Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma; Paula Flores Vargas; Ricardo Matías Heredia Sánchez; Alamiro Fernández Acevedo; Soledad García Nannig; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán; |
(ix).-El derecho indiano en Chile.
1º.-El trabajo de los indígenas.
La encomienda.
La encomienda fue una institución socio-económica mediante la cual un grupo de individuos debía retribuir a otros en trabajo, especie o por otro medio, por el disfrute de un bien o por una prestación que hubiese recibido.
La encomienda fue una institución característica de la colonización de las Indias, establecida como un derecho otorgado por el Rey en favor de un súbdito español (encomendero) con el objeto de que éste percibiera los tributos que los indígenas debían pagar a la corona, en consideración a su calidad de súbitos de la misma; a cambio, el encomendero debía cuidar del bienestar de los indígenas en lo espiritual y en lo terrenal, asegurando su mantenimiento y su protección, así como su adoctrinamiento cristiano.
Sin embargo, se produjeron abusos por parte de los encomenderos y el sistema derivó en formas de trabajo forzoso o no libre, al reemplazarse, en muchos casos, el pago en especie del tributo por trabajo en favor del encomendero.
La encomienda de indios procedía de una vieja institución medieval implantada por la necesidad de protección de los pobladores de la frontera peninsular en tiempos de la Reconquista. En América, esta institución debió adaptarse a una situación muy diferente y planteó problemas y controversias que no tuvo antes en España.
Si bien los españoles aceptaron en general que los indígenas eran seres humanos, los definieron como incapaces que, al igual que los niños o los discapacitados, no eran responsables de sus actos. Con esa justificación sostuvieron que debían ser "encomendados" a los españoles.
Los tributos indígenas en especie (que podían ser metales, ropa o bien alimentos como el maíz, trigo, pescado o gallinas) eran recogidos por el cacique de la comunidad indígena, quien era el encargado de llevarlo al encomendero. El encomendero estaba en contacto con la encomienda, pero su lugar de residencia era la ciudad, bastión neurálgico del sistema colonial español.
La encomienda fue una institución que permitió consolidar la dominación del espacio que se conquistaba, puesto que organizaba a la población indígena como mano de obra forzada de manera tal que beneficiaran a la corona española. Se establecieron el 20 de diciembre de 1503 en una real Provisión. Supuso una manera de recompensar a aquellos españoles que se habían distinguido por sus servicios y de asegurar el establecimiento de una población española en las tierras recién descubiertas y conquistadas. Inicialmente tuvo un carácter hereditario, posteriormente se otorgó por tiempo limitado.
La encomienda también sirvió como centro de aculturación y de evangelización obligatoria. Los indígenas eran reagrupados por los encomenderos en pueblos llamados "Doctrinas", donde debían trabajar y recibir la enseñanza de la doctrina cristiana a cargo generalmente de religiosos pertenecientes a las Órdenes regulares. Los indígenas debían encargarse también de la manutención de los religiosos.
Las constantes denuncias frente al maltrato de los indígenas por parte de los encomenderos y el advenimiento de la llamada catástrofe demográfica de la población indígena, provocaron que la encomienda entrara en crisis desde finales del siglo XVII, aunque en algunos lugares llegó a sobrevivir aún hasta el siglo XVIII. La encomienda fue siendo reemplazada por un sistema de esclavitud abierta de negros capturados en África e importados a América.
La crítica de Bartolomé de Las Casas a este sistema hizo que los monarcas limitaran las acciones de estos encomenderos, aboliendo la encomienda de indios en 1542 con las Leyes Nuevas. Jurídicamente estuvo regulada por las Leyes de Burgos (1512 y 1513) y fue modificada por las Leyes Nuevas (1542). Fue abolida en 1791.
Decadencia.
La institución de la encomienda se basaba fuertemente en la adscripción tribal del individuo sujeto a ella (siendo de hecho los caciques, curacas, u otros jefes tribales quienes actuaban como intermediarios y organizadores del servicio). A los mestizos, por ejemplo, la ley los eximía de la encomienda. Esto provocó que muchos aborígenes buscaran deliberadamente diluir su identidad étnica o tribal, y la de sus descendientes, intentando casarse con individuos de distinta etnia, especialmente con españoles y criollos. La encomienda, de este modo, debilitó severamente la etnicidad e identificación tribal de los Amerindios, y esto a su vez disminuyó el número de potenciales encomendados.
En Chile.
En Chile la encomienda fue establecida por Pedro de Valdivia. En Chile la institución de la encomienda, clave en la constitución social del país, se extendió a través de toda la zona central -desde el valle de Aconcagua hasta el río Maule- y en la zona sur, desde Concepción a Osorno.
Esta institución, como toda creación histórica, experimentó variaciones a través del tiempo. En un comienzo el sistema fue utilizado en la minería- especialmente en la extracción de oro- sin embargo la decadencia de esta actividad llevó a la ruralización del servicio personal indígena. Al mismo tiempo, una acusada mortandad de la población indígena debido principalmente a las epidemias, redujo considerablemente el número de los indios encomendados.
Las tasas de trabajo de los indígenas.
Durante el siglo XVII, especialmente entre 1600 y 1650, se promulgaron una serie de medidas que tendieron a fortalecer la servidumbre indígena en el campo, así como también la estancia y la hacienda.
Sin embargo, ya desde la segunda mitad del siglo XVII se generó, tanto en las colonias como en la metrópoli, un fuerte debate público en torno a la esclavitud que afectaba a los indígenas así como también múltiples denuncias, por parte de los protectores de indios, de maltrato y abuso por parte de los españoles.
Durante el siglo XVIII, y principalmente a partir del ascenso de la dinastía borbónica a la monarquía española, comenzó un período de decadencia de encomienda, hasta su abolición oficial en el año 1791.
El famoso despego de los indios al trabajo (Flojera) produjo establecimiento de tasa para regular servicio personal de indios:
1).-Tasa de Santillán.
La Tasa de Santillán era una tasa de trabajo indígena aplicada en Chile por el gobernador García Hurtado de Mendoza, que destacó por ser la primera regulación formal del sistema de encomienda en este país.
Descripción-
La Tasa era un sistema de mita para el trabajo indígena, que en vez de hacer trabajar a todos los indígenas de un repartimiento, solo fijaba turnos en el servicio; quedando obligado el cacique de cada tribu a enviar a la faena un hombre de cada seis vasallos para la explotación de las minas, y uno de cada cinco para los trabajos agrícolas.
Este trabajador, a quien hasta entonces no se le había pagado salario alguno, debía ser remunerado con la sexta parte del producto de su trabajo. La forma de remuneración, llamada Sesmo, se le debía pagar al indígena regularmente al fin de cada mes la sexta parte de lo que se extrajese en la mina.
Además la reglamentación eximía del trabajo a las mujeres y hombres menores de 18 años y mayores de 50. Establecía que los indígenas fueran mantenidos sanos por parte del encomendero y además que se procurara su pronta evangelización.
"Lo que son derechos para el encomendero (español a cargo del indigena), son obligaciones para el encomendado (indigena) y los derechos del ecomendado son obligaciones para el encomendero."
La Tasa de Santillán reguló el servicio personal, dándole una dimensión más humana. Disminuyó el número de personas que podían asistir a la mita minera y lo fijó en la sexta parte. El resto debía dedicarse a las labores agrícolas en su pueblo, pero la reforma más importante fue la creación del llamado "sesmo del oro", que consistía en el pago de la sexta parte de lo extraído al trabajador de la mina. La duración de la Tasa de Santillán en toda su integridad no fue demasiado larga y los gobernadores que reemplazaron a García Hurtado de Mendoza la abolieron casi totalmente.
En reemplazo a la Tasa de Santillán se dictó en 1580 por el gobernador Martin Ruiz De Gamboa una nueva ordenanza, conocida esta como la Tasa de Gamboa.
Historia.
Promulgada en el año 1558 fue el primer conjunto de disposiciones que reglamentaron las relaciones laborales entre españoles e indígenas. Su creador fue el jurista Hernando de Santillán, quien vino junto a García Hurtado de Mendoza.
En la práctica, esta tasa se prestó para que algunos españoles como Pedro Avendaño abusaran sobradamente de los indios sembrando la semilla de futuras rebeliones, en especial la del pueblo huilliche.
2).- Tasa de Gamboa era una tasa de trabajo indígena aplicada en Chile por el gobernador Martín Ruiz de Gamboa, con el que se deseaba la abolición del trabajo personal por un tributo en el sistema de encomienda, tal y como querían los reyes de España.
Descripción.
En ella, se abolía el trabajo personal, en cambio los encomenderos recibirían un tributo de ocho pesos de oro, cinco pagados en oro y el resto en especies. Funcionarios denominados corregidores velaban por la suerte de los indígenas de su respectivo distrito y les tocaba reglamentar el trabajo de ellos. El indígena que se alquilaba para trabajar recibía un salario, fijado por el justicia mayor.
Lo que los indígenas obtuvieran de su trabajo, deducido el tributo, quedaba guardado en un arca de tres llaves, la caja de la comunidad, a la que tenía acceso el corregidor, el sacerdote y el cacique del pueblo.
Historia.
Nació por instancia del obispo de Santiago fray Diego de Medellín, quien dispuso que ningún encomendero que usufructuara de los indígenas recibiera los sacramentos. Aparte de esta medida espiritual, increpo al gobernador a dictar una nueva ordenanza del trabajo indígena, naciendo en 1580 la llamada Tasa de Gamboa.
Así, el gobernador Alonso de Sotomayor la abolió en 1587, y se volvió a un sistema parecido al de la Tasa de Santillán.
3).-La Tasa de Esquilache era una tasa de trabajo indígena aplicada en Chile, con la que se deseaba la abolición del trabajo personal por un tributo en el sistema de encomienda, tal y como querían los reyes de España.
Descripción.
Esta tasa prohíbe el trabajo personal y mandaba a que no hubiere y declaraba nulo todos los títulos de dicho servicio personal, se fijaba un tributo variable a pagar a los indios según el lugar de Chile, se determinaba que sólo debían trabajar aquellos indígenas de 18 a 50 años de edad y que se debía trabajar 207 días al año.
Historia.
Luego de la reposición en Chile de la Tasa de Santillán, el padre Luis de Valdivia logró conseguir del Virrey del Perú Don Francisco de Borja y Aragón, la dictación de una nueva tasa de trabajo aborigen, que lleva este nombre debido a que el título nobiliario del Virrey era "Príncipe de Esquilache".
4).-Tasa de Laso de la Vega fue un nuevo tipo o convenio impositivo dictadas en 1635 por el Gobernador de Chile Francisco Laso de la Vega. Rey Felipe V en año 1633 ordeno que fijase una nueva tasa o tributo que debía pagar los indios y abolió el servicio personal.
Planteaba que los indígenas de la encomiendas eran libres de pagar su tributo en dinero, trabajo o en oro en un importe anual de 10 pesos, que equivale a 40 días de trabajo forzado.
Sin embargo, tal como en las demás tasas creadas para regular los abusos de los españoles sobre los indígenas, esta norma rara vez se aplicó efectivamente y los trabajadores nativos no pudieron mejoras en sus condiciones.
Nota final.
Los caciques no estaban abrigados a trabajar o pagar tributos. Tenían beneficio de hidalguía.
Los mestizos se disminuían su cuota o tasa.
2º.-Derechos personales.
La sociedad indias estaba divida en hombres libres y esclavos.
Los hombres libres se estructuraron según el origen racial de las personas;
- 1).-Los blancos.
Principalmente de origen españoles peninsulares y los nacidos en América (llamados después criollos) ocupaban la cúspide de la pirámide social;
A.-Españoles.
Los españoles ocupaban de los principales cargos políticos de colonia.
B.-Criollos.
Del idioma portugués crioulo, y éste de criar) es un término que fue utilizado durante la época de la colonia para designar al habitante nacido en América que descendía de padres europeos o de origen europeo.
A mediados del siglo XVIII controlaban buena parte del comercio y de la propiedad agraria, por lo que tenían un gran poder económico y una gran consideración social, pero estaban desplazados de los principales cargos políticos en favor de los nacidos en España. Se calificaba también de criollo al individuo nacido de criollos.
- 2).-Los caciques indígenas.
Los caciques indígenas gozaban de los privilegios de hidalgo;
- 3)-.Los mestizos.
Persona nacida de padre y madre de raza diferente, en especial de hombre blanco e india, o de indio y mujer blanca.
Estaban limitados incapacidad jurídica, no podían ser escribanos, receptores de impuestos y obtener ordenes sagradas.
Sin perjuicio muchos mestizos ocuparon estos puestos por dispensa de corona.
- 4).-Los indios;
- 5).-Los mulatos, pardos y negros libres; y los zambos.
- 6).-Esclavos.
Los esclavos (fueran estos negros o mulatos o zambos.)
Los esclavos tenían situación jus generis carecían personalidad jurídica en el ámbito civil, estaban asimilados a muebles, pero conservan su personalidad jurídica en el ámbito penal. (Eran respondan penalmente de delitos y tenían responsabilidad civil por sus hechos ilícitos. Por otro lado estaban protegidos sus derecho como personas: el homicidio o lesiones, etc., a los esclavos eran sancionado como personas libres. )
Los códigos negreros regulaban a los esclavos en indias.
3º.-Derecho de familia.
En Chile implantó legislación del concilio de Trento de 1555 a 1563. Sus disposiciones regulaban en matrimonio y las leyes reconocían el matrimonio entre indios y españoles.
Los altos funcionarios como ejemplo los virreyes, oidores, gobernadores, fiscales no podían cazarse en indias, pero si podían conseguir licencia reales, la violación de disposiciones podían perder cargo.
Se prohibió la poligamia entre los indios.
A los españoles casados debía traer a cónyuges a las indias.
En año 1776 se dicto pragmática que estableció que celebrante necesitaban el consentimiento de sus padres o abuelos, pero se admitía recurso ante tribunales en caso de negárselo los padres sin causa.
4º.-Derecho de las Obligaciones.
La libre contratación estaba restringida a altos funcionarios del gobierno o justicia y a sus mujeres e hijos.
5º.-El derecho de propiedad sobre tierras americanas.
Las tierras en territorio de Indias Occidentales Españolas eran tierras de realengo. La ocupación no constituye titulo de dominio si no era por una merced de tierras otorgado por la corona o delegados en ella en Indias.
