de la fortaleza de San Esteban en el cerro de la Alhambra de Granada. En todo caso, Recaredo a finales de los noventa trató de llegar a un arreglo pacífico de sus diferencias con el Imperio, que garantizase por escrito la situación fronteriza entonces existente. Intento que fracasaría ante el diplomático rechazo de la gestión por parte del papa Gregorio Magno (590-604), que defraudaría así las esperanzas puestas en él por su viejo amigo Leandro de Sevilla. Sin duda que Gregorio Magno estaba molesto por las injerencias cesaropapistas de los funcionarios imperiales en los asuntos eclesiásticos de su provincia hispana, pero no estaba dispuesto a una confrontación abierta con el Imperio, acosado como estaba por los longobardos, y lo cierto es que tanto Recaredo como Gregorio Magno habían dilatado mucho, hasta el año 596, en comunicarse tanto la nueva del abandono del arrianismo como la felicitación por ello.

Isidoro de Sevilla destacaría un tiempo después la política filonobiliaria de Recaredo frente a la de su padre Leovigildo. Una política concretada en la devolución de patrimonios fundiarios confiscados, así como en la concesión de otros nuevos y en la entrega a los nobles de los altos puestos de la administración del Reino. Y muy especialmente el obispo sevillano recuerda las concesiones de extensas posesiones hechas por Recaredo a la Iglesia, destacando la erección y dotación de nuevos monasterios. Según el Biclarense, esa generosa política ya se había iniciado en 587, pero sin duda que se aceleraría tras 589. Para ello, Recaredo pudo utilizar los importantes recursos, en dinero y en tierras, acumulados por Leovigildo en sus importantes guerras de conquista. Sin duda que el objetivo final de una tal política no sería otro que la constitución de una potente facción nobiliaria en torno a su linaje, y de la que formaban parte tantos elementos godos como hispanorromanos. Política filonobiliaria y filoeclesiástica que no impedía a Recaredo continuar con el proceso de imperialización de la Monarquía goda, de tradición tardorromana y bizantina, iniciado por Leovigildo. Las pocas leyes conservadas de Recaredo traducen su interés por resaltar la posición superior del Rey así como la eliminación de cualquier posición de privilegio deseada por la nobleza de origen godo. Es más, Recaredo trató también de controlar los matrimonios en el seno de la nobleza, tradicional instrumento de alianza entre los nobles, imponiendo las duras restricciones canónicas sobre matrimonios consanguíneos y de las vírgenes y viudas.

En fin, Recaredo tampoco se abstendría de hacer nombramientos discrecionales de obispos ni de inmiscuirse descaradamente en asuntos aparentemente propios de la disciplina eclesiástica. Incluso pudo promover una cierta política permisiva hacia las comunidades judías, aceptando a cambio de apoyo económico un cierto relajamiento de la legislación destinada al control de las mismas por el poder episcopal.

Los últimos acontecimientos fechados relativos al reinado de Recaredo de los que se tiene documentación abundante son una serie de concilios de naturaleza provincial —Narbona (589), Sevilla (590), Zaragoza (592), Huesca (598) y Barcelona (599)— y uno general en Toledo (597). En su conjunto tratan de reforzar y acomodar las medidas tomadas en el Concilio III de Toledo a las diversas particularidades provinciales en lo referente a la disciplina del pueblo cristiano, patrimonio eclesiástico, conversión del clero arriano y organización diocesana. Además, prueban la efectividad de las decisiones tomadas en mayo de 589 en cuanto a la colaboración episcopal en la administración del Reino, con especial atención a la fiscalidad.

Por todo ello, no extraña que Recaredo pudiera terminar sus días en paz, falleciendo de muerte natural en Toledo en diciembre del año 601. Y todo apunta a que no hubo problemas a la hora de transmitir la Corona a su hijo Liuva II (601-603).

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