Chile los fundadores de las ciudades y villas en nombre del rey y de acuerdo a las ordenanzas de fundación de las ciudades distribuía los terreno en lo habitantes de nuevos centros urbanos. También distribuía los bienes comunes de los centros urbanos, plazas, caminos, dehesas, etc.
Los gobernadores de Chile iniciaron la distribución de tierras en nueva gobernación de Chile.
La propiedad indígena estaba protegida por corona por leyes de indias.
ANEXO |
Pedro de Valdivia |
Valdivia, Pedro de. Castuera (Badajoz), c. 1500 – Tucapel (Chile), 25.XII.1553. Militar, conquistador de Chile. Biografía Nació en la villa de Castuera en el partido extremeño de La Serena en Badajoz. Hidalgo notorio, probablemente fue hijo de Diego de Valdivia y de Isabel Gutiérrez. Recibió alguna educación pues sabía leer y escribir. Inició su carrera militar por 1521, cuando acudió a sumarse a las tropas que reunía Carlos V para oponerse a los franceses en Flandes. Allí combatió bajo las órdenes de Enrique de Nassau y se encontró en la defensa de Valenciennes encabezada por el propio Rey. Luego pasó a Italia, donde integró el Tercio de Infantería al mando del marqués de Pescara, el que, como parte de las fuerzas bajo la dirección de Próspero Colonna, participó en el asedio y toma de Milán. Estuvo en la batalla de Pavía en 1525 cuando las tropas de Carlos V derrotaron e hicieron prisionero a Francisco I de Francia. De ahí pasó a Nápoles, donde participó en la defensa de la ciudad contra el asedio de las fuerzas del conde Lautrec. Tras la derrota de los franceses en 1527, Valdivia regresó a su tierra con el grado de capitán. En Castuera contrajo matrimonio con Marina Ortiz de Gaete. Permaneció algunos años en Extremadura, pero la monotonía de la vida y la falta de oportunidades lo llevaron a nuevas aventuras. En 1535 se embarcó rumbo a Venezuela bajo las órdenes de Jerónimo de Alderete, como parte de los refuerzos para la expedición de Jerónimo de Ortal al Orinoco. Este último terminó por ser depuesto en un motín en el que participaron los hombres de Alderete, incluído probablemente Valdivia. En los meses siguientes, la hueste recorrió los llanos de Venezuela antes de ser apresados por la gente de Nicolás de Federmann quien envió a los principales cabecillas a Santo Domingo para ser juzgados. Es probable que este hecho explique la presencia de Valdivia en Santo Domingo cuando llegó un pedido de refuerzos que había hecho Francisco Pizarro a la Audiencia de Santo Domingo para afianzar la conquista del Perú, a raíz de la sublevación de los incas. Valdivia se unió a la fuerza despachada al mando de Diego de Fuenmayor. El contingente se dirigió a Panamá y tras atravesar el istmo, siguió por mar hasta Tumbes y luego por tierra a Lima, a fines de 1536. Allí, Valdivia se puso a las órdenes de Francisco Pizarro. Al regresar a Cuzco después de la expedición a Chile a comienzos de 1537, Diego de Almagro levantó el asedio al que estaba sometida la plaza por las fuerzas del inca y tomó el control de la ciudad. La disputa entre Pizarro y Almagro por Cuzco hacía inminente la guerra entre ambos caudillos. En estas circunstancias, y valorando la experiencia militar de Valdivia, Pizarro lo nombró maestre de campo en julio de 1537. El enfrentamiento entre ambos ejércitos en la batalla de las Salinas el 6 de abril del año siguiente, terminó con la victoria de los pizarristas. Valdivia participó luego en la conquista de la provincia del Collao, en la actual Bolivia. Fue vecino fundador de San Miguel de Chuquisaca en 1538 y recibió una encomienda en el valle de La Canela. A ello se sumó el denuncio de una mina de plata en Porco, ya conocida por los naturales, que, conjuntamente con el repartimiento de indios, llegó a producir, con el tiempo, más de 20.000 pesos al año. Pese a su holgada situación, Valdivia aspiraba a la gloria, y cuando Pizarro visitó la zona, se reunió con él en Chuquiabo, sitio de la futura ciudad de La Paz, para solicitarle la conquista de Chile. Pizarro autorizó a Valdivia para proceder a la conquista de Chile como teniente suyo, al amparo de una Real Cédula de 1537 que le había concedido las tierras abandonadas por Diego de Almagro. La mala reputación que había cobrado el territorio hizo difícil reclutar gente y conseguir financiación para la empresa. Valdivia liquidó sus bienes reuniendo con ello unos 9000 pesos, pero el alto precio que tenían entonces en el Perú las armas, caballos y demás enseres no le permitió atender a las necesidades de la hueste. Debió, pues, asociarse con Francisco Martínez, un comerciante, quien aportó mercadería valorada en la misma suma, a cambio de participar a medias en los beneficios de la empresa. Un nuevo obstáculo se presentó con la llegada al Perú de Pero Sancho de Hoz, el antiguo secretario de Pizarro. Había pasado a España, donde había gastado su fortuna adquirida en la conquista de la tierra; ahora regresaba sin dinero pero con una capitulación para la población de las tierras al sur del estrecho de Magallanes. Aunque los territorios asignados a uno y otro eran, en rigor, distintos, Pero Sancho de Hoz hizo valer sus derechos y sus influencias en la Corte para pretender la conquista de Chile. En estas circunstancias y para resolver la dificultad, Pizarro consiguió que Valdivia y Pero Sancho se asociaran en la empresa. El primero partiría de inmediato, mientras que el segundo reuniría armas y pertrechos con los cuales se embarcaría al cabo de cuatro meses para unirse a la expedición. Valdivia salió de Cuzco en enero de 1540 con no más de once españoles, incluyendo Inés Suárez, compañera y amante del capitán, y un contingente de indios yanaconas. Las esperanzas estaban puestas en la posible incorporación de los restos de algunas expediciones al oriente del Collao, a las tierras de los indios Chunchos y Chiriguanos, que podrían regresar ante las dificultades encontradas y con las cuales se había establecido contacto. Valdivia y su gente se dirigieron a Arequipa para luego avanzar de quebrada en quebrada a través del desierto hasta llegar a Tarapacá. Allí permanecieron a la espera de refuerzos. Lentamente fueron llegando los sobrevivientes de las mencionadas expediciones. El contingente más importante estaba compuesto por setenta hombres bajo el capitán Francisco de Villagra, con cuyo auxilio se salvaba la empresa. Más al sur, en San Pedro de Atacama, lo esperaba otro grupo de veinticinco españoles al mando de Francisco de Aguirre. Mientras Valdivia había salido a encontrarlos, llegó de noche al campamento Pero Sancho de Hoz con tres compañeros, quienes penetraron en la tienda de Valdivia con intenciones aviesas. Inés Suárez, que allí se encontraba, dio la alarma y se mandó llamar a Valdivia. Al no haber conseguido los refuerzos comprometidos y ante la amenaza de caer en prisión por deudas, Pero Sancho había urdido el plan de matar a Valdivia y tomar el mando de la expedición. Al conocerse sus propósitos, Pero Sancho fue apresado y se le inició un proceso que terminó con la renuncia a sus derechos en la sociedad y su incorporación a la hueste en calidad de simple soldado. Los expedicionarios, cuyo número había aumentado a poco más de ciento cincuenta españoles, avanzaron hasta el valle de Copiapó. Allí Valdivia tomó posesión del territorio en nombre del Rey, mas no de Pizarro, y dio por nombre Nueva Extremadura. Luego continuó hasta el valle del Mapocho, adonde llegó en diciembre de 1540. A partir de las informaciones recibidas de los indígenas del Perú y las noticias aportadas por los compañeros de Almagro, Valdivia había resuelto que su primera población habría de levantarse en ese lugar. La nueva ciudad, fundada oficialmente el 12 de febrero de 1541, recibió en nombre de Santiago del Nuevo Extremo. Situada a orillas del mismo río y al pie del cerro Huelén, rebautizado Santa Lucía, tenía las ventajas de un clima benigno, una población indígena abundante, pero no al extremo de llegar a constituir un peligro, una agricultura en buen pie en los terrenos vecinos y una cierta cercanía a la costa de manera que los socorros pudieran llegar con facilidad. Valdivia convocó a los indios y les hizo saber de su propósito de establecerse. Estos toleraron por entonces la presencia de los españoles, siendo que aún no habían cosechado sus sembrados. Sabiendo que los naturales enviaban tributo en oro al inca, Valdivia logró averiguar que éste se extraía de los lavaderos del estero Marga-Marga y consiguió que el cacique local le proporcionara indios para su explotación. Por el mismo tiempo, dispuso la construcción de un bergantín en la desembocadura del río Aconcagua, vecino a los lavaderos, con el fin de asegurarse la comunicación con el Perú. A medida que avanzaba la recolección de las cosechas, los indios aumentaban sus bravatas, diciendo que los matarían a todos como lo habían hecho los almagristas con Francisco Pizarro en el Perú. Esta noticia, que se anticipaba a los hechos mismos, generó desconcierto y Valdivia se aprovechó de ella para librarse de la dependencia de Pizarro. Contando con el apoyo de sus amigos en el Cabildo de la ciudad, el conquistador presentó su renuncia ante dicho cuerpo, argumentando que con la muerte de éste había cesado su mandato. El Cabildo procedió a nombrarlo gobernador hasta que Su Majestad proveyera el cargo, lo que Valdivia terminó por aceptar, no sin antes fingir rechazo. La temida rebelión de los indios comenzó con el ataque a los españoles a cargo de las faenas en los lavaderos de oro y la destrucción del bergantín en construcción. La amenaza de los indios se sumó a una conspiración contra Valdivia para reemplazarlo por Pero Sancho de Hoz. La conjura fue detectada aunque sólo se castigó a unos pocos, por la necesidad de conservar las escasas fuerzas. Esta misma falta de gente impidió a Valdivia castigar a los indios y debió disimular ante ellos. El asalto a Marga-Marga fue el preludio del ataque e incendio de Santiago el 11 de septiembre de 1541, mientras Valdivia estaba ausente en una campeada contra los indios. El asalto fue rechazado, pero las chozas de paja, que no eran otra cosa las viviendas levantadas, quedaron totalmente destruidas. Más grave aún fue la pérdida de los alimentos: sólo se salvaron dos almuerzas de trigo, tres puercos y dos aves de corral. Avisado del desastre, Valdivia regresó al poblado en ruinas. Si el propósito de los indios era obtener el regreso de los españoles al Perú, no lo lograron. La retirada habría sido difícil sin sucumbir en manos de los rebeldes, pero lo decisivo fue la resolución de Valdivia de no abandonar la conquista. Se debió empezar de nuevo. Valdivia despachó a Alonso de Monroy y cuatro jinetes a pedir refuerzos al Perú, a la vez que se iniciaba la lenta reconstrucción de las viviendas. Los animales, machos y hembras, así como los granos de trigo, fueron dedicados a la reproducción. Siguieron tiempos muy duros para la naciente fundación, antes de que llegaran los primeros auxilios a bordo de la Santiaguillo en septiembre de 1543. La nave, equipada por Diego García de Villalón y Lucas Martínez Vegazo traía a bordo a Francisco Martínez, el socio de Valdivia, quien al enterarse del estado de la empresa, optó por disolver la sociedad a cambio de una encomienda de indios cerca de Santiago. En diciembre del mismo año, regresaba a Santiago Alonso de Monroy con un refuerzo de setenta españoles. La llegada de este contingente dio mayor seguridad a la colonia y permitió a Valdivia distraer algunos hombres al mando de Juan Bohón para hacer una fundación en el norte del territorio y así mantener abierta la comunicación con Perú. La nueva población, fundada en el verano de 1544, tomó el nombre de La Serena, en honor a la patria de Valdivia. Con el arribo de la San Pedro al mando de Juan Bautista Pastene en la primavera de 1544, Valdivia pudo contar con los medios para la exploración del litoral hacia el sur hasta el estrecho de Magallanes. Nombrado teniente y capitán general de la Mar, Pastene, a la cabeza de una escuadrilla formada por la Santiaguillo y la San Pedro, recorrió la costa hasta la bahía de San Pedro hasta los 41°, donde tomó posesión de la tierra. Los refuerzos recibidos también permitieron a Valdivia avanzar más allá de los límites del río Cachapoal, pero resultaban insuficientes para emprender la conquista de las tierras del sur, como lo demostró la expedición hasta el Biobío realizada en el verano de 1546. Consciente de ello, Valdivia había enviado a Monroy y Pastene al Perú en busca de auxilios. Para favorecer este empeño envió 70.000 pesos en oro, logrado con el trabajo de los yanaconas en los lavaderos y tomado en parte de los vecinos en calidad de préstamo forzoso. Acompañaba a los anteriores Antonio de Ulloa que había conseguido licencia para regresar a España para recibir una herencia, a través de quien Valdivia escribió una carta al emperador Carlos V en la que daba cuenta de lo realizado y solicitaba la ratificación del título de gobernador que le otorgara el Cabildo de Santiago (4 de septiembre de 1545). En sus salidas por las tierras del Chile central, Valdivia pudo apreciar que la guerra de recursos que habían llevado a cabo los indígenas para obligar a los españoles a abandonar el territorio, también había repercutido sobre los naturales. A los efectos del hambre y las enfermedades se sumaba la huida de muchos indios hacia el sur, una migración que los españoles intentaron frenar. Durante los duros tiempos que siguieron al incendio de Santiago, Valdivia había repartido sesenta encomiendas de indios en territorios no sometidos, como una forma de mantener el ánimo de los pobladores. La sensible disminución de la población indígena en la zona controlada por los españoles obligó a efectuar un nuevo reparto de encomiendas, reduciendo el número de éstas a treinta y dos. El resultado fue el descontento de los perjudicados que dio lugar a una nueva revuelta contra Valdivia, encabezada por Pero Sancho de Hoz, la que fue prontamente sofocada. La conjura tenía ramificaciones en el Perú, donde los enemigos de Valdivia habían tratado de llevar refuerzos para apoyar a Pero Sancho. Favorecía su propósito la muerte de Monroy en Lima y la rebelión de Gonzalo Pizarro contra el representante del Monarca. Antonio de Ulloa, unido a Lorenzo de Aldana, su pariente y jefe del destacamento pizarrista en Lima, había logrado que se incautaran los dineros enviados por Valdivia y la nave de Pastene. Este último, empero, venciendo mil obstáculos, terminó por conseguir un navío y llevar refuerzos a Chile. Informado de lo sucedido y vista la delicada situación existente en el Perú, Valdivia estimó conveniente pasar allí personalmente para consolidar su posición y reunir más hombres. Una vez más era necesario llevar todo el oro disponible y recurrió para ello al engaño. Hizo saber a los españoles que autorizaría la salida de todo aquel que quisiera volver al Perú o España, lo que hasta entonces no había permitido. Se les autorizaba para sacar todo el oro que quisieran, haciéndose un registro de las cantidades que pertenecían a cada cual. Cuando todo estaba dispuesto para zarpar, Valdivia se dirigió a Valparaíso e invitó a los viajeros a un almuerzo en tierra. En un momento, eludió a los comensales y se embarcó en forma subrepticia, zarpando de inmediato, sin que los engañados alcanzaran a impedirlo. Quedaba en su lugar Francisco Villagra como teniente de gobernador, quien debió enfrentar un nuevo intento de Pero Sancho de Hoz para apoderarse del gobierno de Chile. Enterado de la conspiración, Villagra no tuvo los mismos miramientos que Valdivia y lo hizo ejecutar. Este último se enteró de los hechos antes de alejarse de las costas chilenas. En Tarapacá, Valdivia se informó de la victoria de Gonzalo Pizarro sobre Diego Centeno, que había permanecido leal al Rey. También supo que el licenciado Pedro de la Gasca, encargado de la pacificación del Perú, con el rango de presidente de la Audiencia, ya estaba en Lima, y se preparaba para dirigirse a Cuzco con su ejército para enfrentar a Pizarro. Valdivia alcanzó a La Gasca en Andaguaylas, cuando ya había partido de Lima, y se unió a sus fuerzas con el rango de capitán. Más gravitante que el contingente que lo acompañaba era la experiencia militar de Valdivia, debidamente valorada por el representante del Monarca, quien lo incorporó a su estado mayor. Cuando Valdivia fue a darle cuenta luego de la victoria de las fuerzas leales en Jaquijaguana, el presidente lo recibió afectuosamente: “¡Ah señor gobernador, que Su Majestad os debe mucho!”. Era la primera vez que lo llamaba por su título. Este reconocimiento se formalizó mediante una provisión de 18 de abril de 1548 por la cual La Gasca lo designó en el cargo en nombre del Rey, a la vez que fijó los límites de su jurisdicción, desde Copiapó hasta los 41° de latitud sur y 100 leguas desde la costa hasta el interior. La gobernación sólo alcanzaba hasta la zona explorada, lo que contrariaba las expectativas de Valdivia, que pretendía las tierras hasta el estrecho de Magallanes. Valdivia reclutó gente y consiguió tres naves, con las cuales se dirigió a Arequipa para recoger a otro contingente de hombres y proseguir con ellos a Chile. Estaba en Arica cuando recibió órdenes de La Gasca de regresar a Lima para responder a diversas acusaciones que le habían formulado sus enemigos. Aunque pudo haber resistido, Valdivia estimó prudente regresar. Los cargos, un total de cincuenta y siete, incluían el haber dado muerte a Pero Sancho de Hoz, su usurpación del gobierno y su conducta despótica, el robo del oro a los colonizadores y la arbitrariedad en la asignación de encomiendas. No fue difícil para Valdivia refutar las acusaciones, favorecido por la buena disposición de La Gasca, que valoraba su acatamiento a la autoridad real. Al poco tiempo, fue autorizado para volver a Chile, sin perjuicio de ordenarle que se separara de Inés Suárez, de pagar el dinero arrebatado a los vecinos, y de cuidar la forma de hacer repartimientos en el futuro. Su llegada a Chile con un numeroso contingente permitió afianzar la conquista. Valdivia encargó a Francisco de Aguirre la refundación de La Serena, que había sido destruida por los indios (agosto de 1549), y mandó a Francisco Villagra al Perú en busca de más gente. El ansiado avance hacia el sur, empero, se vio demorado hasta la primavera de ese año, por las complicaciones de una caída de caballo y una enfermedad que tuvo a Valdivia cercano a la muerte. Valdivia y un contingente de hombres llegaron a las márgenes del Biobío, que lograron atravesar pese a la resistencia de los naturales, avanzando luego hacia la costa bajo la atenta vigilancia de éstos. Un ataque nocturno al campamento de los españoles en Andalién el 22 de febrero de 1550 fue rechazado con dificultad. Su emplazamiento fue trasladado a un paraje en la ribera norte del río junto a la bahía de Concepción, donde fundaron el fuerte de Penco. La llegada de refuerzos por mar permitió explorar el territorio y lograr promesas de paz y amistad con los indios. Al amparo de este fuerte fue surgiendo un caserío que pasó a ser la ciudad de Concepción, fundada oficialmente el 5 de octubre de 1550. Se instituyó un Cabildo, se repartieron solares y se concedieron diversas encomiendas sobre la numerosa población indígena. Concepción debía ser la primera de una serie de ciudades que extendieran el dominio de España hacia el sur. Valdivia escribió al Monarca el 15 de octubre de ese año, pidiendo que se ampliara su gobernación hasta el estrecho de Magallanes, que consideraba el límite natural de la misma. A la vez, solicitaba diversas otras mercedes en compensación por los crecidos gastos en que había incurrido en la conquista de Chile. El reconocimiento de las tierras más al sur prosiguió en los meses siguientes. Valdivia remontó el río Cautín y fundó un fuerte junto a su confluencia con el río Damas, que tomó el nombre de La Imperial por las figuras que adornaban las chozas de los indios, que se asemejaban a águilas bicéfalas. Al comenzar el invierno regresó a Concepción, adonde llegó también Francisco Villagra trayendo importantes refuerzos de hombres y caballos. Lo precario del dominio español en la zona y la amenaza latente de una sublevación indígena hacían recomendable consolidar la conquista antes de efectuar otras poblaciones. Sin embargo, la abundancia de población nativa susceptible de ser dada en encomienda, y la presión de los españoles por beneficiarse del trabajo indígena era un acicate demasiado fuerte para ser resistido. En el verano siguiente Valdivia inició una nueva campaña al sur. Se dirigió primero al fuerte de La Imperial para levantar allí una ciudad, cuya fundación fue formalizada el 16 de abril de 1552. Las setenta y cinco encomiendas repartidas en esa oportunidad, incluyendo una para el propio Valdivia, eran riquísimas y algunos encomenderos de Santiago hicieron dejación de las suyas para tomar otras allí. Avanzó luego hasta el río Calle-Calle, a cuyas orillas se efectuó otra fundación el 9 de febrero de 1552, la que recibió el nombre de Valdivia. También aquí la población indígena era abundante, lo que permitió conceder no menos de ochenta y ocho repartimientos. Ese mismo verano y por encargo del gobernador, Jerónimo de Alderete avanzó al interior en busca de un paso a través de la cordillera, para luego fundar un poblado a orillas del lago Mallalauquén bautizado Villa Rica en alusión a las minas de oro y plata en la zona. Entretanto, Valdivia continuó con la exploración del territorio hacia el sur hasta alcanzar el seno de Reloncaví, antes de regresar a Concepción antes de la llegada del invierno. A fines de 1552, Valdivia envió a Alderete a España como su apoderado en la Corte. Éste llevaba el encargo de obtener la ampliación de su gobierno, un título nobiliario y el hábito de Santiago, además de otras mercedes para sí y sus compañeros. A la vez llevaba el encargo de Valdivia de traer a Chile a su legítima mujer y algunos parientes, a los cuales enviaba una importante suma de dinero. Apresurado en afianzar su dominio en los términos de su gobernación, Valdivia mandó a Francisco de Aguirre al otro lado de la cordillera de los Andes a la altura de La Serena, adonde se había establecido otra partida de españoles. A su vez, despachó a Francisco Villagra al sur en diciembre de 1552 para que explorara las tierras de la otra parte de la cordillera y, más tarde para que avanzara hasta el estrecho de Magallanes. Con este último propósito, Valdivia organizó también una expedición marítima encomendada a Francisco de Ulloa para reconocer y explorar dicho paso de mar, que zarpó de Concepción en noviembre de 1553. La puesta en explotación de los lavaderos de oro en Quilacoya, cerca de Concepción, parecían otorgar a Valdivia la riqueza por tanto tiempo anhelada. Sin embargo, se apreciaban indicios de desasosiego entre los indios, que hacía peligrar lo conquistado. El ataque al fuerte de Tucapel en diciembre de 1553, obligó a la guarnición a retirarse a Purén, desde donde los españoles solicitaron auxilio a La Imperial. Enterado Valdivia de los sucesos, se dirigió desde Concepción a Quilacoya, donde hizo levantar un fortín. Aquí recibió un mensaje de Juan Gómez de Almagro, quien había conducido con refuerzos desde La Imperial a Purén, avisando que había logrado rechazar un asedio de los indios. Valdivia lo citó para reunirse con un contingente de hombres en Tucapel el día de Navidad para repoblar dicho fuerte, pero advirtiéndole de no desproteger a Purén. Las noticias de un inminente ataque, propaladas por los indios, hicieron que Gómez de Almagro demorara en un día su partida. Así divididas las fuerzas españolas, por estrategia de Lautaro, otrora caballerizo de Valdivia que había huido de los españoles para unirse a su gente, Valdivia acudió a la cita. El gobernador y su gente fueron atacados por sucesivos contingentes de indígenas hasta que, agotados tras horas de combate, sucumbieron a manos de sus enemigos. Obras Cartas de Pedro de Valdivia que tratan del descubrimiento y conquista de Chile, ed. facs. dispuesta y anotada por J. Toribio Medina, Sevilla, Est. Tipográfico de M. Cardona, 1929 (intr. de J. Eyzaguirre, Santiago de Chile, Fondo Histórico y Bibliográfio de José Toribio Medina, 1953 Cartas de relación de la conquista de Chile, ed. crítica de M. Ferreccio Podestá, Santiago de Chile, Editora Universitaria, 1970). Bibliografía C. Errázuriz, Historia de Chile. Pedro de Valdivia, Santiago, Imprenta Cervantes, 1912, 2 vols. J. Eyzaguirre, Ventura de Pedro de Valdivia, Santiago, Zig-zag, 1963 (6.ª ed.) G. de Vivar, Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile (1558), ed. de L. Sáez-Godoy, Berlín, Colloquium Verlag, 1979 S. Villalobos, Historia del Pueblo Chileno, t. I, Santiago, Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, 1980 C. Pumar Martínez, Pedro de Valdivia, fundador de Chile, Madrid, Anaya, 1988 A. de Góngora Marmolejo, Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575), Santiago, Ediciones de la Universidad de Chile, 1990 L. León Solís, La merma de la sociedad indígena en Chile central y la última guerra de los Promaucaes, 1541-1558, St. Andrews (Scotland), Institute of Latin American Studies. University of St. Andrews, 1991 G. Guarda, Una ciudad chilena del siglo XVI. Valdivia 1552-1604, Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1993 G. Larraín Valdés,‘Pedro de Valdivia. Biografía, Santiago, Editorial Luxemburgo, 1996 I. Vázquez de Acuña García del Postigo, Historia Naval del Reino de Chile, 1520-1826, Valparaíso, Compañía Sudamericana de Vapores, 2004. |
Diego de Montenegro Gutiérrez |
Montenegro Gutiérrez, Diego de. Diego de Almagro. Almagro (Ciudad Real), 1480 – Cuzco (Perú), 8.VII.1538. Adelantado de la conquista de Perú, socio de Francisco Pizarro y Hernando de Luque, gobernador de la Nueva Toledo y descubridor de Chile. Biografía No es raro que en la biografía de personajes importantes de la conquista del Nuevo Mundo, tales como Hernán Cortés, Francisco Pizarro o Diego de Almagro, se mezclen, sobre todo en sus orígenes, elementos que parecen arrancados de la leyenda o de alguna página de una novela de caballerías. El padre de quien la historia conoce como Diego de Almagro fue Juan de Montenegro, quien tenía como oficio servir como copero, es decir, escanciador de vino, del maestre de la Orden de Calatrava Rodrigo Girón. Montenegro era, pues, mozo de humilde condición y tuvo “trato de amores”, al parecer con promesa de matrimonio, con una joven igualmente humilde llamada Elvira Gutiérrez. Fruto de estas relaciones fue la venida al mundo de un niño no deseado. Elvira dio a luz al pequeño de la forma más oculta posible en el pueblo de Almagro, dominio de la Orden de Calatrava, y a los pocos días de nacido el niño fue llevado secretamente a Aldea del Rey, un pequeño lugar en la comarca de Almodóvar. Allí quedó bajo el cuidado de una mujer llamada Sancha López del Peral, quien tenía una hija, Catalina, nacida casi al mismo tiempo que el repudiado vástago de Elvira Gutiérrez. Con Sancha y Catalina, y mantenido en secreto, quedó Diego “hasta que fue mallorcito”, tal vez con cuatro o cinco años de edad. Entonces reapareció el copero Montenegro y se lo llevó consigo por corto tiempo, pues falleció. Un tío materno de Diego, Hernán Gutiérrez, se hizo cargo del infante, que años más tarde sería un adolescente de catorce años, sumamente travieso, de carácter rebelde e ingobernable. Su tío le castigaba y llevó su severidad a extremos lindantes con lo cruel: le ponía cadenas en los pies que le causaban grandes dolores. Diego se sintió lo suficientemente fuerte para encontrar la forma de ganarse la vida y en la primera oportunidad que tuvo huyó muy lejos del pariente que sólo le había dado un plato de magra comida, malos tratos y duro trabajo. Ya por entonces todos le llamaban Diego, pero allí quedaba el asunto. Debió ser Montenegro, por su padre, o Gutiérrez, por su madre, pero ninguno de sus progenitores se preocupó por darle un apellido. Por eso tomó el nombre de la villa donde había nacido: Almagro. Corría 1493 y, un año antes, Cristóbal Colón había llegado a las Indias. La historia de su viaje descubridor y de las maravillas de las tierras visitadas por las tres carabelas excitaron la imaginación y el deseo de riqueza y aventuras de infinidad de jóvenes como Diego que, a la postre, nada tenían que perder pero sí mucho por ganar. Con la idea de pasar al Nuevo Mundo, Diego de Almagro decidió buscar a su madre, que vivía en Ciudad Real, donde se había casado con un tal Cellinos. “¿A quién, mejor que a su madre, demandar socorro?”, escribió Alfonso Bulnes, quien a continuación dice: “Poco, sin embargo, quería amarrarse Elvira a su pasado clandestino; tan poco que, dado el pan que el vagabundo solicitaba, y algunas monedas para sosegar su conciencia, le dijo: ‘Toma, fijo, e no me des más pasión, e vete e ayúdate Dios a tu ventura”’. Diego de Almagro, en efecto, tomó su camino y llegó a Toledo. Era aún mozo de pocos años y buscó a alguien a quien servir. Éste sería el licenciado Luis de Polanco —uno de los cuatro alcaldes de Corte de los Reyes Católicos—, de quien se convirtió en criado. Mas pronto, “como suele acaecer a los que con la mocedad no desconciertan”, Diego se acuchilló con otro mancebo y las heridas fueron tales, que al heridor no quedó más recurso que fugar. Pasando innumerables malaventuras, temeroso del largo brazo de la justicia, Diego de Almagro llegó a Sevilla, por entonces y por muchísimos años después, el gran emporio del comercio con las Indias y el punto de partida de las expediciones que emprendían viaje a esas tierras lejanas, todavía con inmensos territorios por descubrir. Almagro consiguió embarcarse en una armada al mando de Pedrarias Dávila, designado gobernador de Castillo del Oro, más conocida como Tierrafirme. En tierras del Nuevo Mundo las circunstancias lo llevaron a convertirse en soldado y él demostraría muy pronto que estaba muy bien dotado para tal oficio, en un medio sumamente agresivo por la inclemencia del clima, el calor sofocante, las lluvias incesantes, la tupida selva y los agresivos flecheros indígenas. Almagro fue adquiriendo gran experiencia militando bajo la bandera de diversos capitanes. Se convirtió en un “baqueano”, en excelente rodelero que conocía todas las argucias de los indios y, por ello, varias veces salvó milagrosamente la vida. Un cronista señala que Diego de Almagro “era muy buen soldado, y tan gran peón que por los montes muy espesos seguía a un indio sólo por el rastro, que aunque le llevase una legua lo tomaba”. Otra crónica quinientista afirmaba, refiriéndose a Almagro: “Pacificando y conquistando la tierra, militando como un pobre soldado e buen compañero [...] dióse tan buen recaudo, que allegó dineros y esclavos e indios que le sirviesen”. Almagro participó en la expedición que, por grave enfermedad de Pedrarias Dávila, comandó el licenciado Gaspar de Espinosa a la región de Peruquete y Paris. Esto ocurrió a postrero de 1515 y marzo de 1517. Es muy posible, aunque no se puede probar documentalmente, que Almagro estuviera bajo las órdenes de Francisco Pizarro. Un año más tarde, en 1518, Almagro fue uno de los hombres que tuvo papel importante en los preparativos de la expedición de Vasco Núñez de Balboa para conquistar tierras situadas a las orillas del Mar del Sur. En 1519 Diego de Almagro participó junto con el licenciado Espinosa y Francisco Pizarro en una “entrada” en la región de Natá y, por ello, no estuvo presente en la fundación de Panamá. No obstante, se reconocieron sus largos servicios y se le asignó un solar que lo convirtió en vecino de esa ciudad. Ya desde 1519 la relación amical entre Almagro y Pizarro era muy grande. Esto los llevó a formar una sociedad o “compañía” y, según las crónicas, “fueron ambos tan buenos compañeros e tan avenidos, y en tanta amistad e conformidad, que ninguna cosa de hacienda, ni de indios, ni de esclavos, ni minas en que sacaban oro con su gente, ni ganados avía entre ellos sino común, e no más del uno que del otro, mucho mejor que entre hermanos”. Este tipo de compañías o sociedades entre dos o más personas fue muy común durante la conquista de América. A la compañía entre Almagro y Pizarro se sumó un sacerdote: Hernando de Luque, vicario de Darién. Precisamente por esos años, 1521 o 1522, Almagro era uno de los hombres más acaudalados del Darién, además de contar con un repartimiento de indios en Taboga, Chochama, Tufy y una mina en el río Chagres. Era, pues, uno de los pocos a quienes la fortuna les había sonreído en el Nuevo Mundo. La prosperidad alcanzada por Almagro, y también por Pizarro, les hizo pensar en hazañas de mayor envergadura. El objetivo era ir a la conquista de la zona de Levante, o sea, al Sur de Panamá, mientras otros apostaban por la empresa de Poniente, al Norte, que tendría como resultado la conquista de Nicaragua. En pos de las tierras de Levante ya habían salido expediciones como la del capitán Gaspar de Morales y la de Pascual de Andagoya. Llevaron a Panamá noticias alentadoras de abundantes riquezas, pero no pruebas de ellas. Almagro, Pizarro y Luque decidieron intentar la conquista de esas doradas tierras y se pusieron de acuerdo para dividir gastos y tareas. Pizarro sería el capitán, el explorador; Almagro, que ya tenía experiencia en ello, sería el proveedor de hombres, caballos y alimentos; Luque aportaría algún dinero y se encargaría de obtener la licencia de Pedrarias para que la expedición pudiera zarpar. Investigaciones hechas en las últimas décadas parecen indicar que, tanto Pedrarias como el licenciado Espinosa, participaron de esta compañía, aunque muy discretamente. El 13 de septiembre de 1524 partió Francisco Pizarro en una pequeña carabela llamada Santiago. Con él iban ciento doce españoles, indios nicaraguas como cargadores y apenas cuatro caballos. Pocos meses más tarde Almagro zarpó también de Panamá, en busca de Pizarro, en otra carabela llamada San Cristóbal. Iba con cerca de sesenta hombres y, entre ellos, el famoso piloto Bartolomé Ruiz. Por haberse alejado de la costa y navegar en alta mar, la carabela de Almagro no pudo toparse con Gil de Montenegro y Hernán Pérez Peñate, dos soldados a quienes Pizarro había ordenado regresar a Panamá en busca de refuerzos. Mientras tanto, Almagro llegaba a Pueblo Quemado, donde sostuvo un recio combate con los indios. No hubo víctimas mortales entre los cristianos, pero en la refriega Almagro perdió un ojo. A partir de ese momento los que no simpatizaban con él le llamarían el Tuerto. En Pueblo Quemado consiguió algo de oro. Luego, ordenó seguir navegando y el 24 de junio de 1525 descubrieron un río al que denominaron San Juan. La expedición —al igual que la de Pizarro— no había sido un éxito y Almagro decidió regresar a Panamá. Ambos socios se encontraron en Chochama, donde intercambiaron sus cuitas. Almagro fue a Panamá a informar a Pedrarias sobre este primer viaje, mientras Pizarro permanecería en Chochama procurando que su gente no desertara. La furia del gobernador por el fracaso de la expedición y por el dinero que, presuntamente, había perdido, fue muy grande. Tildó a Pizarro de incompetente y decidió cancelar la empresa de Levante. Voces amigas le hicieron reflexionar y finalmente, aceptó que continuaran explorando, con la condición que Pizarro tuviera un capitán adjunto. Almagro entonces se propuso para ese cargo y más tarde diría que lo hizo para impedir que una persona más ingresara a la compañía en desmedro de las ganancias que esperaban obtener. Sin embargo, no faltaron personas que dijeron que la ambición había sido el motivo de la decisión de Almagro. Con la seguridad de que el permiso no sería revocado, Almagro dedicó todos sus afanes a reclutar gente para embarcarla en el Santiago y el San Cristóbal e iniciar el segundo viaje hacia Levante. Esta vez los dos capitanes iban juntos y arribaron al pueblo de Atacames. En dicho punto se produjo un grave incidente entre los dos socios que estuvieron a punto de desenvainar las espadas. Lo cierto es que Almagro trataba muy rudamente a los soldados y esto causaba problemas. Por suerte amigos de ambos socios intervinieron y los ánimos se aquietaron. Mas la vieja amistad entre Almagro y Pizarro ya estaba irremediablemente deteriorada. De Atacames pasaron a la isla del Gallo, donde permaneció Pizarro con un contingente de hombres, mientras Almagro regresaba con las dos pequeñas carabelas a Panamá. Mediante un ardid, uno de los soldados descontentos metió un papel en un ovillo de algodón destinado como obsequio a Catalina de Saavedra, esposa del nuevo gobernador de Panamá, Pedro de los Ríos. En el pequeño trozo de papel se había escrito una copla que decía: “A Señor Gobernador, / miradlo bien por entero / allá va el recogedor / y acá queda el carnicero”. Obviamente el “recogedor” era Almagro y el “carnicero” Pizarro. La acusación era grave y por suerte se logró que Bartolomé Ruiz fuera en busca de Pizarro y su gente y pudieran seguir descubriendo hasta Tumbes, mientras que la mayoría de los milites regresaba a Panamá en un navío enviado por Pedro de los Ríos. La evidencia de los lugares ricos en oro y con pobladores con mayor nivel cultural que las gentes de Tierrafirme, hicieron que Almagro, Pizarro y Luque replantearan la continuación de la empresa. Ésta se presentaba como algo de gran envergadura que no podía depender únicamente del gobernador de Panamá. Por eso, los socios decidieron negociar directamente con el Rey de España. Almagro insistió en que esa gestión la efectuara Francisco Pizarro. Finalmente, Pizarro partió a la Península y en Toledo firmó con la Corona la famosa Capitulación que haría posible la conquista del Perú. Pizarro recibió el título de adelantado, que pretendía Almagro, y el de gobernador de la Nueva Castilla. Comparativamente las mercedes para Almagro eran magras: alcaide de la fortaleza de Tumbes, una renta de 300.000 maravedís anuales y la condición de hidalgo. Almagro, al saber estas noticias, se sintió profundamente defraudado. No acudió a recibir a Pizarro, pero finalmente tuvieron que entrevistarse. Pizarro argumentó que la Corona no había querido crear dos personajes con iguales prerrogativas, pues tenía experiencia negativa de ello. Almagro pareció quedar convencido, pero un nuevo personaje causó fricciones entre los viejos socios. Hernando Pizarro, hermano de Francisco y el único legítimo de todos ellos, no hizo nada por ocultar el desprecio que sentía por Almagro. Otra vez, Francisco trató de conciliar y para ello le obsequió a Almagro su parte del repartimiento de indios que tenían en Taboga. Además, renunció al título de adelantado a favor de Almagro, con la única condición de que el Monarca lo ratificara. En un clima humano que no era ideal, se iniciaron los preparativos para el tercer viaje al Perú. Por entonces le llegó a Almagro un escudo de armas y el título de mariscal. Todo esto calmó al viejo y tuerto milite manchego que vio mermada su proverbial actividad, pues el terrible mal de bubas le causaba grandes dolores. Pese a ello logró que bajo su banderín de enganche se anotaran ciento cincuenta y tres hombres, con los cuales marchó hacia el Perú, mientras Pizarro capturaba a Atahualpa en Cajamarca y se comenzaba a juntar una fabulosa fortuna en oro y plata que, teóricamente, serviría para el rescate del inca. Almagro llegó a San Miguel y se enteró de tan portentosas nuevas. Sintió la amargura de no haber estado presente en ese histórico episodio y por un momento pensó que lo mejor para él sería poblar en Puerto Viejo y solicitar la gobernación de Quito. Después recapacitaría y marchó hacia Cajamarca, donde pudo dar la enhorabuena a Pizarro el 12 de abril de 1533. Nuevamente Hernando Pizarro incordió con sus desaires, que Almagro supo disimular. Ahora el gran interés que tenía era la muerte de Atahualpa, pues el oro y la plata que se amontonaba eran para los captores del Inca y no para él y sus hombres. En las jornadas siguientes sí tendría participación económica. Atahualpa fue ejecutado el 26 de julio de 1533. Ya juntos como socios, Almagro y Pizarro reanudaron la marcha. Primero a Jauja y después al Cuzco. Pizarro le pidió a Almagro que tomase posesión de la costa para evitar los ambiciosos proyectos del adelantado Pedro de Alvarado, lugarteniente de Hernán Cortés en la conquista de México. Almagro cumplió cabalmente el encargo. Efectuó la primera fundación de Trujillo y, en compañía de Sebastián de Belalcázar, ascendió hasta Quito para oponerse a la desmedida ambición de Pedro de Alvarado. Almagro evitó el enfrentamiento entre españoles y pasó a negociar con el rubio gobernador de Guatemala, quien pretendía que la ciudad del Cuzco le pertenecía. En las conversaciones parece que Almagro no estuvo, al principio, lo suficientemente enérgico para defender sus derechos, que eran también los de Pizarro, pero después llegó a un acuerdo económico con Alvarado. Éste le dejaría todos sus hombres y navíos a cambio de 100.000 castellanos de oro. Hecho el trato, bajaron a la costa y Almagro, Alvarado y Pizarro se reunieron en Pachacamac, donde el segundo de los nombrados recibió el dinero ofrecido y se marchó a Guatemala. Antes de estos hechos, Hernando Pizarro había marchado a España llevando al Monarca el quinto del rescate de Atahualpa. Almagro, a su vez, comisionó secretamente a diversos partidarios suyos para que pidieran a la Corona una gobernación independiente para él. Con el oro y la plata obtenidos en Cuzco, Almagro tenía una gran capacidad económica que le permitía encontrar valedores en las Indias, como el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, y también en España. La ansiada gobernación debía llegar cuanto antes. En España, Hernando Pizarro, enemigo mortal de Almagro desde un primer momento, intrigó contra él ante los más altos personajes de la Corte. Sin embargo, los valedores de Almagro supieron defenderle vigorosamente y obtener para él una gobernación —la de Nueva Toledo—, que debía estar al sur de la de Pizarro con una extensión de doscientas leguas. Precisamente, Almagro estaba en Cuzco cuando recibió la Real Cédula que daba absoluta legalidad a su deseo de conquistar Chile. Juan y Gonzalo Pizarro, ante esta nueva situación y con el respaldo de su hermano Francisco, se negaron a que Almagro fuera teniente gobernador de Pizarro en Cuzco. Esta situación estuvo a punto de provocar un sangriento motín entre pizarristas y almagristas, pero, felizmente, por entonces Francisco Pizarro llegó a la vieja capital de los incas y el 12 de junio de 1535 ambos socios, comulgando de una misma hostia remozaron su pacto de amistad. La expedición a Chile fue un rotundo fracaso. Cierto es que los españoles iban bien aprovisionados, con buenas cabalgaduras e indios de servicio, pero el clima, la tierra estéril y otras complicaciones no pudieron superarse. Lo cierto es que Almagro eligió una ruta equivocada, la más difícil. Atravesaron la altiplanicie del Collao, bordearon el lago Titicaca y discurriendo por serranías desiertas se detuvieron en Tupiza. De allí siguieron avanzando hacia el Sur, ascendieron el paso de San Francisco para llegar a la Puna de Atacama, a 4.000 metros de altura. El frío, el mal de altura y las enfermedades mataron a indios, caballos y a no pocos españoles. La expedición atravesó la cordillera y descendió a Copiapó. Allí pudieron reponerse de tantas penurias durante algunas semanas. Continuaron posteriormente —siempre hacia el Sur— por los valles de Huasco y Coquimbo para acampar en el valle de Aconcagua. Una vez que la hueste descansó, Almagro dispuso que cuatro tropillas de jinetes exploraran el territorio. La más importante de todas, al mando de Gómez de Alvarado, llegó hasta las orillas del río Maule para regresar con las más negras noticias: no había la menor huella de metales preciosos y los naturales de esas tierras vivían en la mayor pobreza. Fue entonces cuando decidieron regresar tomando como punto de reagrupamiento Copiapó. A fines de 1536 iniciaron la marcha hacia Perú por el desierto de Atacama y, en los primeros meses de 1537, llegaban a la villa de Arequipa. Antes de continuar relatando la trayectoria vital de Almagro, conviene recordar que Francisco Pizarro, después de la ejecución de Atahualpa, decidió como medida política coronar a un nuevo Inca, con el que los españoles pudieran entenderse y que mantuviera ascendiente sobre el pueblo nativo. El primer elegido fue Toparpa, hermano de Huáscar, quien murió envenenado por uno de los generales de Atahualpa. Se eligió como sucesor a otro hermano de Huáscar, Manco Inca, quien, según el testimonio del cronista Juan de Betanzos, “se apercibió de que el nombramiento era más ficticio que efectivo” y por ello, Manco Inca se concertó con su hermano Paullu o Paulo y con el sumo sacerdote Vilaoma para pintarle a Diego de Almagro un panorama de ingentes riquezas en tierras de Chile. Dice al respecto la historiadora española María del Carmen Martín Rubio: “Para mejor engañarle, dijeron a Almagro que, con el fin de ofrecerle máxima seguridad en el viaje, le acompañarían como guías Paullu y Vilaoma; pero, entre ellos habían programado que una noche, cuando hubieran caminado bastante, Vilaoma huiría y Paullo se quedaría hasta haber pasado los grandes puertos de montaña. Entonces ya debían haber muerto muchos españoles y los que hubieran sobrevivido estarían en muy malas condiciones físicas, desparramados y sin orden; por tanto, sería fácil que terminasen con ellos los indios de Chile y Coyapo; si alguno quedaba con vida, perecería pronto, pues el Sumo Sacerdote tenía previsto levantar en su contra las etnias del Collao y con ellas dar muerte en el Cuzco a los pocos conquistadores que hubieran podido volver hambrientos y sedientos. Es muy probable que existiera la conjura reflejada por Juan de Betanzos, pues otros cronistas también la conocieron; pero posiblemente Pizarro y Almagro nunca llegaron a enterarse de aquel acuerdo. Al contrario, debieron de creer y confiar en la fidelidad de Paullo por el comportamiento que demostraba hacia ellos. Mas, al finalizar los hechos sucedidos en la expedición, parece que realmente estuvo involucrado en la trama, y no es arriesgado aventurar que con la total ignorancia de los lideres españoles, el plan comenzó a llevarse adelante, ya que ciertamente, Almagro junto a Paullo, Vilaoma y un gran número de hombres salió del Cuzco rumbo a Chile el 3 de julio de 1535 y, según estaba acordado, cuando el grupo llegó a Tupiza, el Sumo Sacerdote emprendió discretamente la vuelta, concertando antes con Paullo que matara a los conquistadores en la travesía de la cordillera del Collasuyo, pues él, por donde pasara, hablaría a los indios para que se levantasen en contra de los extranjeros. Garcilaso de la Vega, quien también conoció la conjura, nos pone al corriente de las dificultades que entrañaba el cumplimiento del encargo encomendado a Paullo. En tal sentido, dice que Manco mandó mensajeros a Chile, avisando a su hermano y a Vilaoma de que tenía decidido matar a todos los españoles que había en el Perú, con el fin de restaurar su Imperio; los mensajeros también les comunicaron que ellos debían de hacer lo mismo con Almagro y los suyos. Paullo, tras pensarlo, reunió a los nobles que integraban su grupo y les expuso el plan, pero éstos no lo consideraron conveniente por estimar que no contaban con fuerzas suficientes para atacar a los conquistadores, debido a que habían perecido de hambre y frío más de diez mil indios en la sierra nevada que poco antes habían atravesado, y tampoco de atrevieron a atacarles durante la noche, porque tenían establecida continua vigilancia en los campamentos. Ante esas adversas circunstancias acordaron que Vilaoma huyese y Paullo se quedase con el objeto de dar a conocer a su hermano los movimientos que los españoles hacían, mas según la información proporcionada por Garcilaso, éste, evaluando las pocas probabilidades de triunfo que tenían tan escaso número de indígenas, quiso evitar nuevas muertes de sus compatriotas y no se decidió a atacar. Sin embargo, parece que la trama estuvo muy bien urdida a pesar de haber desertado Vilaoma, porque Almagro no sospechó nada en el resto del viaje y tampoco de la intención que Paullo guardaba en su interior de apoyar a Manco si se presentaba la ocasión; al contrario, en los veintidós meses que duró la expedición, el Adelantado sacó la opinión de que la conducta del Príncipe colaborador había sido altamente positiva; por ello, en 1537 le nombró Inca de la Nuevo Toledo y le entregó la mascapaicha o borla imperial”. Los hombres de confianza de Diego de Almagro, Gómez y Diego de Alvarado, Hernando de Sosa y Juan de Rada, insistían para que se apoderara de Cuzco, que estaba cercado por Manco Inca. La ciudad estaba defendida por los hermanos de Francisco Pizarro: Hernando, Juan (que moriría en un encuentro con los indios) y Gonzalo. Almagro dudaba. Cuzco, mejor dicho su posesión, sería el punto central de la controversia limítrofe entre las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo. Hay testimonios que dicen que Almagro intentó un arreglo con Manco Inca que, a la postre, se frustró. Entonces, Almagro envió emisarios a Cuzco exigiendo a Hernando que le entregara la ciudad. Éste se negó rotundamente. En la noche del 8 de abril de 1537 la hueste de Almagro tomó por asalto el Cuzco y Hernando y Gonzalo Pizarro fueron hechos prisioneros. Almagro se hizo recibir por el Cabildo como gobernador de Cuzco y de inmediato marchó hacia el Puente de Abancay donde sorprendió a un importante contingente pizarrista, al mando de Alonso de Alvarado, que iba en socorro de los hermanos de Francisco asediados por Manco Inca. Después de esta victoria, Almagro regresó a Cuzco y otorgó la mascapaicha a Paullu. Enterado Francisco Pizarro del regreso de Almagro y de la prisión de sus hermanos, envió a Cuzco a una persona amiga de los gobernadores: el licenciado Espinosa, que falleció durante el viaje. Almagro bajó a la costa y en Chincha fundó la villa de Almagro. Pizarro apeló entonces al arbitraje respecto de Cuzco y propuso para esta delicada misión al sacerdote mercedario Francisco de Bobadilla. Ambos gobernadores pactaron una conferencia en un punto denominado Mala, la cual tuvo lugar el 13 de noviembre de 1537, pero se interrumpió abruptamente, pues Almagro se retiró temiendo una celada. En medio de un clima de mutua desconfianza entre Almagro y Pizarro, fray Francisco de Bobadilla, aceptado por Almagro como árbitro, emitió su dictamen. Decía que pilotos expertos en cosas de la mar debían fijar la exacta posición de ambas gobernaciones, pero, hasta que se diera el fallo definitivo, juzgaba que Cuzco pertenecía a Pizarro. Ambos gobernadores debían disolver sus tropas o enviarlas a combatir a Manco Inca. Por último, la ciudad fundada por Almagro en Chincha debía trasladarse a Nazca. Los almagristas rechazaron el fallo y Rodrigo Orgóñez insistió en que se debía ejecutar a Hernando Pizarro. Su hermano Gonzalo logró huir. El 23 de noviembre de 1537, Almagro decidió seguir ocupando Cuzco hasta que el Emperador diera un fallo definitivo. También ordenó que la villa de Almagro se trasladara a Sangallán. Francisco Pizarro aceptó todo a cambio de la libertad de su hermano Hernando, la que consiguió pese a la protesta unánime de los capitanes almagristas. Pretextando que había que seguir la lucha contra Manco Inca, Hernando Pizarro formó un ejército para llevarlo a Cuzco. Por esos días, Francisco Pizarro recibió una Real Cédula donde se ordenaba a Diego de Almagro salir de todos los lugares conquistados por su socio. En un acto de verdadera desesperación, Almagro y los suyos marcharon también a Cuzco para defenderlo. Los pizarristas, con Hernando a la cabeza, llegaron a la pétrea ciudad imperial. Los almagristas, dirigidos por Rodrigo Orgóñez, pues el gobernador estaba muy enfermo, ocuparon emplazamientos en el campo de Las Salinas, cerca de Cuzco. El 5 de abril de 1538 se avistaron los dos ejércitos. Un cronista escribió: “Jamás de una parte ni de la otra salieron a tratar de paz [...] tanto era el odio que se tenían”. El 6 de abril con los primeros rayos del sol ambos bandos se lanzaron al combate con singular denuedo. Almagro, en una litera, pues no podía caminar, contemplaba la batalla desde un cerro. Ni almagristas ni pizarristas pidieron ni dieron cuartel. La lucha fue singularmente cruel. El desempeño de Rodrigo Orgóñez, sus hazañas durante la acción, son dignas de recordarse. Aunque, lamentablemente, murió a manos de un villano y otro le cortó la cabeza. La victoria quedó para los pizarristas. Diego de Almagro y unos pocos leales escaparon hacia la fortaleza de Sacsahuamán con el vano intento de seguir defendiéndose o morir en la demanda. Alonso de Alvarado, Felipe Gutiérrez, Alonso del Toro y otros más, enemigos jurados de Almagro, lo buscaron y le intimaron rendición. El viejo y enfermo gobernador de la Nueva Toledo se entregó y lo llevaron a Cuzco donde los pizarristas habían asesinado a los vencidos almagristas. Diego fue puesto en una prisión desde donde Hernando Pizarro le daba esperanzas de vida, pese a que ya tenía decidido ejecutarlo. Finalmente fijó la fecha. Almagro debía morir el 8 de julio de 1538. Hernando Pizarro tomó infinitas precauciones, pues temió que los pocos almagristas que aún quedaban intentaran rescatarlo. Pedro Cieza de León relató los últimos momentos y la muerte de Diego de Almagro: “Hernando Pizarro le tornó á decir que se confesase, porque no tenía remedio excusar su muerte. Luego el Adelantado se confesó con mucha contrición, é por virtud de una provisión del Emperador nuestro Señor, en la cual le daba poder para que pudiese en su vida nombrar Gobernador, señaló á D. Diego, su hijo, dejando á Diego de Alvarado por su gobernador hasta que fuese de edad; é fecho testamento dejó por su heredero al Rey, diciendo que había gran suma de dinero en la compañía suya é del Gobernador, é que de todo le tomasen cuenta; é que suplicaba á S.M. se acordase de hacer mercedes á su hijo. É mirando contra Alonso de Toro, dijo: ‘Agora, Toro, os vereis harto de mis carnes’. Las bocas de las calles estaban tomadas é la plaza segura, é como se divulgó que querían matar al Adelantado fue grandísimo el sentimiento que demostraron los de Chile; los indios lloraban todos, diciendo que Almagro era buen capitan, y de quien recibieron buen tratamiento. É ya que hobo hecho su testamento, Hernando Pizarro mandó darle garrote dentro en el cubo, porque no se atrevió a sacarle fuera, é así se hizo; é después que le hobieron muerto le sacaron en un repostero, con voz de pregonero que iba diciendo: ‘Esta es la justicia que manda hacer S.M. y Hernando Pizarro en su nombre, á este hombre por alborotador de estos reinos, é porque entró en la ciudad del Cuzco con banderas tendidas, é se hizo recibir por fuerza, prendiendo á las justicias, é porque fué á la puente de Abancay é dió batalla al capitan Alonso de Alvarado, é lo prendió á él é á los otros, é había hecho delitos é dado muertes’. Por las cuales cosas y otras, daban en el pregón á entender ser digno de muerte. El virtuoso caballero Diego de Alvarado, no así ligeramente podemos decir las lamentaciones que hacía en este tiempo, llamando de tirano á Hernando Pizarro, é diciendo que por haberle él dado la vida daba la muerte al Adelantado; é llegado al rollo, le cortaron la cabeza al pié dél, é luégo llevaron el cuerpo del mal afortunado Adelantado á las casas de Hernán Ponce de Leon, adonde le amortajaron. Hernando Pizarro salió, cubierta la cabeza con un gran sombrero, y todos los capitanes é más principales salieron á acompañar el cuerpo generoso, é con mucha honra fue llevado al monasterio de Nuestra Señora de la Merced, adonde están sus huesos. Murió de sesenta y tres años; era de pequeño cuerpo, de feo rostro é de mucho ánimo; gran trabajador, liberal, aunque con jactancia de gran presunción sacudia con la lengua algunas veces sin refrenarse; era avisado, y, sobre todo, muy temeroso del Rey. Fué gran parte para que estos reinos se descubriesen, según mas claramente lo he contado en los libros de las Conquistas; dejando las opiniones que algunos tienen, digo que era natural de Aldea del Rey [sic], nacido de tan bajos padres que se puede decir de él principiar y acabar en él su linaje”. Como indica Cieza, Almagro tuvo un hijo que se llamó Diego de Almagro, el Mozo, tenido con una india panameña bautizada como Ana Martínez. Los partidarios de Almagro, el 26 de junio de 1541, asesinaron a Francisco Pizarro en Lima y proclamaron gobernador de Perú a Diego de Almagro el Mozo. Esta insurrección terminó en la batalla de Chupas, cuando las tropas del licenciado Cristóbal Vaca de Castro, que había venido a Perú para dirimir los problemas limítrofes de las gobernaciones de Pizarro y Almagro, se enfrentaron con las del hijo de este último y fueron derrotadas. Almagro el Mozo fue tomado prisionero, llevado a Cuzco, y allí se le ejecutó y enterraron sus restos en la Iglesia de La Merced, junto con los de su padre. De estos despojos no ha quedado vestigio alguno. Almagro tuvo también en Panamá otra hija con una india llamada Mencía, a la que pusieron el nombre de Isabel. Se desconoce el destino que corrió. Bibliografía P. Cieza de León, Guerra de Salinas, en Guerras Civiles del Perú, Madrid, Librería de la Viuda de Rico, s. f. G. Fernández de Oviedo y Valdez, Historia General y Natural de las Indias, Asunción, Imprenta de la Editorial Guarania, 1944 P. Pizarro, Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú, Buenos Aires, Editorial Futuro, 1944 A. de Zárate, Historia del Descubrimiento y Conquista del Perú, Lima, Imprenta Miranda, 1944 R. Porras Barrenechea, Cedulario del Perú, Lima, Imprenta Torres Aguirre, 1944 A. de Herrera, Historia General de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Buenos Aires, Imprenta Continental, 1945 L. Galdames, Historia de Chile, Santiago de Chile, Empresa Editora Zig Zag, 1945 D. de Trujillo, Relación del Descubrimiento del Reyno del Perú, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1948 A. de Borregan, Crónica de la Conquista del Perú, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1948 A. de Ramón, Descubrimiento de Chile y compañeros de Almagro, Santiago de Chile, Universidad Católica de Chile, 1953 F. López de Gomara, Historia General de las Indias, Barcelona, Imprenta de Agustín Núñez, 1954 A. Bulnes, “El Almagro”, en Suplemento Dominical del diario “El Comercio” (Lima), 3 de enero de 1954 G. Inca de la Vega, Los Comentarios Reales de los Incas, Lima, Librería Internacional del Perú, 1960 P. Cieza de León, Crónica del Perú (Tercera Parte), Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú-Academia Nacional de la Historia, 1989 A. de Ramón, Breve historia de Chile, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2001 M. C. Martín Rubio, “El Inca Paullu”, en Paccarina (Lima), año 1, n.º 1 (marzo de 2006). |
García Hurtado de Mendoza |
Hurtado de Mendoza, García. Marqués de Cañete (IV). Cuenca, 1535 – Madrid, 15.X.1609. Gobernador de Chile y virrey de Perú. Biografía Nació en el seno de una familia de gran tradición nobiliaria que acumulaba numerosos títulos de Castilla. Fue hijo segundo del II marqués de Cañete, Andrés Hurtado de Mendoza, y de María Manrique. Pasó sus primeros años en la Corte como paje de la infanta María (hija de Carlos V). A partir de 1551 participó en las campañas españolas en Italia, primero en Córcega y luego en Siena. Posteriormente se unió al ejército español que luchó contra los franceses en Renty (Bélgica). Gracias a estas intervenciones, adquirió una gran experiencia militar que le resultó muy útil en el desempeño de sus cargos en América. Llegó a Perú en 1556 acompañando a su padre, que había sido nombrado virrey de aquel territorio. En enero del año siguiente fue nombrado gobernador de Chile, tras conocerse el fallecimiento en Panamá del nuevo gobernador, Jerónimo de Alderete. El 25 de abril tomó posesión del cargo en La Serena y su primer acto fue el apresamiento de Francisco de Aguirre y Francisco Villagra, personajes que venían rivalizando por el gobierno de Chile tras la muerte de Pedro de Valdivia en 1553. Sin apenas demora, acometió sucesivas campañas contra los mapuches. En una de ellas logró imponerse en la batalla de Las Lagunillas a los indígenas, liderados por Galvarino, al que tomó prisionero e hizo cortar las manos para sembrar el miedo entre sus seguidores. En el mismo año de 1557 se enfrentó de nuevo a los naturales, esta vez guiados por Caupolicán, al que derrotó en la batalla de Millarapue. Caupolicán, tenido como la gran figura de la resistencia araucana, fue condenado a morir empalado en la plaza pública de Cañete, lo que ocurrió en 1558, no sin antes bautizarse y hacerse cristiano. Encomendó al capitán Juan Ladrillero el reconocimiento del estrecho de Magallanes. La expedición zarpó de Valdivia en noviembre de 1557 con dos naves y, tras sufrir numerosas penalidades, Ladrillero pudo entrar en el estrecho y explorar canales, fiordos y archipiélagos. Se detuvo en un punto que llamó Nuestra Señora de los Remedios y allí permaneció cinco meses. Finalmente, en agosto de 1558 tomó posesión del territorio en el lugar llamado La Posesión. A principios del año siguiente regresó a Valdivia con la tripulación diezmada. García Hurtado de Mendoza reconstruyó el fuerte de Tucapel, destruido por Caupolicán en su ataque de 1553. Entre finales de 1557 y principios de 1558 fundó la ciudad de Cañete, que fue defendida con sólidas murallas de piedra y, con el mismo material, fueron levantados los edificios principales. Durante mucho tiempo fue la gran plaza fuerte y reducto militar destinado a preservar la presencia española en la región. Promovió el tercer poblamiento de Concepción; descubrió el archipiélago de Chiloé (febrero de 1558) y ordenó la fundación de Osorno (marzo de 1558). Asimismo, refundó la ciudad de Los Confines a la que bautizó ahora con el nombre de Los Infantes de Angol (enero de 1559). Su actividad colonizadora se extendió a las actuales tierras argentinas. Encomendó al capitán Pedro del Castillo una expedición que, tras cruzar los Andes, culminó con la fundación de la ciudad de Mendoza en el valle de Cuyo (1561), en honor a su apellido. Durante su gobierno, el oidor de la Audiencia de Lima, Hernando de Santillán, dictó la Tasa de Santillán (1559), documento de gran trascendencia por cuanto que reguló la encomienda y el trabajo indígena. Aquella época también suele considerarse como el punto de partida de la literatura chilena con La Araucana (1569) de Alonso de Ercilla. La arrogancia con que Hurtado de Mendoza asumió el gobierno de Chile le granjeó no pocas enemistades, especialmente la de Francisco de Villagra. Ello, unido al hecho de que la Corte nunca vio de buen grado el nombramiento por parte de su padre, precipitó su caída. La muerte de su progenitor en 1561 forzó su regreso a Lima, para emprender de inmediato viaje a España. En el juicio de residencia como gobernador de Chile se le imputaron doscientos quince cargos, de los que la mayoría hacían referencia al uso irregular de los fondos de la Real Hacienda. Pese a ello y gracias a la influencia de su familia, el proceso pudo detenerse. Permaneció en la Corte y casó con Teresa de Castro y de la Cueva, emparentada con varias familias de la nobleza española. Fue nombrado embajador en Italia ante el duque Manuel Filiberto de Saboya (1575) y, más tarde, sirvió en la guerra de Portugal (1580). Felipe II valoró su experiencia militar y la circunstancia de que ya hubiera ejercido el gobierno de Chile para ponerlo al frente del virreinato peruano en sustitución del anciano conde del Villar (1588). Zarpó de Sanlúcar de Barrameda en marzo de 1589 y en junio se encontraba en Panamá, ocupado en la solución de los problemas de aquella Audiencia. A finales de noviembre arribó al puerto de Callao e hizo su entrada en Lima el 6 de enero de 1590. Viajó con su esposa, que se convirtió de este modo en la primera virreina del Perú, y con un numeroso séquito de caballeros, damas, pajes y criados. Retomó la guerra de Arauco enviando refuerzos al gobernador Alonso de Sotomayor, que de ninguna manera pudieron doblegar la resistencia indígena. En otro escenario, el argentino, impulsó la colonización española frente a los chiriguanos con la fundación de San Lorenzo de la Barranca (1590) por Lorenzo Suárez de Figueroa, y La Rioja (Tucumán) por Juan Ramírez de Velasco (1591). Ese año de 1591, habiendo fallecido su hermano primogénito Diego Hurtado de Mendoza y Manrique, sucedió en la merced de marqués de Cañete. El aumento de las rentas reales fue una de las prioridades de su gobierno. Con celeridad dispuso la petición de un donativo gracioso a la población, tal como había solicitado Felipe II para atender las necesidades de su política exterior. El Cabildo de Lima, aunque terminó aceptando la carga, mostró sus reticencias ante esta medida, ya que la ciudad aún no se había recuperado de los efectos del terremoto de 1586. Asimismo, dio orden a las Audiencias de Quito y Charcas para que en sus distritos se recogiese la mayor cantidad posible de dinero. La suma final obtenida superó el millón y medio de ducados, destacando la contribución especial que hicieron los mineros de Potosí y Huancavelica. Con el mismo fin recaudatorio, el Monarca ordenó el establecimiento en Perú del impuesto de la alcabala (1 de noviembre de 1591), que ya se venía cobrando en España y en México. Su imposición fue bastante impopular y los Cabildos la aceptaron no sin antes expresar sus protestas. En Quito la reacción fue más violenta y desencadenó una verdadera rebelión. Cuando el 23 de julio de 1592 llegó a Quito la orden para comenzar la recaudación del impuesto de alcabala, que consistía en el pago del dos por ciento de las transacciones, la provincia entera estalló en una sublevación, que ha pasado a la historia como “la rebelión de las Alcabalas”. En la protesta confluyeron varios sectores locales, como el clero, las elites y los marginales de la ciudad, conformados principalmente por mestizos y soldados. De este modo, las reivindicaciones sociales se unieron y sobrepasaron el simple rechazo al nuevo impuesto. El malestar general también era síntoma de la crisis provocada por el declive de la sociedad encomendera y la consiguiente pérdida de protagonismo de las generaciones desheredadas de la conquista, ahora desplazadas por nuevos agentes sociales, como los comerciantes y mercaderes, fuertemente vinculados al auge de la economía regional. La negativa de la Audiencia, presidida por el doctor Barros, a aceptar la suplicación del Cabildo para que no entrara en vigor el impuesto fue el inicio de las hostilidades. El virrey determinó el envío de tropas, dirigidas por el general Pedro de Arana, para calmar la situación. Éste entró en la ciudad (abril de 1593) y no dudó en apresar y dar muerte a los cabecillas. Sofocada la rebelión, Hurtado de Mendoza otorgó perdón general para los presos, lo que se conoció con júbilo en Quito el 12 de julio de 1593. Además del donativo gracioso pedido por el Rey y la implantación de la alcabala, también puso en práctica otras medidas para aumentar los ingresos de la Real Hacienda. Entre ellas, nuevos gravámenes en concepto de almojarifazgo, avería, permisos a extranjeros, venta de oficios, ejecutorias de nobleza y, especialmente, composiciones de tierras. Por medio de éstas y a cambio de ciertas cantidades de dinero, los dueños de tierras podían legalizar las propiedades que poseían sin título alguno. Para que este proceso se llevara con rectitud, elaboró unas Instrucciones, publicadas en Lima el 8 de octubre de 1594. Gracias a esta política fiscal, Hurtado de Mendoza pudo remitir a la Corte en siete armadas la cantidad de 9.714.405 pesos. Se preocupó por el rendimiento de las minas, fomentando la producción de las ya descubiertas e impulsando los descubrimientos de otras nuevas. Potosí atravesaba en aquellos años por problemas debidos al agotamiento de algunas vetas y a la disminución de la ley de los minerales extraídos. Para su remedio apoyó todas las iniciativas encaminadas al beneficio y aprovechamiento de los minerales más pobres. Además, impulsó una política de descubrimiento de nuevos yacimientos. En cambio, el mineral de Huancavelica alcanzó durante su gobierno una época de bonanza, que posibilitó el abastecimiento de mercurio, no sólo a las minas peruanas, sino también a las de Nueva España. Firmó un nuevo asiento con los azogueros (27 de abril de 1590) que sustituyó al firmado cuatro años antes por el virrey conde del Villar. En él se establecía una retribución de 40 pesos por quintal y el compromiso de repartir un total de 2.274 indios. Con relación a éstos, se estipulaba que sólo podrían ser empleados en las tareas propias del mineral; su jornada laboral no ocuparía las horas nocturnas y descansarían los domingos y días de fiesta para acudir a la iglesia. Dotó a Huancavelica de un corregimiento propio, independiente del de Huamanga (1591). Creó el cargo de balanzario y exoneró del pago de la alcabala al azogue (1592). En la región de Huancavelica se descubrieron las minas de plata de Urcococha y Choclococha (1590), cuya producción vino a paliar la crisis de Potosí. En torno a ellas mandó fundar una villa que, en honor al apellido de su esposa, bautizó con el nombre de Castrovirreina (julio de 1591). La empresa corrió a cargo de Pedro de Córdoba Messía, nombrado gobernador y administrador general de aquellas minas. Su riqueza permitió a los mineros ofrecer a la Corona un donativo de 7.000 pesos, lo que agradeció el Monarca otorgándole el título de ciudad (1594). El mismo virrey se ocupó de la asignación de mano de obra mitaya que ascendió a la cifra de dos mil cien indios. Promovió importantes obras en la ciudad de Lima. Las más inmediatas se dedicaron a la reconstrucción del palacio, seriamente dañado por el terremoto de 1586. Fundó el colegio San Felipe y San Marcos (1592), aplicándole una renta de 2.800 pesos anuales. Según sus constituciones, los colegiales vestirían sotana azul oscuro y beca azul claro y la estancia en el centro se prolongaría durante ocho años. Entre sus primeros alumnos figuraron Pedro de Córdoba y el poeta Pedro de Oña. Publicó numerosas disposiciones para el gobierno de la ciudad, que comprendían muy diversos temas, como el buen régimen del Cabildo, la fabricación y consumo de chicha, exactitud y fidelidad de las pesas y medidas, reglamentación de las pulperías, normas sobre los panaderos, molineros y pasteleros, la venta de vino, limpieza de la ciudad, etc.; además, redactó unas Ordenanzas sobre el trato de los indios, impresas en 1594. Encargó a Luis de Morales Figueroa la elaboración de un censo de indios tributarios y sus tasas de contribución a los encomenderos. De él se desprende que había 311.257 indios obligados a pagar tributo y que éste alcanzaba la suma de 1.434.420 pesos. Cuzco era la provincia con mayor renta. Durante su gobierno continuaron las incursiones de piratas. A principios de 1594 cruzó el estrecho de Magallanes el corsario inglés Richard Hawkins y atacó Valparaíso y después se dirigió a Arica. El virrey envió una armada al frente de su cuñado, Beltrán de Castro, que finalmente lo pudo hacer prisionero tras la batalla librada en la bahía de Atacames. Ya en Lima, Hurtado de Mendoza dispensó al corsario un buen trato e impidió su proceso por parte de la Inquisición. Estuvo alojado en la misma casa de Beltrán de Castro y más tarde en el colegio de la Compañía, hasta su envío a España en 1597. Por las mismas fechas, otro corsario inglés, Francis Drake, incursionaba en las posesiones del Caribe. Tras atacar Puerto Rico, se dirigió a Nombre de Dios, que incendió (enero de 1596). Fracasó en su intento de tomar Panamá, cuya defensa había encargado el virrey a Alonso de Sotomayor, y murió pocos días después a la altura de Portobelo. En 1595 zarpó, con el apoyo del virrey, una nueva expedición de Álvaro de Mendaña para continuar los descubrimientos por los mares australes. Las islas descubiertas fueron bautizadas como Islas Marquesas. Sofocado el levantamiento de la tripulación y muerto Mendaña, tomó el mando de la expedición su esposa, Isabel Barreto. Avistaron la costa norte de Australia y, tras grandes penalidades, arribaron al puerto de Manila. Hurtado de Mendoza mantuvo frecuentes roces con fray Toribio de Mogrovejo, siempre por causa de la defensa del Patronato Real. Muy tensas fueron las relaciones con motivo del seminario que el arzobispo fundó en Lima (1591), el primero que se erigía en América. En abril de 1596 abandonó Perú, tras ser relevado en el cargo por Luis de Velasco. Durante el viaje de regreso, en Cartagena de Indias, falleció su esposa. Ya en España, vivió en Madrid, donde le sorprendió la muerte en 1609. Sus restos reposan en el panteón familiar de la ciudad de Cuenca. No se le imputaron cargos graves en su juicio de residencia. Por otro lado, su conocimiento profundo del territorio por haber llegado a él con muy pocos años le granjeó el apoyo de los criollos y gozar de cierta popularidad. De espíritu emprendedor y activo, no defraudó en las grandes cuestiones que le habían sido encomendadas. De su memoria dejaron constancia el jesuita Bartolomé de Escobar, en su Crónica del Reino de Chile, y Pedro de Oña, en su poema épico El Arauco domado. El mismo tono laudatorio impregna la crónica de Cristóbal Suárez de Figueroa, Hechos de Don García Hurtado de Mendoza. No ocurre lo mismo en La Araucana, de Alonso de Ercilla, conocido el enfrentamiento entre éste y el virrey. Sus méritos fueron cantados también en la comedia Algunas hazañas de las muchas de D. García Hurtado de Mendoza, escrita por Luis de Belmonte Bermúdez, y en El Arauco domado, de Lope de Vega. Obras “Provisiones del Marqués de Cañete sobre el gobierno de la ciudad de Lima”, en R. Contreras y C. Cortés, Catálogo de la colección Mata Linares, I, Madrid, 1970, págs. 196 y ss. Ordenanzas impresas del Marqués de Cañete sobre el tratado de los indios, en Archivo General de Indias, Patronato, leg. 196. Bibliografía M. Mendiburu, Diccionario histórico-biográfico del Perú, t. IV, Lima, Imprenta de J. Francisco Solís, 1880, págs. 299-320 J. M. García Rodríguez, El vencedor de Caupolican, Barcelona, Seix Barral, 1946 A. Jara, Guerra y sociedad en Chile, Santiago de Chile, Universidad, 1961 R. Vargas Ugarte, Historia General del Perú, t. II, Lima, ed. de C. Milla Batres, 1966, págs. 311-360 L. Hanke, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1978, págs. 259-290 S. Villalobos, Vida fronteriza en la Araucaria: el mito de la guerra de Arauco, Santiago de Chile, Andrés Bello Editores, 1995 B. Lavalle, Quito y la crisis de la alcabala (1580-1600), Quito, Biblioteca de Historia Ecuatoriana, 1997 G. Lohmann Villena, Las minas de Huancavelica en los siglos XVI y XVII, Lima, Pontificia Universidad Católica de Perú, 1999. |
Fernando de Magallanes. |
Magallanes, Fernando de. Sabrosa, Tras-os-Montes (Portugal), c. 1480 – Isla de Mactán (Islas Filipinas), 27.IV.1521. Navegante y descubridor portugués al servicio de la Corona de España, caballero comendador de la Orden de Santiago. Biografía Nació en el norte de Portugal en el seno de una familia noble, los Magalhais, que en 1095 se establecieron en Portugal procedentes de Borgoña. El lugar y la fecha de su nacimiento no se conocen con exactitud, aunque la mayoría de las fuentes se inclinan por Sabrosa (cercana a Vila Real) como el lugar en el que vio la luz por primera vez, otras fijan su nacimiento en Oporto, Lisboa o Ponte da Barca (distrito de Viana do Castelo). En cuanto a la fecha se puede afirmar que fue en torno a 1480. Era el menor de los tres hijos de Ruy de Magallanes, hijo de Pedro Alonso de Magallanes, y de Alda de Mesquita, hija de Martín Gonzálvez Pimenta y de Inés de Mesquita. Sus hermanos se llamaban Isabel y Diego. De niño ingresó como paje de Leonor de Lancaster, esposa de Juan II, rey de Portugal desde 1481. En la Corte recibió lecciones de equitación, música, danza y adquirió conocimientos científicos que incluían clases de Ciencias Náuticas, Cartografía y Astronomía, impartidas por competentes maestros nacionales y extranjeros, también recibió una férrea formación religiosa que marcó en buena forma la conducta de su vida. Los años de su infancia fueron testigos de grandes descubrimientos geográficos llevados a cabo por españoles y portugueses con el doble propósito de extender la fe católica y averiguar la verdadera situación de las islas de las especias que, como la pimienta, clavo, nuez moscada, jengibre o canela, aparte de ser estimulantes del apetito, eran inmejorables conservantes, al tiempo que disfrazaban con su sabor la podredumbre de las viandas. En 1487, Bartolomé Díaz descubrió el cabo de las Tormentas, hoy cabo de Buena Esperanza; en 1492, Cristóbal Colón descubrió el Nuevo Mundo; Vasco de Gama dobló el cabo de Buena Esperanza en noviembre de 1497 y llegó a Mozambique; en 1500, Álvarez Cabral llegó, llevado por los vientos, a la Tierra de Santa Cruz, actual Brasil, cuya parte norte había sido descubierta unos meses antes por Vicente Yáñez Pinzón y Diego de Lepe. El mismo año de 1500 Juan de la Cosa dio a conocer la carta náutica de su nombre. En el Portugal medieval que conocieron y en el que vivieron los antepasados de Fernando de Magallanes la náutica, los nuevos descubrimientos y el comercio eran los temas obligados en las conversaciones cotidianas que desde niño estuvo habituado a escuchar y que, sin duda, forjaron su espíritu aventurero y le llevaron a realizar la gesta que hizo que su nombre figure en los anales de la historia. De la Corte de Leonor de Lancaster pasó al servicio del rey Manuel I. Embarcó en la flota que, al mando de Francisco de Almeida, partió de Lisboa el 25 de marzo de 1505 camino de la India, de la que Almeida fue nombrado virrey. Esta fuerza naval tomó sucesivamente Quiloa, actual Kilwa Kisiwani (Tanzania) y Mombasa (Kenia), para concluir viaje en Cananore (costa de Malabar) el 21 de octubre. Aquí, el 16 de marzo de 1506, tuvo lugar un gran combate naval en el que los lusitanos al mando de Lorenzo de Almeida, hijo mayor del virrey, destruyeron la flota del Zamorín de Calicut (India), que había pretendido sorprenderle. En noviembre del mismo año partió Magallanes de Cochin (India), a las órdenes de Nuño Vaz Pereira, para sofocar unas agitaciones en Tanzania, desde donde viajó a Mozambique. En marzo de 1509, enrolado en la armada de Diego López de Sequeira, partió hacia Malaca, con escalas en Madagascar, Ceilán, actual Sri Lanka, y Sumatra. El 11 de septiembre, fondeados en Malaca, fueron atacadas las naves por los indígenas, mientras los mandos de la escuadra se encontraban en tierra parlamentando con el rey, perecieron sesenta portugueses en un encarnizado combate y varios tripulantes de la nave de Sequeira quedaron prisioneros en tierra; Magallanes salvó de una muerte segura al capitán Francisco Serrano, lo que volvió a hacer unas semanas más tarde, cuando la nave de Serrano fue atacada por un junco armado. De estos hechos surgió una gran amistad entre estos dos hombres. Este primer reconocimiento de Malaca resultó, por tanto, un verdadero desastre, que fue en gran parte compensado por las valiosas informaciones náuticas conseguidas y las noticias auténticas de las islas de las Molucas, a donde llegó Francisco Serrano. En octubre de 1510 Magallanes se encontraba nuevamente en Cochin y pasó al servicio del nuevo virrey Alfonso de Albuquerque, con quien participó a fines de noviembre en la conquista de Goa la Vieja, capital de la entonces India portuguesa. Acompañado de Serrano, se unió otra vez a las tropas de Alburquerque para llevar a cabo la conquista de Malaca en agosto de 1511. De regreso a la metrópoli fue admitido al servicio de la Corte como mozo fidalgo y luego como fidalgo escudeiro. En agosto de 1512, enrolado en la gran armada de Jaime de Braganza, salió de Lisboa hacia la costa atlántica africana de Berbería, con la misión de someter a Muley Zeyam, jefe del entonces estado tributario de Azamor, que intentaba eliminar el poderío portugués en la zona; aquí fue herido en combate con una lanza que le dejaría cojo para siempre. Como consecuencia de su ejemplar comportamiento en la última expedición, su jefe, Juan de Meneses, le nombró cuadrillero mayor, título honorífico que sólo había sido otorgado a dos soldados en el ejército portugués. El nuevo cargo le hacía responsable de la seguridad de los prisioneros de guerra y encargado de la custodia del botín capturado a los moros que ascendía a doscientas mil cabezas de ganado lanar y cerca de tres mil entre caballos y camellos. En mayo de 1514 murió su gran valedor en las tierras marroquíes, Juan de Meneses, y los enemigos de Magallanes, envidiosos por su cargo de responsabilidad, iniciaron una campaña de desprestigio contra él, acusándolo de malversación de fondos, de abuso de su cargo y de entendimiento con el enemigo. El nuevo jefe, Pedro de Sousa, que no sentía gran simpatía por él, lo destituyó y ordenó que se le abriese un proceso y que fuese juzgado por un consejo de guerra. Magallanes, convencido de su recto proceder, no le dio importancia al tema y regresó a Portugal sin haber nombrado una defensa legal para rebatir las causas que se le imputaban. Nuevamente en Lisboa, el rey, Manuel I el Afortunado, le ordenó trasladarse a Marruecos para ser juzgado de las faltas que se le acusaba. Salió absuelto del juicio y volvió a Lisboa, donde en audiencia con el Rey, tras enumerar sus méritos, desde su servicio como paje de la Reina madre hasta su herida en la plaza de Azamor, solicitó la gracia llamada de “moradía en la casa real”, que suponía el ascenso de rango en la vida social, y autorización para servir a la Corona en una de las carabelas que partiesen hacia las Molucas o viajar en una nave particular a las islas de las Especias, lo que le fue denegado. Magallanes pensó que se le hacía una gran injusticia y decidió salir de su patria. Recibió noticias de Francisco Serrano, en las que le comunicaba que las islas de las Especias, las Molucas, estaban muy lejos de la costa de Malaca y que sospechaba que, a tenor del Tratado de Tordesillas, de 7 de junio de 1494, que modificaba la bula (Inter Caetara II) del papa Alejandro VI, estableciendo una línea de demarcación a 370 leguas a occidente de las islas de Cabo Verde, a poniente de la cual podrían explorar los españoles y a oriente los portugueses, las Molucas estaban dentro de la demarcación reconocida a España. Por aquel entonces, concretamente el 25 de septiembre de 1513, Vasco Núñez de Balboa había descubierto desde el istmo panameño el que llamó “mar del sur”, actual océano Pacífico, confirmando las conjeturas de cartógrafos y navegantes sobre la existencia de un océano entre las islas Indias colombinas y el continente asiático. Quedaba por descubrir un paso interoceánico que uniese el Atlántico y el Pacífico y, como consecuencia de las exploraciones por la zona realizadas hasta la fecha por Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón, Diego de Lepe, Díaz de Solís, Álvarez de Pineda y el propio Núñez de Balboa, parecía manifiesto que el supuesto estrecho no estaba en las zonas conocidas del Nuevo Mundo, pero nada se oponía a su existencia en regiones más australes o más boreales. De hecho, en algunas representaciones cartográficas de la época, como el mapa de Martín Waldseemüller (1507), el del polaco Stobnicza (1512) o el globo terráqueo de Johann Schöner (1515), en las que, quizás por similitud con el continente africano o con la península indostánica, se afinaba el aún desconocido sur del Nuevo Mundo y podía atisbarse un paso marítimo. La existencia de este paso permitiría a España llegar a las Molucas sin vulnerar ningún tratado. El trato de Magallanes con navegantes y cosmógrafos, su correspondencia con Serrano y su resentimiento con el rey portugués, le llevaron a buscar el apoyo de España para tratar de hallar el sospechado paso. Para ello renunció públicamente a la ciudadanía portuguesa y, dispuesto a buscar la ruta que permitiría llegar a las Molucas por poniente, se trasladó a Sevilla, eje de todos los negocios relativos a la expansión ultramarina, allí se unió a otros personajes como el cosmógrafo Faleiro, el también portugués Diego de Barbosa, empleado de las Reales Atarazanas, y el factor de la Casa de Contratación de Sevilla, Juan de Aranda, por cuya mediación pudo conocer a altos personajes a quienes expuso sus proyectos y consiguió una audiencia real en Valladolid. En la Corte de Lisboa se conocieron estas gestiones, con el consiguiente temor de que los castellanos pudiesen perturbar el monopolio portugués sobre las especias, hasta el extremo de que llegaron a pensar en entorpecer de algún modo la empresa e incluso en eliminar a su promotor, razón por la que el obispo de Burgos, Juan Rodríguez de Fonseca, vicepresidente del Consejo de Indias, puso una escolta a Magallanes. En Sevilla, Magallanes contrajo matrimonio con Beatriz Barbosa, hija del influyente Diego Barbosa, con la que tuvo un hijo. En España habían ocurrido hechos importantes, había muerto el rey Fernando el Católico y estuvo como regente el cardenal Cisneros hasta la llegada de Carlos I, que a finales de 1517 desembarcaba en las costas cantábricas acompañado de un gran séquito de cortesanos flamencos, que, aunque mal recibidos por el pueblo español, rápidamente se hicieron los dueños de la política hispánica. Carlos I se informó a fondo del proyecto de Magallanes y le dio su aprobación. En el documento de capitulación firmado en Valladolid el 22 de marzo de 1518, quedó bien claro que, por un período de diez años, Magallanes y Faleiro se reservaban los derechos a los viajes posteriores que se realizasen, no concediendo la Corona permiso a nadie que no fuese a ellos, siempre y cuando la búsqueda del paso se intentase por la ruta que ellos señalaban en la costa de América. Quedaba también muy claro que tenían que respetar la demarcación de Portugal. Dada la importancia del viaje, se les concedía la vigésima parte de los beneficios obtenidos, el título de adelantado y gobernador de las islas y tierras que se descubriesen a favor de Magallanes, sus hijos y herederos, y la quinta parte de los beneficios obtenidos con las especias que trajesen al regreso. A comienzos de septiembre de 1518, comenzados los preparativos para emprender el viaje, el Rey le concedió a Magallanes el título de caballero comendador de la Orden de Santiago y también en esos días nació su primer hijo, al que bautizó con el nombre de Rodrigo, nombre muy español a la vez que portugués, ya que éste era el nombre del padre de Magallanes. Para el viaje se hizo un gasto de 8.000.000 de maravedís y se prepararon cinco naves: la Trinidad, de 110 toneladas; la San Antonio, de 120 toneladas; la Concepción, de 90 toneladas; la Victoria, de 85 toneladas; y la Santiago, de 75. Las tripulaciones estaban integradas por unos doscientos cuarenta hombres, entre ellos, el burgalés Gonzalo Gómez de Espinosa, alguacil mayor y luego capitán general de la flota; el portugués Estevao Gomes o Esteban Gómez, piloto de la Trinidad, que desertaría con la San Antonio; el genovés Juan Bautista de Punzorol, maestre de la Trinidad; el portugués Duarte Barbosa, que llegó a mandar la expedición; el piloto francés Francisco Albo, autor del más valioso documento náutico del viaje; el jerezano Ginés de Mafra, conocedor del arte de navegar y transcriptor de una versión de la campaña; el ligur León Poncaldo de Manfrino, piloto y autor de una historia de la derrota e islas halladas; el lusitano Alvaro de Mesquita, primo de Magallanes, que actuaría como capitán de la San Antonio; Juan de Cartagena, primer capitán de la última nave citada y veedor general de la Armada; el sevillano Andrés de San Martín, cosmógrafo inquieto y piloto inicial de la misma San Antonio; el guetarense Juan Sebastián Elcano, contratado como maestre de la Concepción y capitán después de la Victoria; Gaspar de Quesada, capitán de la Concepción; el portugués Joao Carvalho, piloto de la misma nao y más tarde capitán general de la flota; el onubense Martín de Ayamonte, grumete de la Victoria; cuya declaración ante los portugueses es fuente directa para el estudio del viaje; Juan Serrano, capitán de la Santiago y piloto mayor de la flota, y Antonio Pigafetta, caballero de Rodas, nacido en Vicenza, que actuó como cronista y relator de los hechos, sin cuyo relato no se habría tenido conocimiento de tantos datos interesantes y valiosos como ha proporcionado su obra. El 10 de agosto de 1519 las cinco naos iniciaron su viaje hasta fondear en Sanlúcar de Barrameda, desde donde se hicieron a la mar el 20 de septiembre. Entre el 27 de septiembre y el 2 de octubre hicieron provisiones y completaron las dotaciones hasta doscientos sesenta y cinco hombres en Tenerife, luego se acercaron a la costa africana de Sierra Leona para buscar los vientos del sudeste que les llevarían al cabo brasileño de Santo Agostinho y, desde allí, hasta la bahía carioca de Santa Lucía, hoy Guanabara. Hacia el 27 del mismo mes, siempre navegando hacia el sur, reconocieron el cabo Santa María, descubierto por Díaz Solís cinco años antes, y el 10 de enero llegaron a la desembocadura del río de la Plata, que estuvieron explorando hasta el 7 de febrero. Durante la travesía desde Canarias hasta las costas sudamericanas surgieron tensiones y rivalidades; nada más zarpar, Magallanes ordenó a sus capitanes que, durante la noche, siguiesen el resplandor del farol que iba en la nao capitana, para que no perdiesen el rumbo. Ordenó también que, al atardecer, las cuatro naves saludasen a la capitana con un disparo de artillería. Juan de Cartagena, capitán de la San Antonio, no lo hizo, y el capitán general le ordenó que se aproximase con su barco, le preguntó por qué no saludaba como se había ordenado y éste contestó que era persona conjunta y tenía el mismo rango. Más tarde, Juan de Cartagena fue relevado en el mando, sustituyéndole Álvaro de Mesquita, como consecuencia de un nuevo enfrentamiento ocasionado por los cambios de rumbo que había ordenado el capitán general sin solicitar el parecer de sus oficiales. El 24 de febrero llegaron a una gran bahía, que bautizaron con el nombre de San Matías, en la que no encontraron el paso que buscaban. El 2 de marzo penetraron en una nueva bahía, que bautizaron como bahía de los Trabajos, actualmente conocida como Puerto Deseado, y el 31 del mismo mes llegaron al puerto que denominaron San Julián donde pasaron una fría y dramática invernada de cinco meses de duración. Aquí salieron a relucir abiertamente los resentimientos y agravios acumulados durante el viaje, Magallanes invitó a comer en su nao a capitanes y pilotos, pero sólo Mesquita aceptó la invitación. El clima de descontento y sedición aumentó de tal manera que, una noche, Juan de Cartagena y el capitán de la Concepción, Gaspar de Quesada, se dirigieron con treinta hombres a la San Antonio, prendieron a Mesquita y mataron al maestre Juan de Elorriaga. Adueñados de la San Antonio, la Concepción y la Victoria, los amotinados requirieron a Magallanes que se atuviera a las instrucciones reales y la contestación fue el apresamiento de los mensajeros y el envío de un batel con gente armada a la Victoria, donde sabía que tenía muchos partidarios, al mando de Gómez de Espinosa, quien dio muerte al capitán Luis de Mendoza y convenció a la vacilante tripulación para que volviera a la legalidad. Magallanes bloqueó la entrada a la bahía con los tres barcos leales, la San Antonio fue vencida cuando intentaba escapar y la Concepción se rindió. Los oficiales amotinados fueron apresados, Álvaro de Mesquita fue nombrado capitán de la San Antonio, Juan Serrano de la Santiago y Duarte Barbosa de la Victoria. Poco después, durante ese mismo invierno en San Julián, la Santiago naufragó cuando exploraba la costa hacia el sur y la tripulación tuvo que realizar una penosa marcha por tierra para regresar a San Julián. El capitán de la primera nao perdida, Juan Serrano, tomó el mando de la Concepción. El 24 de agosto, reanudaron la marcha las cuatro naves que quedaban, pero a los dos días tuvieron que refugiarse de los vientos junto a la desembocadura del río Santa Cruz, a poco más de 50º de latitud sur, donde permanecieron hasta el 18 de octubre, fecha de comienzo de la primavera en aquellas latitudes; el 21 de octubre avistaron y bautizaron el cabo de las Once Mil Vírgenes, a poco más de 52º de latitud sur. La San Antonio penetró por la embocadura unas cincuenta leguas y regresó con la noticia de que estaban en un estrecho que bautizaron con el nombre de Todos los Santos, festividad religiosa del día, y al que la historia le daría el nombre de Magallanes. Perdura el topónimo con que los expedicionarios denominaron al macizo que les quedaba por babor, Tierra de los Fuegos, o Tierra del Fuego, en alusión a las hogueras nocturnas que señalaban los campamentos de los indígenas. Durante la navegación por el estrecho, Magallanes ordenó a la San Antonio que explorase una de las posibles aperturas al mar. Durante la exploración el piloto Esteban Gómez hizo prisionero al capitán Mesquita y convenció a la tripulación para desertar y volver a España pasando por Guinea. El 27 de noviembre, los tres buques que quedaban llegaron al océano, en el que navegaron durante tres meses y veinte días sin provisiones frescas ni agua, lo que hizo que empezasen a padecer de escorbuto. Durante este tiempo no encontraron una sola tormenta, por lo que denominaron océano Pacífico al mar que Núñez de Balboa había bautizado como Mar del Sur. Inicialmente pusieron rumbos de componente norte a lo largo de la costa chilena, el 24 de enero, ya de 1521, avistaron una isla que bautizaron con el nombre de San Pablo, donde no encontraron lugar apropiado para desembarcar, por lo que continuaron navegando hasta el 4 de febrero, que descubrieron la que llamaron isla de los Tiburones, incluida con la anterior en la denominación de Infortunadas o Desventuradas, que bien pudieron ser las actuales Fakahina y Flint. No encontraron en estas islas los víveres que necesitaban y, una vez cortada la línea del ecuador, entre el 12 y 13 de febrero, navegaron hacia el noroeste hasta el día 28, que pusieron rumbo oeste, una vez en latitud 13º norte. El día 6 de marzo avistaron el actual archipiélago de las Marianas, que bautizaron islas de los Ladrones. Fondearon en la mayor de las islas, la de Guam. Allí fueron recibidos por los nativos, afables pero codiciosos, que asaltaron los tres buques y se llevaron todo lo que podía ser trasladado: las vajillas, cuerdas, cabillas y hasta las chalupas. Permanecieron allí solamente tres días para abastecerse y una semana después avistaron la isla de Siargao, al nordeste de Mindanao, en las actuales Filipinas, el 16 de marzo la de Dinagat, y posteriormente llegaron a Limasawa el 28 de marzo, festividad de Jueves Santo, donde el reyezuelo de la isla les acogió amistosamente y les proporcionó víveres. Allí, sobre un altar improvisado, se ofició la primera misa en tierra filipina. Una semana más tarde, ayudados por un piloto filipino, dejaron Limasawa y llegaron a la isla de Cebú, donde el rey Humabón les recibió con los brazos abiertos, y el domingo 14 de abril, después de una misa celebrada en la plaza del poblado, fue bautizado con el nombre del rey de España, Carlos. Magallanes le regaló a la Reina una imagen del Niño Jesús tallada en madera negra, que el arzobispo de Sevilla le había entregado antes de salir de España. Es curioso que más de cuarenta años después, el 16 de mayo de 1565, los soldados de Legazpi encontraran en la misma isla aquella imagen, a la que el pueblo filipino rinde aún hoy en día un culto entrañable en una capilla del convento cebuano de los padres agustinos. Con el fin de afianzar la soberanía española en toda la comarca pidió a los caciques vecinos que se sometiesen al dominio del rey de Cebú. Éstos enviaron regalos al monarca isleño como símbolo de su adhesión, excepto uno de ellos, Silapulapu, gobernador de Mactán, que no aceptó la invitación del capitán general, que reaccionó tratando de humillarle por la fuerza. Humabón y los oficiales españoles desaconsejaron un enfrentamiento abierto, pero Magallanes insistió en llevar a cabo una operación de castigo y tomó personalmente el mando de la acción. En la mañana del 27 de abril, con unos setenta hombres a bordo de dos bateles y escoltado por varias canoas cebuanas, se dirigió al poblado de Mactán, donde desembarcaron bajo una lluvia de flechas envenenadas y consiguieron prender fuego a las chozas del poblado. Magallanes recibió una pedrada en el rostro y fue herido en el brazo derecho. Durante la retirada, que llevaron a cabo con precipitación, recibió un machetazo en la pierna y luego fue rematado en el suelo. Las gestiones de los españoles para que les fuese entregado su cadáver y los de los que murieron con él fueron inútiles. Más tarde fue erigido un monumento/ memorial, que hoy en día se puede contemplar, en el lugar donde Magallanes fue asesinado por los nativos en la pequeña isla de Mactán. Nuevos problemas determinaron que Juan López de Carvalho tomase el mando de la expedición y de la Trinidad, Gonzalo Gómez de Espinosa fue designado capitán de la Victoria y Juan Sebastián Elcano el de la Concepción. Auxiliados por prácticos nativos llegaron a la pequeña isla de Panglao, donde Carvalho fue destituido, la Concepción fue incendiada debido al mal estado en que estaba y a la falta de tripulantes y Elcano tomó el mando de la Victoria. El 7 de noviembre de 1521 las dos naos llegaron a la isla Tidore, en las Molucas, alcanzándose así el objetivo marcado por Magallanes. Aquí cargaron especias y el 18 de diciembre iniciaron el viaje de regreso a España, pero la Trinidad hacía mucha agua y tuvieron que volver a Tidore, donde Elcano se comprometió ante Gómez de Espinosa a conducir la Victoria directamente a España por la ruta portuguesa, mientras que la Trinidad intentaría volver a América, una vez reparada. Fue entonces cuando surgió la idea de dar la vuelta al mundo, pues la expedición de Magallanes había salido con el fin de llegar a las Molucas por poniente y regresar por el mismo camino de ida. La Trinidad intentó sin éxito cruzar el Pacífico hasta Panamá y regresó a las Indias Orientales. La Victoria, en mejores condiciones para navegar, bajo el mando de Juan Sebastián Elcano, tomó la ruta occidental por el cabo de Buena Esperanza y el 8 de septiembre de 1522, llegaron a Sevilla los dieciocho exhaustos miembros de la tripulación que sobrevivieron al hambre, la sed, el escorbuto y a las hostilidades de los portugueses, que detuvieron a la mitad de los hombres de Elcano cuando hicieron escala en las islas de Cabo Verde. En el Panteón de Marinos Ilustres, en San Fernando (Cádiz), existe una lápida dedicada a la memoria de Magallanes por el entonces Colegio Naval Militar, que fue colocada al instalarse éste en el edificio contiguo en 1853. Bibliografía J. Toribio Medina, Descubrimiento del Océano Pacífico, Santiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1920 Fernando de Magallanes, Madrid, 1944 Gran Enciclopedia Rialp, Madrid, Ediciones Rialp, 1979, págs. 720-722 Enciclopedia General del Mar, Barcelona, Ediciones Garriga, 1982, págs. 646-647 Fernando de Magallanes, Madrid, Historia 16 Quorum, 1987 Padrón de Descubridores, Madrid, Editorial Naval, 1992, págs. 101-116 Los Grandes Descubrimientos, Barcelona, Editorial Planeta Deagostini, 2002, págs. 583-598. |
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